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¿Son necesarios los políticos?

No me suena bien la música de quienes abominan de la política y hasta dicen que sobran los políticos. Pues nada, implantamos un sistema totalitario, mandamos a casa a todos los políticos elegidos en las urnas y a otra cosa. Ese es un discurso muy peligroso, y nada tiene que ver con ser críticos. El actual sistema está agotado, necesita renovación democrática, pero siempre necesitará de políticos.
zFoto0076.JPGY aunque simpatizo con los nuevos movimientos de masas, tampoco me suena bien esa letanía de «los políticos no nos representan». Hay que hacer presión para mejorar el sistema, para controlar los dispendios de los políticos, para erradicar la corrupción, pero si prescindimos de la política en el horizonte aparecerá la dictadura. Sí, ya sé que de alguna forma lo que está sucediendo es una forma de tiranía, y contra eso también hay que oponerse, siempre desde la política, porque políticos somos todos por acción u omisión, ya lo dijo Aristóteles.
Seguramente hay políticos cuya única ambición solo sea el poder, o peor, los beneficios que puede acarrearles el poder, pero también los hay que tienen vocación de servicio, y con un sistema de listas abiertas se separaría mejor la paja del grano. Pero nunca hay que prescindir de la política, porque entonces la poca o mucha democracia que tengamos se diluirá. Y no creo que quieran eso quienes enarbolan este discurso, empujados la mayoría de las veces por una indignación más que justa. Pero la indignación, incluso la furia, no debe nublarnos el pensamiento.

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Los eruditos a la violeta (*)

La valoración de una obra de arte es tal vez uno de los juicios más subjetivos de los que realiza el ser humano. Al principio, una pieza musical, una escultura o un poema, gustaba o no gustaba, pero luego nació la crítica establecida, surgieron los grandes santones que hacían de aduaneros y empezaron a establecerse rangos. Pero la gente siguió teniendo sus gustos personales, y con frecuencia lo que llega a mucha gente se considera de poco valor artístico, aunque sí que lo tenga comercial. Y así entramos en el galimatías donde los críticos enaltecen obras según su propio criterio o, lo que es peor, según les convenga, pues pueden expresar una opinión opuesta a su propio gusto para distinguirse de lo que consideran vulgar. Y luego hay quien sigue esa idea por papanatismo.
José Cadalso fue un ilustrado gaditano que en su vida se adelantó al Romanticismo, pues, loco de amor por su amante muerta, fue al cementerio a desenterrarla. Este episodio real no tiene mucho que ver con su obra, típica de la Ilustración, aunque hay que decir que eminentes ilustrados fueron precursores de la literatura romántica, y el ejemplo más claro es el de Goethe. El caso es que Cadalso escribió un libro que tituló Los eruditos a la violeta, o Curso completo de todas las ciencias, y su Suplemento, que era una sátira «en obsequio de los que pretenden saber mucho, estudiando poco». Y de este pelaje hay mucho pseudocrítico suelto, algunos con mando en plaza, y cuanto más rebuscado es lo que proponen, más prestigio consiguen.
zzcccFoto0455.JPGEsto hace mucho daño a la cultura, porque es la razón por la que hay gente que tiene cierto temor a entrar en una librería, a ir al teatro o a visitar una exposición de pintura. Los críticos lo ponen tan complicado que parece que aquello es cosa de iniciados, una especie de secta en la que hay que tener muchos conocimientos previos para entrar. Yo leí hace tiempo una crítica a un disco de Paco de Lucía que daba pavor, porque decía cosas absolutamente ininteligibles y ahuyentaba a los posibles compradores. Y hablamos de flamenco, un arte que tiene mucho que ver con el sentimiento y la conexión directa guitarra-espectador. Te emociona o te aburre, y no hay mucho más, salvando, por supuesto, el virtuosismo instrumental del gran guitarrista.
Con el cine pasa lo mismo. Es cierto que hay un cine que sólo piensa en llenar salas, y cuenta historias manidas sin pretensión artística alguna. Pero hay películas muy taquilleras que son magníficas, pero por lo visto el cine de verdad tiene que venir firmado por un director de nombre impronunciable, ser una cinta china rarísima o una de las películas de Andy Warhol, que no califico para no cogerme los dedos. Y digo yo que acusar de comercial a una obra de arte es una estupidez, porque todas pretenden llegar a la mayor cantidad de gente posible, y finalmente, cada uno con su caché, cada artista cobra mucho o poco, es decir, comercia.
En literatura vivimos en España una temporada de libros en su mayoría insustanciales que están bendecidos por el aparato mediático y sus voceros a sueldo. Por el contrario, en teatro se va al rebuscamiento, o en su defecto a las novedosas puestas en escena de clásicos reescritos. Y uno se pregunta por qué no se estrenan obras de autores de probada valía como Alfonso Sastre, Fermín Cabal o Eduardo Mendoza, sí, el novelista, que tiene textos dramáticos escritos y nunca se los estrenan, aunque siempre lo solicitan para que haga adaptaciones. O sea, que conoce el teatro.
Y es que los narradores tienen (tenemos) una especie de maldición. Cuando un autor teatral escribe una novela, se le aplaude (Antonio Gala, Francisco Nieva, Fernando Fernán-Gómez), y también si es un poeta el que se interna en la narrativa (Caballero Bonald, Luis Antonio de Villena); en cambio, cuando el novelista Vázquez-Montalbán publicaba poesía no le hacían el menor caso y así con otros narradores, a los que se les considera intrusos en el Parnaso. En el teatro pasa algo parecido, como es el caso del mencionado Eduardo Mendoza. Como lo primero que publiques sea una novela, ya puedes despedirte de los demás géneros, y eso es una barbaridad, porque en esa Europa a la que dicen que pertenecemos a los autores se les mira libro a libro.
No se te ocurra nunca decir que te aburriste viendo Sonata de otoño, de Bergman, que no pudiste con La conjura de los necios o que Tàpies no te dice nada. Hay excelentes obras que pueden no gustar a alguien porque cada uno ve la obra desde su propia historia. Estos que tan entusiastas son de lo raro, probablemente no hayan podido leer completo el Ulises, pero lo jalean porque da prestigio. Y por esa inaccesibilidad se definen los llamados eruditos a la violeta, que a menudo ocultan su ignorancia con una máscara de elitismo.
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(*) Este trabajo fue publicado hace unos años en otro espacio. Ahora lo pongo al alcance de mis lectores blogueros.

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La memoria de los nuestros

La gente se muere, y siempre cuesta asimilar un hecho tan brutal. Pero es intolerable mental y socialmente cuando la muerte se produce como consecuencia de la avaricia, la negligencia o el desprecio a un bien tan único como la vida. Por eso hay que seguir recordando a las víctimas del accidente de Spanair en Barajas y apoyando la lucha para que no se eche tierra sobre algo tan grave y se determinen las culpabilidades si las hubiere, caiga quien caiga.
zjkDSCN4178.JPGSe lo debemos a los muertos y también a quienes en algún momento suben a un transporte público confiados en que lo que depende de los responsables del medio ha sido revisado para garantizar la seguridad. Luego está el azar, que siempre es un imponderable, pero si el desastre se ha producido por una mala praxis humana, incluso no tendríamos que hablar de accidente, sino de otra cosa que tienen que determinar los tribunales.