De milagro
Hablando con la gente joven que tiene niños recién nacidos, me entero de que todo lo que hacíamos cuando hace años estábamos en su situación no era lo correcto. Los procesos alimenticios de los bebés son ahora distintos, y cuando le dices a los padres jóvenes lo que nosotros hacíamos se echan manos a la cabeza. Por lo visto, lo hacíamos todo mal, porque la nueva pediatría marca ahora unas pautas completamente distintas. Escuchándolos, se podría pensar que nuestros bebés sobrevivieron de milagro. Tanto ha cambiado, que sé de parejas jóvenes que tienen sus reservas al dejar a sus hijos en casa de sus padres. Y como la vida es un círculo, resulta que se repite la historia, porque nuestras madres no entendían cómo alimentábamos a nuestros bebés; el caso es que entonces también había pediatras, y seguíamos al pie de la letras sus indicaciones, que contradecían la forma en que nos cuidaron a nosotros, que también debimos sobrevivir por chiripa, si comparábamos lo que decía el pediatra de nuestro hijo con la doctrina de toda la vida. Esa preocupación de los padres jóvenes nos mueve a una mezcla de risa y ternura; al final los niños crecen de cualquier modo, porque es esa atención las que les crea un ambiente de seguridad. Pero si miramos hacia atrás nos damos cuenta de que la vida se va haciendo cada vez más estricta, y nos asombramos de cómo superamos nuestra infancia casi sin pediatras, sin revistas especializadas en cuidado de niños, sin sillitas en los coches y dejando muchas cosas al azar. Claro, tampoco entiende hoy un adolescente cómo se podía vivir sin móvil, redes sociales y videoconsolas. Todo cambia.
desempolvar el espíritu de tribu, una especie de identificación con algo que es solo una idea, y los dioses se acercan a los mortales. No importa que queden muy lejos, que solo se les vea pasar un instante, se supone que lo importante es estar ahí para que esos seres del Olimpo vestido de rojo derramen sobre los humanos su gracia, aparte del dinero que cuesta todo ese dispositivo. Ya sabemos aquello de «pan y circo», pero es que hay poco pan. En resumidas cuentas, una papanatada, con todas las cadenas conectadas en directo durante horas, esperando que al final, un dios suplente, el portero del Liverpool Pepe Reina, ensarte una ristra de chorradas a cual más repetitiva. Pero hay que reírse, hablan los dioses. Y el Jefe del Estado, mortal al fin, recibe obnubilado a unos muchachos que lo único que hacen es dar patadas a un balón. Sí, crean ilusión, y está muy bien, pero estos festejos de cuentos de hadas ya cansan. Son (bi, tri, tetra) campeones, pero no son unos héroes. Como decía alguien en las redes sociales, héroes son los que luchan contra el fuego en los bosques valencianos, los que viven el día a día toreando dificultades, los que pasan noches en vela cuidando de los suyos. No nos engañemos, la Selección Española de Fútbol es un grupo de chicos multimillonarios en pantalón corto que juegan muy bien al fútbol (el dinero que cobran es otro asunto, no menor). Es cierto que sus triunfos generan alegría y dan un respiro, pero nada más. De manera que ese viaje a Kiev de Rajoy es justo la imagen que no quería ver en el presidente de un país que, en estos difíciles momentos, necesita creer que sus dirigentes están en lo que están, no gritando «gol» en un palco. Así que, ya vale.