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De Lara a Lawrence

Ha muerto Maurice Jarre, el compositor francés que puso música a películas inolvidables, que estuvo nominado al Oscar cinco veces MV5BMTc5MzUxODg5OV5BMl5BanBnXkFtZTYwMzc3Nzc2._V1._CR146,0,233,233_SS90_[1].jpgy que se llevó a casa la estatuilla a la mejor banda sonora original en tres ocasiones, por la música que puso a las películas Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago y Pasaje a La India. Es muy curioso que las tres fuesen dirigidas por el maestro David Lean, lo que quiere decir que había muy buena empatía entre ambos creadores.
Julie_Christie_in_Doctor_Zhivago_2[1].jpgSon innumerables las buenas películas (y no tan buenas) a las que puso música Jarre, y sin duda en su listado está buena parte de los mejores directores de la segunda mitad de siglo XX. Pero está claro que su consagración le llegó pronto, en 1962, con la magistral banda sonora de Lawrence de Arabia, y alcanzó el mito con uno de los cortes de Doctor Zhivago.
No se entiende el personaje de Larisa sin El Tema de Lara, y esta simbiosis entre la mirada indescriptible de Julie Christie y su música hizo posible que calara tan hondo en los espectadores, hasta el punto de ser uno de los temas más definitorios de toda la historia del cine, que está en la memoria de todos como las bandas sonoras de Psicosis, Lo que el viento se llevó, el tema «El tiempo pasará» de Casablanca o el Vals de El Padrino. Maurice Jarre forma parte por lo tanto de la memoria auditiva (y visual) del siglo XX.

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Ecologismo de salón

El sábado hubo un apagón en el que cada uno hizo lo que pudo, porque ha habido quien llevado por el entusiasmo ecológico ha bajado la palanca para que quedasen fuera de servicio la nevera, el termo y todos los pilotitos rojos que ponen debajo stand by. La cuestión es que el asunto ha coincidido con el día en que se cambia la hora, y entre una cosa y otra se ha pasado el domingo poniendo en hora los relojes, actualizando los ajustes del sintonizador del vídeo (que se quedaron en el 1 de enero de 2000 cuando bajó la palanca) y reactivando un ordenador, que, no se sabe por qué, no arranca desde que también dejó de funcionar el pilotito de la regleta.
kl.JPGY es que para ser ecologista hay que ser un entendido en electrónica, mecánica, física y no sé cuántas cosas más, porque ya no sabe uno si apagando esto se ahorra, o si dejando encendido lo otro se ahorra más energía porque volver a arrancarlo desde cero es más costoso. Lo que sí queda claro es que nos hemos hecho dependientes de la energía, porque el sábado, durante el apagón voluntario, no pude escribir porque el ordenador estaba dormido, me quedé sin música por lo mismo, no podía ver una película y tampoco leer porque necesitaba luz. Decidí hacerme un café, pero tampoco pude porque mi cocina va con electricidad. Y la verdad, creo que puedo seguir siendo ecologista mientras me sirvan café caliente en el bar de la esquina y siga abierto el ciber de debajo de casa, que son unos tíos terribles que nunca cierran y van a acabar con este planeta.

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DOMINGOS IMPOSIBLES (XIV)

El perro de Paulov
Cuando era estudiante me impresionaban algunas cosas que son muy viejas y que para mí era novedades. Descubrí que la Humanidad ha ido avanzando dando pequeños pasos, que parecen imperceptibles pero que han cambiado el mundo. Siempre se toman como grandes hitos el descubrimiento del fuego o el de la rueda, y es indudable que lo fueron, pero hubo otros, más pequeñitos, que también cambiaron los equilibrios y determinaron el futuro. Ahora mismo recuerdo que leí que los hititas se impusieron a los egipcios porque en sus cuádrigas de combate rodaron las ruedas un poco más adelante, con lo que sus máquinas tenían mayor maniobrabilidad, o que los mongoles eran unos jinetes insuperables porque fueron los primeros en usar el estribo, lo que les permitía mantenerse encima del caballo con las dos manos libres para usar las armas, frente a jinetes que se caían y que encima luchaban con una sola mano porque la otra la tenían ocupada con las bridas.
Perro paulov.jpg Recuerdo que una de las cosas que más me impresionaron fue la lección de psicología en la que se hablaba de los reflejos condicionados, y como ejemplo ilustrador explicaban el experimento de Paulov, un ruso que descubrió que cada día, poco antes de la hora de comer, su perro comenzaba a insalivar, porque su inconsciente relacionaba la hora del día con la comida. Esto no me pareció determinante, pero luego vi que todos nos comportamos como el perro de Paulov, porque hay estímulos que nos reproducen momentos importante o simplemente inolvidables en su pequeñez.
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Los olores son importantísimos, y un olor nos devuelve a la infancia, a un lugar remoto o a un momento especial, que estuvo impregnado de ese olor. A veces nos salta a la memoria algo que hacía veinte años que no recordábamos, y es porque algo que olía de una manera concreta activó la memoria olfativa de otro momento. Sé de alguien que cuando le llega olor a aceite de motor (qué cosa tan prosaica) se emociona, porque lo traslada a unos momentos felices en los que había aceite quemada de motor por todas partes. Qué curioso.
Y la música, ese sí que es un reflejo condicionado que activamos constantemente. Hay parejas que tienen «su canción», no porque sea una gran canción, sino porque fue la primera que bailaron o la que sonaba el día que se conocieron. Todo el mundo espera que la canción especial sea un gran tema de Elvis, Sinatra, Mina o Edit Piaf, pero casi siempre es una canción corrientita y a menudo incluso una mala canción. Pero vete a arrancar de un cerebro la emoción que le produce una canción pachanguera de un cantante espantoso, pero que era la que sonaba cuando besó por primera vez a la persona que más amó. Ese es un reflejo condicionado, y todos llevamos en la cabeza el mismo mecanismo que el perro de Paulov.
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La primera foto circula por ahí con un pie que asegura que ese era el famoso perro de Paulov. A lo mejor, pero da igual. De lo que sí estoy seguro es de que el tipo de la foto en blanco y negro es un tal Frank Sinatra.