Hace exactamente diez años escribí:
«Cuando veo esas torres de marfil de los grandes negocios, aplico la regla del dos más dos y no me salen las cuentas. Pienso que de eso entiendo poco y que si esos grandes cerebros se meten en semejantes líos es porque saben lo que hacen. Cuando en el 92 se gastaron en Sevilla el oro y el moro haciendo hoteles lujosísimos yo pensaba que en los seis meses que iba a durar la Expo no amortizarían la inversión aunque estuviesen ocupados al cien por cien y cobraran carísimo. Al cabo de un año, la mayor parte de estos centros del lujo estaban en la ruina, y empecé a creer un poco más en mis cuentas. Luego, cuando las televisiones y las plataformas digitales provocaron el baile de los millones del fútbol y los equipos se enterraron hasta las cejas, tampoco me salieron las cuentas porque se trabajaba con un dinero en hipótesis. A muchos ahora la chaqueta no les llega al cuerpo. Yo creo que aquí llevamos demasiado tiempo soñando quimeras, y cuando suene el despertador el leñazo va a ser de los que hacen época».
El talegazo se veía venir, no hacía falta ser Nostradamus. Imagínense, cuando alguien como yo se da cuenta de estas cosas es que están muy claras. Quienes podían cambiar el rumbo lo sabían mejor que nadie, pero siguieron amasando o corrompiéndose. Si hay una frase que me joda es «ya te lo advertí…» pero, qué quieren, es que hasta me dan ganas de decirla.
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