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Los autores son víctimas, no delincuentes

Por si no estuviera suficientemente minusvalorada (por no decir desprestigiada) la actividad artística e intelectual en España, la Guardia Civil acaba de entrar a registrar la SGAE por orden de un juez de la Audiencia Nacional. Y esto sólo ayudará a confundir las cosas, a meter en el mismo saco a quienes viven de administrar lo que otros producen, los que recaudan y no reparten con la transparencia adecuada y los que trabajan con su esfuerzo y su talento produciendo obras de todo tipo que enriquecen la cultura colectiva de este país. zPalacio_Longoria_(Madrid)_01[1].jpgAquí se ha llegado a decir (Rodríguez Ibarra lo hizo, parece mentira) que él tiene derecho a disfrutar gratuitamente de una canción tomada de internet o de donde sea. Los artistas e intelectuales que componen canciones o sinfonías, que crean poemas, novelas o teatro, que realizan labores de indagación o que reflexionan y publican sus conclusiones deben hacerlo por amor al arte. Horas, años de dedicación no tienen fruto, pues los internautas consideran que la cultura es gratis, y al mismo tiempo la SGAE y el Gobierno crean un canon digital que es un asalto a cualquiera que compre un soporte o un aparato (CD virgen, grabadora, ordenador, fotocopiadora, reproductor…) Luego viene el reparto de ese canon, que alguno sabrá a dónde va, pues conozco a muchos socios de la SGAE (yo mismo lo soy) y nadie ha visto un solo euro por ese concepto. Alguien cobrará, supongo. Y ya veo venir las manipulaciones dando a entender que todos (los artistas, los intelectuales, los socios obligados de la SGAE) son lo mismo que los que cometen irregularidades. Si finalmente hay delitos (ya lo dirán los tribunales) los autores no son los delincuentes, son la primeras víctimas, porque esos delitos se cometen contra un dinero que les pertenece; luego están las cuestiones fiscales y de otro tipo, pero eso ya no es cosa de los autores, que simplemente dedican su tiempo a crear cultura. Si los intelectuales siempre han sido un referente social y moral, parece que hay muchos empeñados en convertirlos en indeseables a los ojos de la comunidad. Y la cultura española sufrirá por esto. Sin cultura, el embrutecimiento es cuestión de tiempo. Será eso lo que quieren.

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¡Viva Cartagena! (*)

Los que mantienen a marchamartillo el discurso de la unidad y uniformidad de España debieran darse una vuelta por la historia. Así se percatarán de que España es un estado muy centrífugo, con una permanente tendencia a la desunión. En realidad, cuando acuñaron el término «balcanización» para procesos de fragmentación de un estado, en realidad debieron llamarlo «españolización». De manera que, aunque no sea deseable ni práctico, no es tan raro lo que ocurre actualmente, y cuando se redactó el Título VIII de la Constitución de 1978 que trata de las autonomías, los diputados no lo hicieron porque sí, sino porque conocían la historia, y pensaron que dejando abiertas juntas de dilatación entre los territorios sería menos probable que el edificio español se partiese. Cuando España estuvo por primera vez bajo un mismo mandato fue en la corona de Carlos I, puesto que los Reyes Católicos dejaron que Castilla y Aragón fuesen entes distintos. Antes hubo muchos reinos, condados, señoríos y marcas, y en tiempos de Felipe II había gobernadores y fueros en cada zona. Así se mantuvo a duras penas la unidad bajo una corona. En el años confusos entre 1868 y 1874 (había tres guerras civiles simultáneas) hasta nació una república, pero incluso entonces surgieron diferencias entre unitarios y federalistas. Tanta era la potencia descentralizadora, que no sólo Andalucía o Cataluña querían ser un estado (los vascos y los navarros ya lo intentaban con las guerras Carlistas), sino que muchas ciudades se constituyeron en estados por su cuenta: Sevilla, Valencia, Alcoy, Salamanca, Tarifa y muchas más, hasta pueblecitos como Jumilla o Camuñas. Donde hubo mayor resistencia fue en Cartagena, pues los sublevados tenían las armas del arsenal militar, que requirió la presencia del ejército central para rendir la ciudad. La tercera guerra fue la llamada de Los diez años con Cuba.
zzzzz10065281.JPGPor eso no es nuevo que ahora los de Bildu se monten su película, los catalanes sigan con la suya y, por la fuerza de la costumbre, un día de estos la comarca del Maestrazgo o la parroquia de Caldas proclamen su propio estado. Es lo de siempre, y por eso estados como Gran Bretaña, Francia o una república federal como Alemania nos miran con desconfianza. No hay manera de que al presidende del Barça se le haga decir España (dice estado español), los del PNV juegan con fuego apoyando a Bildu y algún editorialista canario sigue echando leña al fuego de la independencia con lenguajes y argumentos que a Secundino Delgado y Nicolás Estébanez les habrían parecido ridículos, por viejos y demagógicos. Pero esa es la España que heredamos de los Reyes Católicos, cuyos dirigentes no son capaces de hacer frente común ni cuando se quema la casa. Fue el pueblo el que se levantó contra Napoleón mientras los políticos discutían, y el desprestigio de la política acabó con la monarquía de Alfonso XIII. Durante la II República no fueron capaces de ponerse de acuerdo en lo esencial, y prefirieron una guerra civil antes que ceder un palmo. Esta España no es nueva, pero no se preocupen, las juntas de dilatación son generosas y no se romperá, pero tanta diatriba de barrio no nos deja avanzar. A veces me pregunto si Aznar, Artur Mas, Felipe González o Esperanza Aguirre se dan cuenta del daño que pueden hacer sus palabras. De Zapatero, Rajoy, Rubalcaba y Mª Dolores de Cospedal ni hablo. Cada uno a lo suyo: ¡Viva Cartagena!
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(*) Esta expresión se menciona también si alguien monta un numerito para despistar cuando mete la pata o le queda grande algo que está haciendo; y viene porque, poco después de que el cantón de Murcia y Cartagena fuese derrotado por las fuerzas del estado central (1871), un cantante de ópera que actuaba en el teatro de la ciudad estaba haciéndolo de pena, entre el descontento del público. Para que el murmullo creciente no se convirtiese en pitada y pataleo, el tenor se plantó en medio del escenario y, sin venir a cuento, gritó. «¡Viva Cartagena!» Como aún los sentimientos cantonalistas de los cartageneros estaban a flor de piel, el público estalló en vítores y una cerrada ovación. Lo hemos visto en algunos cantantes que vienen a Las Islas y empiezan a hablar en el escenario de su amor por Canarias y a veces entrando en rivalidades y pleitos locales, tratando así de ganarse al público. El truco es viejo, pero a menudo funciona.