La avaricia es probablemente uno de los mayores defectos de la especie humana, y está en el origen de toda corrupción. La obsesión por amasar más y más dinero se convierte en un problema de seguridad pública cuando para ello no importa poner en peligro la vida de las personas. Lo que acaba de ocurrir en la brasileña ciudad de Santa María es un dejá vu que se sucede una y otra vez: ya pasó en Buenos Aires, en Perú, en Minneapolis, en Madrid recientemente y hace años cuando el incendio de la discoteca Alcalá 20. Los muertos siempre son los mismos, incautos jóvenes que solo tratan de pasar un rato divertido, pero los meten en ratoneras y al menor fallo salta la tragedia. Las notas de prensa parecen calcadas: cerraron las salidas de emergencia, había doble cantidad de gente que la permitida, faltaban los medios de seguridad y auxilio estipulados por las leyes… Curiosamente, en todas las ocasiones el local funcionaba en la ilegalidad, o no tenía licencia de apertura, se había vencido dicha licencia… No cabe alegar despiste, cuando esos mismos ayuntamientos saben si se debe una simple multa de aparcamiento; lo saben y callan. Al fondo siempre aparece el dinero y la corrupción política de quienes hacen la vista gorda por razones que podemos imaginar. Ahora vemos a la Presidenta de Brasil compungida, como hemos visto aquí y allá a otros dirigentes en otras ocasiones, pero mientras el dinero de la avaricia siga corrompiendo a los representantes del pueblo seguirán muriendo inocentes.
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