Los críticos con Zapatero no se cansan de proclamar la estampida que se produce en las filas socialistas, argumentando que se debe al cansancio de los más consecuentes porque no se aclaran hacia dónde va el Presidente del Gobierno. Lo comparan algunos con al animal de tiro que camina con orejeras, sin ver más allá de lo que tiene delante de sus narices, e incluso algunos dicen que realmente está ciego. Los zapateristas más entusiastas dicen, por el contrario, de que en medio de la tormenta las ratas abandonan el barco, pero el caso es que la gente se va, y eso supone una pérdida de credibilidad del Presidente y una encrucijada muy complicada para los que creen en el proyecto socialista. Lo cierto es que a Zapatero le gusta abrir frentes cada día, y no estoy seguro de si quienes sobreviven a su alrededor están dispuestos a seguir jugando tantos partidos a la vez.
Lo que no entiendo es la táctica del avestruz del Presidente. Ese optimismo enfermizo es tan peligroso como el derrotismo absoluto. Debiera tomar ejemplo de la promesa de sangre, sudor y lágrimas que hizo Churchill a los británicos. Ya sé, entonces había una guerra (creo que ahora también, aunque no se diga). Imaginen que un día Zapatero dijera más o menos: «Estamos jodidos, y ya no sé por dónde tirar; échenme una mano, porque de esta tenemos que salir juntos». Lo creeríamos y nos pararíamos a pensar. Pero es que así no hay manera, y la pujanza económica de los años anteriores está destruyéndose, explotando las pompas de aquella burbuja. Seguramente sólo era espuma.
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