Políticamente correcto
La Constitución española de 1978 establece en una serie de artículos (especialmente los comprendidos entre el 10 y el 18) los derechos fundamentales de los ciudadanos y la no discriminación por ninguna razón física, ideológica o de otra índole. Eso es básico, y el manual del ciudadano ejemplar debe tenerlo en cuenta porque cuando se transgreden las normas establecidas siempre salen perjudicados colectivos en debilidad. Y no digo minorías porque, aunque en la mayor parte de los casos esos colectivos son minoritarios, porque los hay, como las mujeres, que siendo mayoritarios parten con una desventaja que se ancla en razones históricas de todo tipo. Eso está muy claro y desde luego es necesario defenderlo y proclamarlo. Sin embargo, valiéndose de esas discriminaciones terribles, hay quienes tratan de dañar a los demás, porque a menudo se confunden las cosas. El problema es que cuando se entra en duda casi siempre quien pertenece a un colectivo de los tenidos por fuertes parte como culpable. Esto pasa ahora con el jugador del Barça Busquets, al que acusan de insultos racistas a Marcelo, del Real Madrid, porque se dirigió a él en el campo y lo llamó «mono». Busquets se defiende diciendo que lo que dijo fue que Marcelo tenía mucho «morro». Morro o mono, esa es la cuestión, y algo tan sutil ha tenido diversas interpretaciones, y con tan leves argumentos se puede dictar una sentencia siempre dudosa, que en este caso es menor porque se trata de no jugar unos cuantos partidos de fútbol, pero en otros casos hay que hilar muy fino porque puede comprometer gravemente la libertad de alguien que pudiera ser inocente. Este es un tema muy delicado, porque por un lado es necesario erradicar todo asomo de racismo, machismo y todo lo negativo que se quiera, y por otro hay que evitar que esa idea de corrección política se utilice indebidamente.
La catástrofe de Lorca ha sucedido cuando ningún adivino la había anunciado, mientras se entretenían en vociferar sobre otras ciudades, que siempre tienen cancha porque están en el ADN de nuestra civilización. Roma no es una ciudad más, es «la ciudad» sobre la que se profetiza porque es el centro de una religión multitudinaria. Lorca, sin embargo es un punto en el mapa, como tantas ciudades que suelen ser nombradas solo los domingos y en Carrusel Deportivo porque tienen un equipo de fútbol aunque sea en Segunda B. España es solar de poblaciones muy importantes, que quedaron relegadas casi al olvido cuando a mitad de siglo XIX el país fue dividido en provincias y se dio protagonismo a las capitales. De esta quema de memoria apenas se han salvado Vigo, Santiago, Gijón, La laguna y poco más, y se ha recuperado recientemente Mérida, pero en la Historia grande de España hay docenas de ciudades que fueron las que crearon la columna vertebral de un Estado y que hoy apenas si son conocidas: Astorga, Calatayud, Úbeda, Ciudad Rodrígo, Burgo de Osma, Plasencia, Tudela, Zafra, Cartagena, Antequera, Betancuria, Seu de Urgel, Medinaceli, Toro, Baeza… Lorca es una de esas ciudades que han construido nuestra historia. Dicen los responsables culturales que buena parte del patrimonio destruido por el terremoto es irrecuperable. Una lástima, pero ninguna tan grande como la vida de las personas que se ha llevado la fuerza desatada de la naturaleza. También es una lástima que Lorca entre en el mapa por una desgracia.