La valentía de Mujica y Bergoglio
Los políticos al uso miran al Presidente de Uruguay José Mujica y al Papa Bergoglio con una especie de conmiseración, como si se tratara de dos pirados que no saben estar en su sitio. Pues resulta que los discursos de la mayor parte de nuestra clase política están llenos de grandes palabras que luego se convierten en humo. Hoy sale la información de que en Sevilla se ha contabilizado el primer fallecimiento por hambre en España, en la persona de un inmigrante polaco de 23 años. Por desgracia, no es la primera, y produce indignación ver cómo los políticos se apresuran a hacer declaraciones, a emitir comunicados y a acudir aquí y allá. Con el dinero que se gastan en los procedimientos judiciales del caso, las pruebas forenses, los desplazamientos policiales y la gasolina de los coches oficiales de los políticos alrededor de este asunto, el joven falllecido habría pagado comida hasta convertirse en centenario. Hace tiempo que sabemos que Mujica no tiene pelos en la lengua y que es consecuente con sus palabras, y el nuevo papa se la está jugando, porque ni los poderes vaticanos ni los que revolotean alrededor (que son muchos) se andan con chiquitas.
Creo más en los hechos que en las palabras, y tengo que decir que las palabras de Bergoglio ya son hechos, y no me duelen prendas al decir que empiezo a pensar que este hombre es de verdad. Y por eso me acuerdo de las medidas que tomaron el poder financiero internacional y las multinacionales contra los movimientos religiosos latinoamericanos que denunciaban la injusticia. Recordar a Monseñor Romero, al padre Ellacuría y sus compañeros o al párroco de Aguilares (El Salvador) es un buen argumento, o la nebulosa que hay en torno a la muerte de Juan Pablo I, o cómo se le hizo la vida imposible al Papa Pío XI, que en la encíclica Cuadragesimo Anno (1931) denunció los abusos del poder financiero que llevaron al crack del 29 y su estela de miseria para unos y de opulencia para unos pocos. Por eso me pregunto hasta dónde van a permitir que Mujica y Bergoglio sigan siendo díscolos. Su valentía merece el mayor respeto, porque no nacieron anoche y saben cómo va este juego. La hipocresía de los políticos españoles con respecto al joven muerto en Sevilla es estremecedora, y como ha dicho el Papa con respecto a los inmigrantes muertos en Lampedusa, es una vergüenza.