Se ha instalado en el mundo una especie de dicotomía. Por un lado se atomizan las ideas, los planes y los proyectos, y por otro se agrupan más y más corporaciones y países. Pero todo es teórico, porque nada cambia, los empequeñecedores se contradicen y los globalizadores se diluyen en grandes palabras.
Sin movernos de España, Cataluña va a su bola, Euskadi a la suya y en nuestras islas hay diferencias de discurso entre los municipios del norte y del sur de cada isla. Es un «Viva Cartagena» que se hace más y más pequeño, pero que clama a entidades mayores buscando la solución de sus problemas. Muchos se preguntan ¿si Cataluña o Euskadi fuesen las comunidades más pobres se hablaría de soberanismo e independencia?
Por el otro lado, ahí tienen lo de Copenhague con la cumbre del clima. Y ese es sólo un ejemplo, porque existen diversos agrupamientos que finalmente tampoco sirven para gran cosa porque Francia quiere seguir siendo de las primeras de la clase y Eslovenia sueña con llegar a ser Francia algún día. ONU, OTAN, UE, Mercosur, Países ribereños del Pacífico, Conferencia del Mediterráneo, Países Iberoamericanos… Reuniones, focos, declaraciones y al final, siempre lo mismo.
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