Traición, deicidio y sama roquera (*)

Suelo decir que la memoria popular canaria de muchos siglos de historia se ha construido con los anclajes del paso fugaz de personajes ilustres, que forman parte del imaginario universal y que aquí los recordamos, además, porque en algún momento de su vida respiraron nuestro alisio y se sentaron a nuestra mesa. Unos personajes nos gustan más y otros menos, pero todos son grandes, y estoy convencido de que en cada época a cualquier criollo de esta tierra la habría gustado compartir mesa, mientras hacían parada y fonda en Canarias, con Juan Sebastián Elcano, Enrico Carusso, María Callas, Winston Churchill, Agatha Christie o Roald Amundsen de paso al Polo Sur. De hecho, en 1935, los poetas surrealistas franceses André Breton y Benjamin Péret estuvieron en Tenerife y todavía se sigue hablando de las tres semanas que duró su estancia.
Por lo tanto, aunque hoy los medios para viajar son otros y en tiempos recientes tener por aquí a un Premio Nobel de Literatura parecía casi lo normal por la residencia en Lanzarote de José Saramago, no es muy frecuente que personajes de ese fuste nos visiten. Y esto ha sucedido la semana pasada, cuando el novelista peruano Mario Vargas Llosa recaló en nuestra ciudad a recoger los máximos galardones que conceden el Ayuntamiento y la Universidad. Entre recepciones, doctorados, conferencias, ruedas de prensa y condecoraciones, MVLL tuvo un momento para almorzar con varios escritores isleños. Algunos son viejos conocidos del novelista y otros compartían mesa y mantel por primera vez con el autor peruano, acto que ha sido tipificado con urgencia isleña como delito de alta traición.
VARGAS LLOSACIMG5775 (2).JPGComparecí como los demás a la hora convenida en un restaurante de la Playa de Las Canteras, y allí, casi tocando la rompiente, había preparada una mesa con copas para vino blanco seco de la tierra, porque dado el escenario y la petición del Nobel, las opciones eran comer pescado o pescado. MVLL llegó, se sumó al grupo y enseguida tuvo que deshacerse de la chaqueta, porque venía vestido con tejidos poco adecuados frente a los restos de la ola de calor sahariano que todavía coleteaba. La brisa marina se confabuló con el vino de Lanzarote para elevar a lo máximo la exquisitez de nuestra humilde pero singular cocina. El gofio escaldado de caldo de pescado y las papas arrugadas alcanzaron el estrellato porque en su sencillez está su encanto.
El mojo rojo tuvo un éxito relativo, porque el picante que ahora se atenúa para ser del gusto europeo -y por costumbre también nuestro- resultó de escasa bravura para paladares entrenados en la cayena blanca y los picantes peruanos; con la cebolla que acompañaba al gofio pasó lo mismo, mucho tiempo en agua y vinagre le había robado su picor natural. Aun así, la combinación salió triunfante, aunque para la próxima vez el chef quedó emplazado a soltarse el pelo con el picante. El calor no incitaba a que la mesa se convirtiera en las Bodas de Camacho. Siguiendo las enseñanzas de Rabelais, la comida fue corta porque eso hará una vida larga, y con Cicerón habrá que convenir que el placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos y por su conversación.
Cabría suponer que con un Premio Nobel de Literatura se habla de Literatura, pero aquello no era la sesión de un congreso, y de alguna forma era el reposo del guerrero que se pasa media vida escribiendo y la otra media explicando lo que escribe. En realidad fue una comida muy literaria, porque se habló de la vida, de los hijos, de la comida, y el centro del debate fue la adivinación sobre si la fritura de pescado que se hizo presente en dos bandejas era de sama roquera, medregal, herrera o de todo un poco. La curiosidad no fue tanta como para que el maître diera la solución. En cualquier caso, estaba sublime. La comida se coronó con café y una bola de helado de vainilla para MVLL.
Aunque el Premio Nobel es autor de una novela titulada El hablador, MVLL es ante todo un escuchador. Pregunta continuamente, siente curiosidad por todo, y causa asombro que alguien como él, uno de los escritores más galardonados de este planeta, pregunte a escritores menos encumbrados por asuntos literarios. Pero esa curiosidad es la que hace que hable siempre con un profundo conocimiento de causa, y lo más sorprendente es oírle decir con cierta frecuencia «no sé», expresión que está prohibida en otros escritores que creen que la prepotencia es un certificado de sabiduría. Y habla, cuando sabe, claro que habla, siempre con una precisión casi imposible en el lenguaje oral; construye cada frase como si estuviese puliendo la prosa, aunque sus palabras traten de asuntos banales o cotidianos. Cuando tratamos de transcribir lo que hablamos, vemos que hay frases inacabadas, redundancias, titubeos, expresiones inexactas y luego corregidas. En MVLL no. Con esa capacidad gramatical a toda prueba de armar un discurso oral improvisado con la misma pulcritud que una página escrita sólo he conocido a dos personas: MVLL y el ya desaparecido profesor y crítico canario don Joaquín Artiles.
A estas alturas, cabe preguntarse si el eventual instinto periodístico de los comensales los llevó a hacerle las preguntas que muchos quisieran ver respondidas aunque algunas nadie se atreverá a hacérselas: ¿Es usted de derechas o de izquierdas? ¿Por qué se produjo su distanciamiento de García Márquez? ¿Por qué se presentó a la Presidencia del Perú sabiendo que aquel es un estado imposible compuesto de mil miradas como los ojos de un insecto? No hay secretos en lo hablado durante la comida, pero si los hubiera, no podrían contarse. ¿Los hay? Siempre hay confidencias, retazos de intimidad, expresiones e incluso juicios sobre esto o aquello, porque en una reunión de amigos, con comida exquisita y por poco que sea el vino de La Geria, hasta un Premio Nobel baja las defensas en algún momento, y los amigos no mancillan la confianza. Con el delito de lesa majestad de acudir a la comida, ya serían demasiadas traiciones para un día. Como conclusión, hay que apuntarse a lo que el propio MVLL dice en García Márquez: Historia de un deicidio: «El creador literario se rebela contra la realidad e intenta sustituirla por la ficción que él mismo fabrica, suplantando en cierto sentido el poder de Dios». Pues eso, además de traidor, hereje.
(*) Este trabajo se publicó el miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7.

6 opiniones en “Traición, deicidio y sama roquera (*)”

  1. Siempre he dicho aquí que soy un fanático de Vargas Llosa, lo cual me ha significado reprimendas de culochichis sin mayor importancia.
    La tan cacareada pugna con García Márquez se resume en una simple verdad: Desde «Crónica de una muerte anunciada» y «El amor en los tiempos del cólera», el Gran Gabo (como le llama el pelota de Bryce Echenique) sólo ha producido una polémica gramatical y algún escrito de compromiso editorial.
    Vargas no ha llegado a escribir «Cien años de soledad», pero no ha parado de hacer cosas buenas. Y los gilipollas de cierta adscripción política tirando a rojo sin llegar, haciendo el ridículo en cuanto tocaron poder, mientras la Academia Sueca le concedía los mayores honores.
    Con motivo de su visita, hice una ácida crítica al sistema educativo actual en un artículo que el bueno de Guerra Soria no ha querido publicar esta vez. Pudores que siguen siendo determinantes.
    Me iba a ciscar en todas esas idioteces, cuando descubro la botella de agua que sale ahí delante. ¡Hombre, hombre…! Aunque yo sé que por ahí debió andar alguno más, salen en la foto mi Dios Vargas Llosa; su Mesías redentor y una botella de agua de las mías, justo en la semana antes de la Santísima Trinidad.
    Foto fuerte, coño, me la vas a mandar para ponerla de fondo de pantalla.
    (Y el agua de teró NO produce produce problemas en los riñones ni tiene malas cantidades de sales, sino más bien al contrario. Cagontó.)

  2. Emilio, como siempre. Un bonito comentario. Vargas Llosa, uno de mis escritores preferidos al que comencé a leer por «La Tia Julio y el Escribidor».
    Un saludo

  3. No comento el artículo sobre el almuerzo literario, pero no me suena a sincero, ¿no había mas comensales?
    Y por qué el comentarista Sergio Naranjo, critica e insulta a todo el que no le gusta el comensal invitado, del cual no es admirador sino fanático.
    Me sumo en mi desconcierto, qué tiene que ver el c… con las témporas?

  4. MANOLITO:
    Gracias por llamarme nada menos que comentarista, a mí, que no paso de sopla… botellas.
    Está visto que Mario Vargas Llosa siempre genera polémica. En alguna de ellas me han dado para el pelo quienes se llevan mis iras en este comentario. Si cuando uno dice que le gusta «La fiesta del Chivo», pongamos por caso, y a otra persona no le gusta, eso está bien, nada que decir. Pero si cuando uno lo dice porque el autor es de derechas, o no está a favor de Palestina, o se haya presentado a presidente del Perú, o tenga una disputa con Gabriel García Máquez, eso, amigo Manolito, sí me parece a mí confundir el c… con las témporas. Usted verá.
    ¿Que no le gusta? Lo siento.
    Peor es que uno tenga que tragarse el sota, caballo, rey de quienes se creen en la posesión de la Verdad tan sólo porque son militantes de izquierda. Mire, la disputa política forma parte de la Literatura, naturalmente. Tanto como la pretensión de apartar a la política de la Literatura, permítame esa pretensión.
    ¿Fanático? Puede ser… de su literatura, eso espero le haya quedado claro. Sus ideas políticas (ni las suyas de usted, Manolito) me importan un pepino.
    Yo no insulto, pero la libertad de criticar no me la quita nadie, qué le vamos a hacer.
    Me alegro de no estar de acuerdo.
    Eso es signo de riqueza en el gusto literario.
    Y si quiere que le diga la verdad, hasta me alegraría agarrarme a peliar con quien haga falta si se trata de Literatura.
    Que más jodío es hoy por hoy que la semana tenga viernes.
    Un saludo.

  5. Creo que algo he comentado sobre Vagas Llosa, como muchos lo descubrí en La Laguna, era el «Boom» de la Literatura Latinoamericana, no recuerdo exactamente si mi primer libro de VLL: fue La Casa Verde o Conversación en la Catedral, las dos me maravillaron, la Ciudad y Los Perros fue más adelante, y creo que la idea que tengo de él es de un hombre que le gustaba hablar, no escuchar, curioso si, descubrí tb La Tia Julia y el Escribidor y seguí esa polémica en forma de Novela.
    Después me desilusionó, La Fiesta del Chivo me hizo volver, pero luego volví a dejarlo, «El Sueño del Celta» no me gustó, lo siento porque veo que le gusta a todo el mundo.
    La Comida tendría que ser interesante, porque como bien dices aqui si llegan los Nobel, Interesantes escritores que poco pueden escribir según le pasó a Camilo Jose Cela. Pero tuvimos a Saramago, y ya se sabe, descubriendo lugares se toman notas para otra novela, no sé si saldrá Una Vieja, que es lo que deberian haber comido mejor que una Sama, o saldrá el Gofio Escaldado, veremos….el caso es que de forma disstendida se comunica sempre mejor, y decir No Sé es porque se está ya muy seguro que nunca podremos saber todo de todo.
    No entiendo a quien dice que no suena un almuerzo sincero.
    Y de los escritores Canarios somos nosotros los 1ºs en tener que conocerlos. Una tertulia literaria es una buena manera de empezar. Saludos.

  6. Tuve la oportunidad de comprobar lo que Emilio cita en su post sobre la pulcritud del lenguaje oral (del escrito, desde hace mucho tiempo está fuera de toda duda) de Vargas Llosa en la entrega del título de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Las Palmas.
    En esa ocasión habló sobre la génesis de su primera novela, «La ciudad y los perros», pero no se limitó a un mer recetario (podría haberlo hecho y nadie se lo hubiese recriminado), sino que disertó sobre su vida y su obra ¡durante más de una hora! sin leer su intervención, ni siquiera sin el apéndice de una mísera hoja delante para no perderse entre los vericuetos de la memoria.
    Disertó (mejor que habló) con una maestría y un dominio del lenguaje que ya quisiéramos el resto de los mortales que cuando hablamos en público debemos conformarnos con una pobres y desordenadas palabras balbuceantes.
    El recuerdo que deja una intervención de tal calibre deja una huella indeleble en la memoria.

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