Creo que se me nota demasiado mi escasa simpatía por la manera de gobernar en las naciones desarrolladas, y en cómo desde estas se genera la pobreza en los países pobres, además de crear zonas de pobreza en los propios territorios. La voracidad del Primer Mundo, y especialmente de los que controlan el poder y el dinero, es abominable, impresentable, inmoral, asquerosa.
Dicho esto, no es raro que en países subdesarrollados se escuchen los cantos de sirena de quienes dicen que van a sacarlos de la miseria. La teoría es cojonuda, y cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo sentido de la justicia lo firmaría. Pero luego viene la triste realidad, y la pobreza continúa cuando no se hace aún más severa. Es verdad que una parte de esa miseria es provocada desde Walt Street y sus compinches occidentales, pero también hay otros culpables, que se atrincheran en el discurso contra el capitalismo para convertirse en tiranos, ni más ni menos.
Miramos México, Venezuela, Nicaragua, Brasil, Ecuador y otros países en los que han llegado al poder supuestas alternativas liberadoras, pero siguen la favelas, las bandas, la corrupción y el bandidaje instalado en las capas más poderosas que esquilman el Estado en beneficio propio. Unos hablan en nombre de Dios, otros enarbolan el marxismo, todos el personalismo, y las cosas empeoran y empeoran. Y el pueblo, sumido en la pobreza y la incultura, no espera democracia, sino un caudillo liberador que finalmente se convierte en un tirano. Es triste ver cómo en Latinoamérica no se habla de opciones sino de caudillos. Qué decepción, los liberadores son iguales a los sátrapas que derribaron.
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