Siempre que hablamos de Madeira, mencionamos sus costas escarpadas, sus sinuosas carreteras colgadas de los abismales barrancos de la isla, de su arriesgado aeropuerto que se nombra entre el chiste y el miedo. Pero Madeira es mucho más para los canarios, forma parte de un espacio y una historia común, una isla que también fue paso hacia Canarias, y que nos envió los míticos carpinteros de ribera que tanta fama dieron a los astilleros de Gran Canaria, como taller necesario en los viajes hacia América durante siglos. También usamos muchas de sus palabras y, en fin, creo que el archipiélago de Madeira, con sus cinco islas habitadas, es nuestro gemelo del Norte, mucho más afín a nosotros que las Islas de Cabo Verde y Azores, que juntos conforman la Macaronesia (a mitad de camino están las islas Salvajes, deshabitadas, pero también parte del conjunto).
Y esta Madeira hermana es hoy una tierra dolorida por la desgracia, pues también la azotan los mismos temporales que a nosotros. Su orografía es poco aconsejable para quienes tengan vértigo, porque sus acantilados, sus abismos y sus pendientes ponen a prueba el equilibrio de cualquiera. Y esa inclinada orografía es la que, combinada con la lluvia y el viento, es la que ha causado el terrible desastre de ayer. De calles muy inclinadas bajo la lluvia sabe mucho Santa Cruz de Tenerife, y Funchal, la capital de Madeira, ha sido arrasada por uno de nuestros demonios necesarios: las borrascas del suroeste, que son las que llenan las presas y a la vez causan mucho daño. Desde este sur cercano a Madeira, solidaridad con nuestro gemelo archipiélago del Norte.