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Lecturas de verano

Cuando hablamos de lecturas de verano hay dos verientes: la primera es que nos llevamos a la playa libros ligeros, con escasa enjundia y que son solo un entretenimiento; es decir, para esta corriente un libro de verano es un texto con fecha de caducidad, bien porque trata temas muy puntuales, bien porque carece de profundidad y se queda en lo barrido. A este sector pertenecerían los libros de divulgación con poco fondo y las novelas olvidables pero que hacen pasar el tiempo.
zz67Foto0434.JPGLa otra versión de las lecturas de verano son los grandes tochos, que la gente guarda para cuando tiene más tiempo, y ahí puede entrar de todo, la única condición es que sea un libro voluminoso, que dure. Recuerdo que alguien me contaba que la enormidad de la obra de Proust la leyó durante varios veranos, y otra persona aprovechó una vacaciones para meterse entre pecho y espalda las tres novelas de Millenium. Por mi parte, no suelo hacer distinciones, pero sí que recuerdo una vacaciones en las que mi compañera de hamaca fue el Ulises de Joyce. Yo era entonces un veinteañero y los que iban de entendidos me comentaban que era un libro sublime, que alguien que tiene interés por la literatura (y más si la hace, yo empezaba entonces) tenía que conocer esa joya. Soy disciplinado y no me salté ni una página, pero no disfruté ni un renglón. No me gustó. Con el tiempo, volví sobre esa novela tan afamada y dicen que tan crucial, pensando que tal vez en la madurez la disfrutaría. Tampoco, me sigue pareciendo un ladrillo pretencioso. No me gusta pero la conozco página a página, y he pillado a más de uno en renuncios claros, cuando diserta sobre el libro y se nota a la legua que habla de oídas, porque ni siquiera por disciplina pudo con él. Seguramente es muy buen texto y abrió caminos, pero desde luego yo nunca lo recomiendo a alguien a quien quiero captar para la secta de los lectores.

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Cultura y poder (2 de 2)


En Canarias es muy notoria la filiación de determinados creadores con alguno de los poderes que por aquí funcionan o pretenden funcionar. A menudo se establece una simbiosis en la que tanto el creador como quien ostenta el poder salen beneficiados, que es distinto a que el creador se implique en política, permaneciendo fiel a una trayectoria e incluso siendo crítico cuando los suyos están en el poder. La historia de la cultura está llena de nombres que hicieron su obra desde una posición política concreta, fuera a favor o en contra del poder, pero lo que sucede en Canarias es que muchos creadores se mueven sólo en el entorno de pesebre, sin que para ello medie afinidad ideológica, sino simple conveniencia.
zFoto0441.JPGDe ahí provienen los nombres sobredimensionados, que no se corresponden con el valor de su obra, o los ninguneos de creadores valiosos porque no se arrimaron al sol que más calienta, fuera por posicionamiento ético o por incapacidad para trepar. Todo esto ha fabricado un ambiente florentino de conspiración permanente en el mundillo cultural canario. Se vive una especie de guerra larvada de la que la gran perjudicada es la cultura, y los culpables son los propios creadores y la voracidad de los poderes que manipulan a estos grupos, que usan como premios o castigos la subvención, la protección, el silencio o la descalificación, en lo que son cómplices los demás creadores.
Es necesario por lo tanto romper esta práctica mafiosa en la que los capos hacen y deshacen a su antojo, prostituyendo a todos aquellos que les bailan el agua a cambio de una migajas o silenciando a quienes permanecen celosos de su independencia. El círculo solo se rompe cuando el creador escapa al control de la isla, y esto sucede muy pocas veces por la propia dinámica del mercado cultural, en el que, hasta para romper el huevo insular, se hace necesario a veces contar con el apoyo o al menos la aquiescencia de uno de estos grupos de poder. Casos hay de creadores a los que desde Canarias les han volado el puente por el que iban a escapar.
Esta cotidianeidad vergonzante acaba por influir más allá del propio mundillo cultural, puesto que si los artistas, creadores e intelectuales llevan bozal o sirven a la voz de su amo, se convierten en vehículos del encanallamiento de una sociedad. Y ya es hora de poner las cosas en su sitio y saber quién es quién en el arte, la intelectualidad, la creación, la cultura de esta tierra.

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Que te vaya bonito, Chabela

Acaba de irse Chabela Vargas, una cantante que vivió durante décadas al filo de la navaja. Sus 93 años le han permitido atravesar toda la memoria de casi un siglo mexicano, desde el mito de la revolución, la leyenda de Frida y Diego, la sombra de Trostki y todo el fulgor de aquel México que llenó muchas horas de música en todo el mundo hispano. Es el aire de Alfonso Reyes, Dolores del Río, Orozco, María Félix, José Alfredo Jiménez, el Indio Fernández, Octavio Paz, Pedro Armendáriz… Qué sé yo. México tiene una especie de pacto con La Muerte, a las que celebran el Día de Difuntos, y ella se cobra vidas jóvenes: Jorge Negrete, Pedro infante, Javier Solís, la propia Frida. Era conocida, pero se convirtió en mito cuando fue resucitada en España por Sabina y Almodóvar, y restaurada por Salma Hayek. La Muerte (en México va con mayúsculas) no quiso tener nada con ella, seguramente porque no había nacido en México, aunque Chabela la provocaba, pero se volvió México mismo, un país que ya empieza a no existir y que es cada día más memoria que realidad. Chabela es acaso el último estertor romántico de aquella revolución que se pierde entre el polvo mostrenco de los narcos, y se va otro 5 de agosto 50 años después de Marilyn. Después de la partida de Carlos Monsiváis y Carlos Fuentes, Chabela echa la llave de la historia y se agranda el gran mito mexicano.
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Que te vaya bonito, Chabela.