Manuel Rivas, uno de los escritores gallegos más reconocidos en los últimos años, insiste y persiste en hablar siempre de Cunqueiro, de Valle-Inclán, de Torrente Ballester, incluso de Cela, cuando se refiere a la prosa. Rosalía es su bandera cuando habla de poesía. Y es que Rivas se mira en los prosistas gallegos, escribieran en castellano o en lengua galaica, y algo deben tener cuando en castellano alcanzan cotas tan excelsas como las de Valle, Cela (aunque no me caiga simpático) y el propio Torrente.
Posiblemente algunos escritores gallegos han escrito en castellano buscando mayor difusión de su obra, pues han visto cómo prosistas excepcionales del tamaño de Pla en catalán o el mencionado Cunqueiro en gallego nunca han tenido el reconocimiento del gran público. El caso es que esa raíz gallega se nota en el castellano de escritores de esa procedencia, y curiosamente los pone en el pelotón de cabeza de los que mejor manejan el idioma.
Este 2010 es el año del centenario de Gonzalo Torrente Ballester, un escritor que cultivó muchos géneros, desde la crítica al teatro, el periodismo e incluso la poesía. Pero Torrente es ante todo un narrador de primer orden, una pluma de una potencia narrativa como pocas en la España del siglo XX. Siempre estuvo al margen de ese mano a mano mediático que se había establecido, sin quererlo uno y queriéndolo el otro, entre Delibes y Cela. Don Miguel era la discreción y el trabajo continuo, Cela practicaba el esperpento valleinclanesco en sus apariciones públicas, y cuanto mayor era su denuedo en epatar, más se resentía su prosa, que tuvo su cima en los primeros años de su carrera.
Torrente aparecía siempre como un tercero en discordia, que no era tal, porque a veces se le adelantaban Goytisolo o la entrada brutal de los narradores latinoamericanos en los años sesenta, de la mano de Carmen Balcells y Seix Barral. Torrente seguía ahí, haciendo su obra, como un albañil al que el frío y el calor no le afectan, y cerrando ciclos que hoy son referencia en nuestra literatura, como el de Los gozos y las sombras, que conocimos a gran escala a través de la adaptación que hizo la televisión.
Hay luces y sombras en los primeros años de la biografía del escritor, pero lo cierto es que no hay acuerdo sobre cuando entró a formar parte del grupo de los cercanos al falangismo del Cara al Sol. Uno le atribuyen incluso algún verso de ese himno, otros simplemente aseguran que era amigo de Ridruejo, pero el dato que más me interesa es que cuando publicó en 1943 la novela Javier Mariño la censura se cebó con ella. Se ha dicho que es una novela apologética del falangismo, pero no es cierto, es un retrato de un personaje acomodaticio que ve con gran ironía el régimen de entonces. Esto, claro, le cerró muchas puertas, y así nunca pudo llegar a una cátedra universitaria, tenía el estigma de contestatario, y desde luego sufrió en algún momento la presión del franquismo hasta el punto de que hubo un tiempo en que se tuvo que marchar de España.
De manera que, hay que andarse con cuidado cuando se tilda de falangista a Torrente, y así, de un plumazo se le trata de hacer cómplice de un régimen del que él abominó muy pronto. Nadie es completamente culpable ni totalmente inocente, y Torrente Ballester es un escritor que atravesó un siglo muy convulso de la historia de España, y por ende de su literatura, y siempre dijo lo que creyó necesario, aunque ello le costara el silencio en algunas etapas de su vida, que sus últimos años transcurrieron en Salamanca y recibió todos los grandes premios a que fue merecedor. Lo impresionante de la obra de Torrente Ballester es esa hiperactividad que tuvo durante su larga vida, lo que lo convierte en uno de los autores de obra más extensa en la literatura española del siglo XX.
Una de las actividades menos conocidas de Torrente fue su vinculación con el teatro. Autor de una docena de obras importante, tiene una dilatada actividad como crítico teatral, hasta el punto que, durante décadas, una obra no triunfaba del todo en Madrid si no conseguí los parabienes de López Sancho, Haro Tecglen y Torrente Ballester, generadores de opinión y responsables de la consagración o el infortunio de autores y obras en los escenarios madrileños.
Cuando hablamos de Torrente Ballester estamos por lo tanto ante una de las plumas más ilustres del siglo XX español. Participó en cuantos movimientos se cruzaron en su camino a lo largo de su vida, anclado en un recio clasicismo pero abierto a las nuevas formas. Prueba de ello es el atrevimiento de escribir un libro tan osado como La Saga-Fuga de JB, posiblemente el último y más grande intento de dinamitar la estructura de la novela clásica, una impactante irrupción que puso contra la pared a todos los experimentalistas que lo daban por desfasado. Lo cierto es que, después de esta obra, los experimentos cesaron, porque ya no se podía ir más allá, de la misma forma que después de El Quijote ya no fue posible hacer con fortuna libros de caballerías.
Conviene volver sobre la obra de Torrente, uno de los estilistas del idioma, que se movió desde la humildad pero que siempre fue un osado con la pluma. Nunca se paró en lo que tenía éxito, siempre intentaba otra cosa, e hizo muchas, y dejó por ello una vasta y certera obra literaria.
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(Este trabajo fue publicado ayer en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7)
Un comentario en “Los cien años de Torrente Ballester”
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Tanto Dionisio Ridruejo como Gonzalo Torrente Ballester acabaron de aquella manera con el franquismo, y por eso se les asocia, pero lo de ir a ponerlo en línea con Cela y Pemán es la idea calenturienta de algún mediocre de los tantos que dió la Transición. En eso estoy de acuerdo contigo. El problema en España siempre han sido quienes la llaman «este País» para evitar su nombre, ignorando a Claudio Sánchez-Albornoz, por ejemplo. Siempre los dos bandos, en todos los aspectos: Hay quienes están con los saharauis, hay quienes (como yo) recordamos los asesinatos del Frente Polisario, las familias destrozadas, los amigos que se fueron. Yo tuve uno. Y eso marca.