Siete por tres veintiocho y me llevo tres
Hay números que no cuadran, y para eso no hace falta ser Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Gobernador del Banco de España, que ha dado unas recetas que se resumen en subir y bajar. Según él, hay que subir el IVA (supongo que aquí le toca al IGIC) hasta alcanzar el 21% y bajar los salarios, que por cierto es lo único que se le ocurre bajar. Pues muy bien; si suben los impuestos indirectos habrá encarecimiento, y si encima bajan los salarios ya me dirán ustedes a donde irá a parar el consumo, que es uno de los motores de la economía. Pensará el Gobernador que como aquí el turismo es líder quienes tienen que gastar son los visitantes, que en sus países cobran salarios decentes, y los españoles a trajabar para ellos a precio de risa. Una cosa es que uno maneje poco los números (puede verse por el título) y que sus saberes macroeconómicos sean leves, y otra mis distinta es que se le pueda meter el dedo en la boca sin peligro. Nada ha dicho el señor Fernández Ordóñez de bajar las comisiones bancarias, de subir los impuestos a las grandes fortunas, de reordenar el SICAV (Sociedad de Inversión de Capital Variable -de grandes capitales, por supuesto-), donde se van retardando los impuestos hasta el día del Juicio Final (es ahora cuando se necesitan). Tampoco habló de los 194.000 euros anuales de su salario. Me da vergüenza ajena ver una y otra vez cómo personas que se gastan en un almuerzo dos o tres salarios mínimos, se quejan con cara de vícitma de lo caro que es el despido y de la necesidad urgente de compaginar los salarios con la realidad (compaginar es bajar y la realidad es la suya). Se supone que el Gobernador del Banco de España es un cargo público que tiene que defender la economía del Estado y los intereses de los ciudadanos, pero jamás ha dicho una sola palabra sobre los muchos desmanes que los poderes financieros perpetran cada día impunemente. Y vuelven una y otra vez con el mismo discurso agotado destinado a mantener un capitalismo voraz, también agotado.
Pero si los eclipses de Luna son curiosos, los totales de Sol son tremendos. Cuando digo eclipse total es total, y el último que de esas características hemos visto en el centro de la diana en Canarias sucedió el 2 de octubre de 1959. A las 11:45 de la mañana de un día luminoso, oscureció totalmente; se veían las estrellas y las aves buscaron su palo para dormir. La ignorancia de lo que estaba sucediendo hizo que muchas personas fuesen presa del pánico, mientras gritaban que era el fin del mundo que se había adelantado, ya que por entonces estaba anunciado para 1960, tres meses después, que era cuando decían que iba a ser abierta la tercera carta de Fátima. Mientras tanto, los niños en la escuela no se asustaron, porque los profesores los habían preparado, y lo observaron con cristales ahumados. Luego hubo otro eclipse total de Sol el 30 de junio de 1973, y se anunció a bombo y platillo porque el avión Concorde repleto de científicos y periodistas salía de Gando para seguir la ruta del eclipse y observarlo por más tiempo. Pero no se hizo de noche, fue como un día nublado, y hasta circulaba el chiste de que al día siguiente iban a repetir el eclipse porque no había salido muy bien. Pues lo mismo ha ocurrido con el de Luna, porque las nubes no lo han dejado ver en Las Palmas. Seguramente será culpa de Zapatero, y no me extrañaría que el PP pida que lo repitan.