De milagro
Hablando con la gente joven que tiene niños recién nacidos, me entero de que todo lo que hacíamos cuando hace años estábamos en su situación no era lo correcto. Los procesos alimenticios de los bebés son ahora distintos, y cuando le dices a los padres jóvenes lo que nosotros hacíamos se echan manos a la cabeza. Por lo visto, lo hacíamos todo mal, porque la nueva pediatría marca ahora unas pautas completamente distintas. Escuchándolos, se podría pensar que nuestros bebés sobrevivieron de milagro. Tanto ha cambiado, que sé de parejas jóvenes que tienen sus reservas al dejar a sus hijos en casa de sus padres. Y como la vida es un círculo, resulta que se repite la historia, porque nuestras madres no entendían cómo alimentábamos a nuestros bebés; el caso es que entonces también había pediatras, y seguíamos al pie de la letras sus indicaciones, que contradecían la forma en que nos cuidaron a nosotros, que también debimos sobrevivir por chiripa, si comparábamos lo que decía el pediatra de nuestro hijo con la doctrina de toda la vida. Esa preocupación de los padres jóvenes nos mueve a una mezcla de risa y ternura; al final los niños crecen de cualquier modo, porque es esa atención las que les crea un ambiente de seguridad. Pero si miramos hacia atrás nos damos cuenta de que la vida se va haciendo cada vez más estricta, y nos asombramos de cómo superamos nuestra infancia casi sin pediatras, sin revistas especializadas en cuidado de niños, sin sillitas en los coches y dejando muchas cosas al azar. Claro, tampoco entiende hoy un adolescente cómo se podía vivir sin móvil, redes sociales y videoconsolas. Todo cambia.