El Sahara Occidental es un territorio rico en fosfatos (Bu-craa), gas natural y petróleo, cuya cuantía se desconoce, pero que en cualquier caso no es desdeñable. Si a ello añadimos el control de la costa que sostiene a uno de los bancos pesqueros más ricos de la zona, es indudable que las apetencias de control sobre el Sahara Occidental son eminentemente económicas, aunque se argumenten motivos de índole histórica, etnográfica o incluso política. El Mediterráneo es un diapasón que expande su tesitura hacia todas partes. Es tan peligroso un conflicto latente en su extremo occidental como lo es en su parte oriental, sea Palestina, Egipto, Chipre o Turquía, como lo fue y aún lo sigue siendo el conflictivo mundo balcánico. Lo que no se comprende es cómo las grandes potencias y las organizaciones supranacionales se alarman hasta el punto de intervenir cuando algo va mal en Los Balcanes o en Oriente Medio y permanecen de brazos caídos cuando las tensiones se originan en la puerta oeste del Mediterráneo. África vive momentos muy duros, y a ello no son ajenos los países europeos que en otro tiempo fueron metrópoli de estos territorios. El noroeste de del continente es una bomba de relojería, pero a los dirigentes que pueden amortiguar ese peligro no parece importarles. Aunque parezca que el peligro está dormido, puede reactivarse en cualquier momento, y tal vez entonces sea tarde. Y mientras tanto, los saharauis sigues sufriendo la indiferencia de las grandes potencias. Esto, tarde o temprano, pasará factura.
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