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El tiempo en una tarima

Casi siempre, los actos públicos se componen de una tarima en la que están quienes van a decir algo y una sala en la que se sientan los asistentes. Y esto sucede en conferencias, presentaciones de libros, entregas de premios o mesas redondas. Uno de los problemas que hay que tener resuelto de antemano es la duración. Decía Guillermo Díaz-Plaja en su libro Cómo hablar en público, que un acto de este tipo debe duran alrededor de 45 minutos, que es el tiempo que él estimaba que aguantaban las posaderas de un asistente sin removerse. Aunque el acto sea brillante, si se pasa de tiempo, el comentario final será: «muy bien, aunque un poco largo»; si dura menos, la gente dirá: «un poco corto, pero muy bien». Y lo que queda es lo último, es decir, «muy bien» o «un poco largo». O sea, el tiempo es un factor determinante.
ttiem.JPGOtra cosa es una gala, que como tiene elementos del espectáculo puede alargarse, pero no más de las dos horas. Y esto es elemental, pero parece que cuando la gente sube a una tarima o coge un micrófono no se da cuenta de que si se pasa en tiempo dará igual lo que diga, siempre quedará mal. Y esto lo comento por la ceremonia de los Goya, en la que reciben premios personas que se supone deben conocer el funcionamiento del tiempo en la comunicación. Pero ni así, repiten nombres y agradecimientos hasta el infinito y queman al público. Los hay, como Jack Palance en el Oscar, que hasta se ponen a hacer flexiones mientras la gente no sabe qué cara poner para disimular la vergüenza ajena. Y esto lo advierto siempre antes, cuando participo en presentaciones de libros, míos o de otros, «no más de 45 minutos, y a ser posible un poco menos». Pero es predicar en el desierto, pues cuando alguien coge un micrófono se le para el reloj y se comporta como si fuera el dueño del tiempo de los demás. Y no lo es.

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El dinero de Educación

El discurso de Obama es contundente: la educación es prioritaria si Estados Unidos quiere seguir siendo líder del mundo. Los países más avanzados tienen muy claro que cada céntimo que se invierta en educación es una garantía de futuro. Por ello, a pesar de la crisis, mantienen sus presupuestos educativos e incluso -como en Estados Unidos- los aumentan, precisamente para contrarrestar el efecto dañino de unos años malos. Y lo mismo sucede con la investigación. Por eso estos países van a la cabeza del mundo.
Fernandoaq Ojeda.jpgQueremos estar en ese pelotón de cabeza (hace un par de años presumíamos de haber adelantado a Italia), pero no se pedalea con la fuerza necesaria. Si antes los porcentajes del PIB destinados a educación e investigación eran pobres, ahora lo son más. Y esa es la apuesta que nuestros dirigentes hacen para el futuro. Ocurre en España y ocurre en Canarias, donde se congelan o empequeñecen partidas educativas, mientras los cabildos y ayuntamientos recortan sus servicios de apoyo a la educación (algunos incluso desaparecen). Para colmo, nuestros dirigentes -que no se distinguen en general por ser muy ilustrados- no pierden ocasión para desprestigiar al profesorado, piedra angular de cualquier sistema educativo. Y así estamos, pero en vista de cómo va el proceso estaremos peor. No se han enterado todavía que el dinero que va a educación no es gasto (se gasta en festejos inútiles y comilones innecesarias), el dinero que va a educación es una inversión de futuro. Ya, ya, sigan riéndose y volveremos a niveles impresentables.

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La foto es de Fernando Ojeda y se ha publicado en Canarias7

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Obsolescencia

Escuchaba en la radio un reportaje sobre la duración de los objetos técnicos, sean automóviles, electrodomésticos o móviles, y la verdad es que se le ponen a uno los pelos de punta cuando escucha que cada año en Europa se tiran a la basura millones de toneladas de objetos, que luego van a parar a los basureros oficiales que están en países del Tercer Mundo como Nigeria. basura%20ELEC[1].jpgComo nuestra economía se basa en el consumo, es necesario aquilatar la duración de un aparato, para que en poco tiempo haya que comprar otro. Esto se entiende porque es el flujo económico en el que andamos metidos, pero significa un derroche de materias primas (el reciclado aún es un porcentaje muy pequeño) y la producción de basura tecnológica muy dañina. Y lo peor no es que los aparatos se estropeen después de un determinado tiempo de uso, es que también hay lo que se llama obsolescencia social, porque hay que cambiar de móvil por otro más moderno que finalmente hace lo mismo. A algunos aparatos les añaden en cada generación una cosita más, y esto significa que a los dos meses ya es antiguo, y como somos presa de la moda hay que comprar otro. Es aterrador, pero por otra parte vemos cómo se bloquea el sistema desde que la gente deja de comprar. Este es un debate que no se ha abierto a lo grande, porque significaría cambiar el sistema económico, y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato.