Yo creo que en Europa Oriental hay una capacidad de endiosamiento tremenda, y quienes ocupan cargos públicos acaban creyendo que son enviados del Destino. Lo más terrible es que también lo creen los ciudadanos, y los presidentes de esos países viven rodeados de una pátina de intocabilidad. Esto se ve claramente en Rusia, en Serbia, en Ucrania y, por supuesto, en Polonia.
Esa «superioridad» amilana a todo su entorno, y pienso que también creen que, además de intocables, son invulnerables. En pocos años varios presidentes y primeros ministros de países de Europa Oriental han muerto en accidentes aéreos. Debe ser que se piensa que los aviones vuelan por empuje del aura del líder. El caso es que, entre aviones con mal mantenimiento y pilotos atenazados por las exigencias de sus endiosados viajeros, los aviones se van al suelo con una más que mosqueante frecuencia.
Polonia es un país que ha sido colocado en el mapa precisamente en un cruce de caminos de ambiciones expansionistas unas veces de Suecia o Dinamarca, y las más de Austria-Hungría, Chequia, Ucrania, Alemania o Rusia. Por ello ha sufrido mucho y sus fronteras han sido un acordeón. Desde que tuvo conciencia de nación se aferró al catolicismo como elemento diferenciador de los ortodoxos rusos, los protestantes escandinavos y los luteranos alemanes, y tiene por ello también una cultura muy profunda y a la vez mestiza. Polonia, cuna de legendarios reyes en Cracovia y en Varsovia, ahora se quedan sin presidente, y parece que ese sufrimiento no acaba de irse.
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