Hay muchas formas de dictadura, y vivimos inmersos en muchas, grandes y pequeñas, que son como enormes paquidermos que todo lo arrasan. Cuando hablamos de fanatismo pensamos en mentes extremas, enajenadas y entregadas a muerte a una idea; y es así, sólo que las que conviven con nosotros cada día no lo parecen, pues incluso algunas estás cubiertas de una pátina cultural o progresista. No se te ocurra tratar de poner algo de razón en uno de estos pensamientos únicos porque enseguida se rasgan las vestiduras y te acusan de blasfemo de una causa a la que otros suponen tu adhesión inquebrantable, sin que tú la hayas manifestado.
Las cosas tienen muchos matices, y aunque se esté con la mayor parte de ellos hay otros en los que se puede discrepar. Pero no, es un todo monolítico y como abras la boca te conviertes automáticamente en un hereje o un traidor. Hay asuntos intocables en toda su extensión, que pasan por la ecología, la etnografía, la historia, la cultura y cien asuntos más. Hay que andarse con pies de plomo hasta cuando se habla del Carnaval. Si dices que te parece excesivo ese remolque que anuncia las fiestas carnavaleras por la ciudad a medianoche con una música ensordecedora, despertando a enfermos y bebés y que causa un gran malestar a muchos vecinos, resulta que eres un retrógrado que no entiendes que el Carnaval es una manifestación popular que, además, da lustre a la ciudad. Y no es eso, pero como se te ha ocurrido arañar en un matiz pequeñísimo de la idea global, en realidad eres un fascista. Y así pasa con todo, de manera que cada día es más arriesgado poner una idea sobre la mesa.
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