El Pensador
El Distrito 7 de París está en la margen izquierda del Sena, más al sur del Barrio Latino, en una zona donde el nuevo dinero colonial de finales del siglo XIX pobló de grandes residencias con jardines toda la zona. Una de estas mansiones, en realidad un palacio, es el hôtel Biron, que fue comprado por el estado francés en 1905, y allí se cobijaron algunos artistas bajo el mecenazgo de Francia. Auguste Rodin vivió allí hasta su muerte, en 1917, y entonces el estado decidió convertir la finca y sus jardines en el Museo Rodin, probablemente el escultor más notorio de la Historia del Arte desde Miguel Angel Buonarrotti.
Viajar a París es como tocar a las puertas del cielo, y si traspasas las puertas del hôtel Biron puede que entres en otra dimensión. Desde el bronce con alma de tantas esculturas, Nijhinsky bailará eternamente para quien lo mira extasiado, las manos de mil formas nos acariciarán los ojos y El Beso hará que nos planteemos las reglas de la física, porque no estamos seguros de si estamos ante el beso más sublime, el más pecaminoso o simplemente no hay beso.
El viaje por el palacete desemboca siempre en el jardín, frente a El Pensador, una talla que ha tomado vida propia e independiente como en su día lo hicieron el Moisés o el David de Miguel Angel. El Pensador fue en principio una pieza de una obra magna que tenía que ser el pórtico de un gran museo parisino que nunca llegó a construirse. Ese pórtico ideado por Rodin representaba Las puertas del infierno, tal y como las imaginó Dante en La Divina Comedia. Es más, El Pensador es el propio Dante, mirando con tristeza, confusión y acaso desesperación esas puertas infernales a donde nos llevan los vicios humanos.
El Pensador frente al horror del infierno tal vez represente a ese Dante atribulado ante el Apocalipsis humano. Sentado sobre el alto pedestal del jardín del Museo Rodín deja de ser Dante y se convierte en la Humanidad misma enfrentándose a la soledad, a la impotencia y a la fuerza de todo lo que ignora, que es prácticamente el desconocimiento absoluto de las respuestas. Esas verdades que nos hemos ido fabricando a lo largo de más de cinco mil años de historia escrita siguen siendo endebles, y ni Gilgamesh, ni Shakespeare ni Einstein han podido respondernos. El Pensador tal vez quiera decirnos que la respuesta está en el hombre mismo, y que el gran viaje con que soñamos debería ser hacia el interior de cada uno de nosotros.
Según mi parecer, El Pensador debiera llamarse El Preguntador, o mejor, El Gran Dudador, porque habitamos el paraíso de la duda. No hay certezas sobre nada, y nos perdemos entre nuestras ansias de saber y nuestra soberbia de sabios. Ya lo dijo Víctor Hugo: «Daría todo lo que sé a cambio de la mitad de lo que ignoro». Y se quedó corto.
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