Acaba de estrenarse El lobo de Wall Street, otra película de Martin Scorsese (MS) que debe hacer un número muy alto, entre ficción y documental, sea para el cine o la televisión, además de sus apariciones como actor en varias decenas de cintas; en esto sigue la estela de grandes directores-actores, no con la contundencia protagonista de Welles, De Sica, Truffaut, Allen o Eastwood, pero sí con la presencia secundaria pero contumaz de John Huston o Sidney Pollack. Cuando escuchamos su nombre pensamos que MS es eso, un director de cine italoamericano que ha dirigido esta o aquella película y que ha aparecido en fotogramas de otras tantas, uno más. Pero si analizamos aunque sea a vuelapluma su trayectoria nos damos cuenta de que pertenece a ese escaso círculo de cineastas que son clásicos vivos porque su obra forma parte de la vida de mucha gente, si es que no ha contribuido a diseñarla.
Pero MS no es una isla; es un elemento de un entramado artístico e intelectual que casi puede ser dibujado y que tiene como ADN la sangre italiana de sus miembros y la ciudad insomne de Nueva York. Y ese gráfico tiene forma de constelación, con dos estrellas que brillan con menos fuerza, que son Michael Cimino y Brian de Palma, y cinco luminarias cegadoras: De Niro, Pacino, Coppola, el propio Scorsese y DiCaprio, un cometa gigante que llegó más tarde pero se ha quedado. Nueva York es La Meca de los norteamericanos y tal vez de Occidente, y son muchas las películas y los cineastas nativos o transeúntes que nos la han mostrado (Allen, Capra, Wilder, Edwards, Lang…) pero no con los ojos de inmigrante italiano que tiene dos lenguas maternas. Es como si vieran la ciudad desde dentro y a la vez desde fuera, porque, aunque llevan en NY varias generaciones, no acaban de irse de Italia, especialmente si tienen sangre siciliana.
Esta constelación se fragua en los años setenta del siglo XX; cada uno de estos nombres llegaba con una trayectoria distinta, pero Robert De Niro se encontró con Coppola en El Padrino II, se llevó un Oscar y se convirtió en el gran italiano de NY. Después de triunfar en Europa con el Novecento de Bertolluci, se puso en manos de MS para hacer una obra maestra, Taxi Driver (1976).
Ya tenemos a De Niro como estrella que une a Scorsese y Coppola, pero este había encontrado su gran cometa, Al Pacino, cuyo papel de Michael Corleone quedó como un gran clásico inmediatamente. MS sigue sacando provecho del talento de Robert De Niro en Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1983), Goodfellas (1990), El Cabo del Miedo (1991) y Casino (1995). Pero sobre todo queda para la historia New York, New York (1977), un trazo de la ciudad que nunca duerme que se hizo inmortal cuando Sinatra (otro italiano) grabó la canción que Liza Minelli (otra) cantaba en película. Al Pacino ha husmeado el mundo italiano de NY en otras películas, trabajando con Brian de Palma, pero su gran personaje es Corleone, y hasta le dieron un Oscar por Perfume de mujer, remake de una película de 1974 (italiana, por supuesto) de Dino Risi con el gran Gassman.
En los años noventa llega Leonardo DiCaprio, el sueño dorado de un director como Scorsese, joven, guapo, con talento y con gran seriedad en el trabajo. Y así encadenan una serie de películas que se cuentan por éxitos, la última de las cuales es El lobo de Wall Street, la que se estrena ahora, precisamente cuando de Coppola queda el brillo eterno de sus viejas obras y se dedica a criticar la desidia interpretativa de Pacino y De Niro, cosa que empieza a ser verdad, aunque ya estén en la historia del cine personajes como Michael Corleone y Jack La Mota.
Si De Niro fue el fogonazo que inició la constelación, Scorsese es el que ha mantenido el tipo como ninguno de los actores y directores de su generación. Sigue ahí, abrazado a su idea de contar la ciudad y levantar acta de su tiempo en documentales tan imprescindibles como el que hizo sobre el beatle Georges Harrison. Si el alter ego de John Ford es John Wayne, el de Spielberg es Harrison Ford y el de Fellini Mastroianni, la proyección artística de Scorsese fue en su momento Robert De Niro, pero como Coppola tiene razón, ha tenido que mudarse a Leonardo Di Caprio. Y es lo que sigue vivo de todo aquello, porque mientras Scorsese y DiCaprio siguen con el pulso artístico firme, De Niro se emplea en comedias bufas con Stallone (eso sí, italoamericano) y de Pacino y el propio Coppola no hay noticias. Todos han contado y cantado su amor por Nueva York, como dice la canción del film de MS que tan famosa hicieron Liza Minelli y Frank Sinatra:
me voy vivir (a Nueva York),
quiero ser una parte de ella.
Mis zapatos de vagabundo están deseando cruzar su corazón.
Quiero despertar en la ciudad que nunca duerme
y ser el rey de la colina, en la cima del éxito.
Mis tristezas de pueblo pequeño se esfuman…
Si puedo conseguirlo allí,
lo puedo conseguir en cualquier parte».
Eso es Martin Scorsese.
***
(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa del Canarias7 del día 15 de enero)
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