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Diputados por amor al prójimo

aFoto0360.JPGEn el siglo XIX, los diputados que salen en las novelas de Galdós y de Juan Valera son ricos terratenientes, encumbrados abogados o aristócratas con mando en plaza. Ir al Parlamento era cosa de ricos, porque entonces los diputados no cobraban salario. La señora Cospedal, presidenta de Castilla-La Mancha, ha cortado por lo sano y ha eliminado de los presupuestos de 2013 la partida destinada a los salarios de los diputados. Esto quiere decir que solo podrán sostener ese nombramiento los que tengan una posición desahogada o un trabajo en el que obtengan buenos ingresos. El otro problema es que si los diputados se dedican a su profesión y acuden al Parlamento solo a ratos, poca dedicación podrán tener. Así que, con unos diputados que dedican poco tiempo a su labor parlamentaria, está claro que se perderá calidad democrática. La otra opción es que solo vayan al Parlamento los ricos, como en el siglo XIX. Y es que aquí o no llegan o se pasan, hay quien cobran varios salarios (la propia señora Cospedal) y quien ahora pasa a no cobrar. Todo muy coherente, maniobrero y disparatado. Como se ve en la foto, el reloj de la democracia no anda muy fino.

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El rostro de la maldad


zirma-grese[1].jpgEl escritor Alberto Vázquez Figueroa es siempre un invitado interesante y ameno en las entrevistas que concede. Gran viajero desde su juventud, es interlocutor en muchos temas, y hace unos días volvió a capar mi interés cuando hablaba de la maldad. El asunto venía a cuento de su áltimo libro, que tiene como protagonista a Irma Grese, una mujer que existió realmente y que fue brazo ejecutor de las atrocidades nazis del holocausto en varios campos de exterminio, especialmente en el de Belsen. Fue juzgada en 1945 en el jucio de Bergen-Belsen, de similares características al de Nüremberg, y ejecutada en la horca. Tenía solo 22 años, y con tan corta edad figura entre los personajes más sanguinarios, crueles y psicópatas de la historia, hasta el punto de que los medios británicos la bautizaron irónicamente «El ángel rubio de Belsen». Era una joven bien parecida y su aspecto era muy agradable, pues no denotaba que una muchacha tan hermosa fuese capaz de perpetrar atrocidades terribles que pueden calificarse directamente de inhumanas. Comentaba Vázquez Figueroa que es una excepción, porque la mayor parte de las veces la maldad se va reflejando en el rostro. Con 22 años, no hubo tiempo para eso. Como ejemplo contó que entrevistó a Gadafi en 1969, cuando acababa de hacerse con el poder en Libia, y dice que era un joven con una gran presencia, muy carismático y atractivo tanto para las masas como cuando se le trataba de cerca. La maldad que le atribuye el escritor fue reflejándose en su rostro, y en los últimos años era casi una caricatura diabólica. No sé si una cosa es consecuencia de la otra, y no puedo saber qué grado de maldad anidaba en Gadafi, pero sí que daba miedo mirarlo, como si de pronto se hubiese hecho realidad el retrato de Dorian Gray. Lo que sí es cierto es que a veces la maldad se nota al menos en la mirada, que casi nunca engaña.

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Todo se vuelve cine, y está bien

La literatura ha sido durante décadas fuente de alimentación del cine, y algunos autores y autoras ni siquiera soñaron en que sus historias se verían reflejadas en la linterna mágica, sencillamente porque cuando escribían el invento del cine estaba en pañales y no pasaba de ser una atracción de barraca de feria, o bien porque ni siquiera se vislumbraba en el horizonte. Ocurre con Henry James, y sobre todo y más curiosamente con Jane Austen, novelistas que han llenado horas y horas de cine. En el caso de la autora británica que vivió escasos cuarenta años a caballo entre los siglos XVIII y XIX, lo suyo eran las historias que reflejaban la burguesía inglesa medio-alta, con una adoración por la aristocracia sólo comparable a la que el Gran Gastby sentiría por el mundo de los ricos más de un siglo después. Leídas una a una, las obras de Austen son muy detallistas, descriptivas y analistas de detalles que para otros autores parecerían insignificantes.
Curiosamente, este tipo de historias, a priori tan poco cinematográficas, se han convertido en una receta de éxito casi seguro, como lo demuestran taquillazos del calibre de Sentido y sensibilidad y, la última, Orgullo y prejuicio. Hay otro tipo de novelas, más contemporáneas, que ya fueron tocadas por el cine cuando se escribían, porque en el siglo XX el cine y la novela se han influido mutuamente, y eso se nota en el modo de narrar de la mayoría de los prosistas. De estas últimas hay centenares, miles, por lo que entrar en ellas requeriría un espacio enorme.
zzFoto0473.JPGPor su parte, hay otra fuente de alimentación del cine, sobre todo en las últimas décadas, que es el cómic. Este género, en el que se aúnan las viñetas y los bocadillos llenos de letras, se hace masivo a partir de los grandes personajes nacidos en la industria editorial norteamericana de los años treinta y cuarenta, con el añadido de algunas genialidades europeas del tamaño de Tin-tin o Astérix. Así, hemos tenido sagas tremendas que han hecho historia en varias generaciones, desde Superman al Hombre Araña, pasando por X-Men y el grandioso Batman, Flash Gordon y las series pseudohistóricas del cariz de El Principe Valiente. Este tipo de lenguaje pasó al cine al adaptar historias de estos personajes de cómics, y de alguna manera ha impregnado un nuevo estilo de filmar, puesto que esta manera de hacerlo ha influido también en películas que no procedían del cómics.
Los españoles somos pobres hasta para eso. El género se ha tenido que conformar con personajes humorísticos del estilo de Mortadelo y Filemón o Pepe Gotera, que salían en los tebeos de antaño, y que algunos han entrado en el cine. La dictadura también dejó su huella al crearse un personaje que es sin duda el trasunto de un caballero cruzado, el Capitán Trueno, cuyo grito de guerra era nada menos que ¡Santiago y cierra España! Se ha llevado al cine, pero de aquella manera, y mejor no hablar de Roberto Alcázar y Pedrín. Después de la dictadura surgieron otros con una intención más ideologizada, como la serie Paracuellos, de Carlos Giménez. En eso España ha sido gris, y menos mal que en los ochenta surgieron nuevas publicaciones que llevaron al cómic español por el campo de la fantasía. Ahora lo que está de moda es el Anime japonés, que proviene del manga (cómic), la mayor parte de ellos con personajes que repiten hasta la saciedad la cara, los ojos y la boca de Heidi y Pedro. Pero en Japón y en el mundo gusta.
Que personajes de cómic pasen a los dibujos animados es casi natural, y de eso tenemos muchos ejemplos, quizá el más pionero fuese Popeye, pero lo que es innegable es la gran influencia que este género ha tenido en el cine con imagen real. Las adaptaciones no suelen ser calcadas, y por ello el mundo del cómic sigue siendo muy atractivo para sus seguidores, porque no es lo mismo el Clark Kent de la gran pantalla que el Supermán de los papeles, y sobre todo cambian las relaciones del personaje central con los de su entorno.
De todo esto se deduce que el cine es una gran batidora que se ha ido alimentando de todos los géneros literarios y artísticos, pero hay que decir que también ha sido generoso, porque ni la novela, ni el cómic, ni siquiera el teatro han vuelto a ser los mismos que antes que una imagen en movimiento fuese vista por millones de personas. A cuenta del cine nos hemos ido creando una iconografía de casi todo. Probablemente Napoleón, Julio César o Van Gogh se parecen más en nuestra memoria a sus imágenes cinematográficas que a las reales transmitidas por cuadros o esculturas. Juana de Arco es un híbrido entre Ingrid Bergman y Jean Seberg, y el Coronel Lawrence tendrá siempre la cara de Peter O’Toole, aun cuando haya fotografías suyas.