Escribo la víspera de la huelga de la Enseñanza para unirme a ella y no escribir el día 24 de octubre. Y entiendo que es toda la sociedad la que se opone, aunque ya desde las almenas del gobierno y medios afines emponzoñan y hablan de que es una huelga laboral encubierta, dirigida por los sindicatos rojos y demás. Es decir, no cuenta el alumnado, los padres y los sectores que se han pronunciado en rechazo de una ley destructiva, la LOMCE. Y si en última instancia fuese como ellos dicen, también sería legítima, porque sería una huelga de profesionales contra aficionados que ejercen de ministros una temporada gracias a un carnet político o unas simpatías del Presidente. Lo mismo ocurre en Sanidad, cuando el personal sanitario se opone a diletantes que lo único que persiguen es privatizar y ganar dinero, no prestar un servicio público.
Y es que los aficionados dan miedo. Cuando voy en un avión, en la guagua o en un taxi, me pongo en manos de una persona profesional, lo mismo que confiamos en los ingenieros cuando atravesamos un túnel, en los peluqueros cuando nos cortan el pelo y en los médicos cuando nos recetan un medicamento. No vamos igual de tranquilos cuando quien conduce es alguien con el carnet reciente o si somos invitados por un amigo a comernos una paella que es su primera aventura culinaria. Y es que la profesionalidad da confianza. Y si nos paramos a pensar, los políticos solo son profesionales de la política (justo lo que no deberían), y aunque se rodeen de técnicos son los que tienen la última palabra. En una democracia, una profesora de Filosofía puede ser ministra de Obras Públicas, un Músico ministro de Defensa, un médico Gobernador de un estado y un químico Presidente del Gobierno. Ah, y un analfabeto funcional alto cargo de cualquier cosa. Ya ha ocurrido. Es decir, la última palabra la tiene siempre alguien que no es profesional.
Entonces hemos de convenir que estamos en manos del azar, y una vez más se escenifica la lucha de siempre: profesionales contra aficionados. Lo más triste es que estos últimos suelen tener el poder y en lugar de servir a la gente sirven a quienes los ha puesto ahí para su beneficio. Y en todo caso, los padres, las madres y el alumnado, de alguna forma son profesionales de lo suyo.