¿Libres?
Decía Tierno Galván que la democracia parlamentaria es el menos malo de todos los regímenes políticos, y no ocultaba la evidencia de que gran parte de los poderes reales de las sociedad, sean religiosos, económicos o sociales no pasan por las urnas del sufragio universal y sin embargo inciden en la totalidad de los ciudadanos. ¿Quién elige al Papa, al obispo y al párroco? ¿y al presidente de una compañía aérea? ¿y al director de una empresa cualquiera que tiene a su cargo servicios públicos, o incluso actividades privadas que son usadas por todos? Por las urnas sólo se elige a los representantes políticos y sindicales, y a algunos cargos de entidades colegiadas. Bien es verdad que la política es la que marca la pauta de la sociedad, pero las personas a quienes elegimos están sujetas a unas reglas del juego no escritas marcadas a menudo por otros poderes. Se supone que al menos somos libres para elegir qué camisa compramos, qué película vemos o qué libro leemos, pero hasta en eso tratan de influirnos.
Hace cuarenta años, las mujeres no pintaban nada en nuestra sociedad. Poco a poco, se han ido ganando batallas, aunque todavía queda mucho machismo encubierto y también a las claras. Pero sin duda hay un abismo a favor entre lo que había y lo que hay. Y en eso tienen mucho mérito las mujeres que han puesto su grano de arena para avanzar. Son miles las que merecen el mayor homenaje, en todas las profesiones, consiguiendo arañar un poco de libertad aquí, otro poco allá, día a día. Son importantes todas las aportaciones, pero tienen mayor incidencia social e histórica las de mujeres que son visibles por su profesión, y que han sabido realizar una labor en cualquier actividad y demostrar lo que nunca debió tener que ser demostrado, que la inteligencia y el trabajo no es cuestión de sexo. Concha García Campoy fue una de esas mujeres, que estuvo a la altura de un tiempo nuevo y que con su naturalidad y su presencia dio imagen a todo un movimiento. No fue una feminista mitinera, se ocupaba de todo, pero siempre estuvo ahí, como tantas otras mujeres anónimas o muy visibles. Muchas, como Montserrat Roig, Carmen Rico-Godoy, Dolores Campos-Herrero o Esther Tusquets ya no están. Otras, también muchas, siguen ahí, poniendo voz a las mujeres que no son visibles. Hoy, Concha García Campoy se ha quedado en el camino, pero queda su voz, que, como las demás, ha servido para que la sociedad sea más justa e igualitaria. Además de una magnífica profesional de la comunicación, fue espejo en el que muchas mujeres se miraron para avanzar, y como dijo el poeta John Donne, forma parte de la humanidad, que se ha aminorado con su partida, es una voz necesaria que se apaga; así que, las campanas que hoy tañen, doblan por Concha García Campoy y tambien por cada uno de nosotros.