Dicen que el poder cansa al que no lo tiene, pero también es verdad que va dejando marcas en quien lo ostenta. Lo vimos en Suárez, que envejeció rápidamente en sus cinco años de poder, y lo mismo le sucedió a Felipe González, que entró en La Moncloa como un mocetón pelioscuro y esbelto y salió 13 años después hecho un copito de nieve y con unos cuantos kilos de más. Precisamente vemos en González cómo no tener el poder le ha rejuvenecido, pues últimamente hasta se ha echado novia.
También es evidente este desgaste en Zapatero, y eso que no he encontrado fotos que lo delaten claramente, aunque se ve que en 2004 tenía menos frente, menos ojeras y ninguna cana. En 2009 sigue sonriendo forzadamente pero ya nadie se cree que duerma a pierna suelta cada noche.
Las excepciones son Calvo-Sotelo (tenía aspecto de mayor cuando llegó y no tuvo tiempo de envejecer en el poder) y Aznar, que parece que le ha vendido el alma a Bush (quiero decir al diablo), con su melenón, supongo que teñido, pero sin deterioro visible en su rostro. Debe ser que cuando se trata de una cara muy dura no hace mella el paso del tiempo. Como las esculturas de bronce.
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