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Noticias que se diluyen

No sé si a ustedes les ha ocurrido, pero durante años he ido conociendo noticias que luego se diluyen y es como si nunca hubieran existido. Unas veces es que se ha descubierto una sustancia que está en una planta rarísima o muy común y que es capaz de curar determinada enfermedad; otras que alguien ha patentado un artilugio que es capaz de resolver un problema hasta el momento irresoluble, y así cientos de asuntos. Luego pasan los años y la tal enfermedad continúa siendo incurable y del artilugio maravilloso nunca más se supo.
zzFoto0322.JPGPuede ser que haya intereses que impidan que esto se desarrolle, como se suele denunciar a menudo, y seguramente en otras ocasiones quien redactó la noticia nunca la contrastó. Ahora nos llega un despacho de la Agencia EFE desde lima, en el se afirma que un peruano ha sido premiado por el invento de un sistema multiplicador de fuerza que por lo visto resuelve la escasez de energía en nuestro planeta. Si esto es así, no entiendo cómo es que los gobiernos, la ONU y todos los poderes terrenales no están encima de este asunto que nos libraría de seguir deteriorando nuestro hábitat con la quema de combustibles fósiles y de paso deteniendo el cambio climático, arreglando lo de la capa de ozono y todo lo demás. No sé si de nuevo serán los intereses los que condenen al ostracismo semejante maravilla, o si realmente este invento tiene las expectativas que se le adjudican. Lo cierto es que me temo que esa noticia que aparece en los medios (no muy destacada, porque algo así tendría que abrir los telediarios e iría en primera plana a cinco columnas) se habrá olvidado en poco tiempo, y en unos años, alguien que tenga buena memoria o vaya a una hemeroteca se preguntará qué pasó con el invento de aquel peruano que iba a resolver planetariamente el problema de la energía. Ojalá me equivoque esta vez.

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Hay objetos que tienen alma

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Cada uno de nosotros tiene un objeto (o varios) que trascienden su valor real, porque tienen un significado especial: el reloj heredado del abuelo, aquel llavero que fue el puente de una relación o el anillo que alguien nos regaló. Hace unos días Serrat comentaba que guarda con especial cuidado la primera guitarra que tuvo, un regalo que a su padre le costó un gran esfuerzo económico y con la que pulsó sus primeros acordes. Esas cosas tiene aun más valor, porque formaron parte de nuestra vida durante un tiempo, a veces años, y son para nosotros como seres vivos, compañeros de viaje con los que muchas veces hasta hemos hablado. Hay niños que se encaprichan de una almohada, de una manta frisada o de un muñeco de peluche, que para los demás no solo carece de valor sino que es sencillamente un trasto que hace tiempo tendría que haber estado en la basura. Pero, ¡ay! Cuidado, porque ese peluche barato, que tal vez fue adquirido en un bazar de paso, en una estación de tren, en un aeropuerto, a lo mejor de manera apresurada para cumplir un compromiso, se convierte en compañero inseparable de un niño, que poco a poco le va insuflando vida, con el soplo de tantas noches compartidas y hacerle sentir que siempre estaría ahí. Por eso rindo hoy homenaje a esos objetos tan queridos que, aunque sean de lana, algodón o franela, son depositarios de una memoria afectiva muy humana, y porque seguramente serían el mejor regalo para alguien que creyendo haberlos perdido los vuelva a encontrar.