Cultura-enseñanza-política-educación

Cuando hablamos de cultura, tenemos que pensar inmediatamente en la enseñanza, porque son los enseñantes los que fijan las bases de la cultura de los pueblos. Hay otra relación importante entre cultura y enseñanza, y es que, sobre todo en el último siglo, muchos son los autores, especialmente de literatura, que han compartido sus inquietudes creativas con el magisterio en el aula en distintos niveles: Machado, Bergamín, Dámaso Alonso, Víctor Ramírez, Landero, Elsa López… Pero lo que nos importa en este trabajo es la importancia de la Enseñanza en el desarrollo de las nuevas generaciones, ahora que todos miran hacia el profesorado como factor determinante, que lo es, pero cada vez menos por la incidencia que tienen los distintos medios sobre el alumnado.
Y es que, si España ha cambiado muchísimo en 30 años de Constitución, el sistema educativo ha ido a la par de esos cambios, y se ha establecido una especie de provisionalidad porque siempre se espera que en pocos años algo cambie, y casi siempre en lo fundamental. Eso es lógico, porque ya que la educación no puede ser pitonisa y adelantarse a los cambios que siempre son sorpresivos, al menos debe ir pareja a esa evolución. Dicen que los sistemas educativos periclitan a los 25 años, pero en España llevamos todo ese tiempo montados en una especie de proyecto experimental que ha tenido sus hitos en la LOGSE, la LODE y ahora la LOE, y no sería extraño que con el próximo cambio político también haya otro en el sistema educativo.
mural.JPGDesde que, recién llegado al ministerio de Educación y Ciencia, allá por 1982, José María Maravall puso en funcionamiento la máquina de la Reforma del Sistema Educativo, no ha llovido mucho, pero han pasado muchas cosas. Secundado por Alvaro Marchesi, Maravall se dio a la tarea de ir desarrollando a través de experiencias piloto lo que luego desembocaría en la LOGSE. Señalar cada uno de los pasos nos llevaría páginas y páginas hasta llegar hasta hoy, pero esta larguísima travesía puede tener la defensa de que no hay que precipitarse; es cierto, hacer las cosas con demasiada premura induce a menudo al disparate; pero una cosa es ir despacio y otra tener en vilo durante tanto tiempo a una sociedad, con el agravante de que lo que salió articulado en la LOGSE se parecía muy poco al proyecto Maravall-Marchesi de principios de los ochenta. Los cambios actuales van por el mismo camino.
Nadie discute la necesidad de la evolución de nuestro antaño anquilosado sistema educativo; ni siquiera entramos en si el camino emprendido es o no el correcto desde un punto de vista técnico. Aceptamos incluso que lo sea, siempre que teoría y práctica vayan a la par. Lo que sí discutimos es el talante con que se han ido haciendo las cosas, siempre desde arriba hacia abajo, con la deficiente información como factor común. Y lo más grave no es que la sociedad sólo entendiera ambigüedades, sino que el profesorado, el ente ejecutor de esos cambios sustanciales en la enseñanza, ha ido asistiendo año tras año a los diversos cambios, siempre a golpe de boletín oficial. No se ha buscado la complicidad del profesorado, sino que durante años la llamada Reforma ha sido un arcano conocido por unos pocos, mientras en la inmensa mayoría del profesorado la incertidumbre ha sido la norma, porque nadie podía adivinar qué arcángel se le iba a aparecer a una ministra o a un consejero de Educación.
El profesorado tiene en sus manos, después de los padres, las primeras orientaciones que recibe el hombre en la sociedad en la que luego tendrá que sobrevivir. Tan sólo por eso, la sociedad debiera preocuparse de que estas personas que tanta responsabilidad soportan estuvieran en condiciones laborales, humanas, técnicas y psíquicas óptimas, pues de ello depende en gran medida el éxito de la educación. El profesor es un funcionario pagado con dinero público y con un cometido social, y por ello tiene que responder no sólo ante sus alumnos, sino ante la sociedad en su conjunto, y más específicamente ante las autoridades educativas, los padres y cualquier otra instancia pública. Esa es la exigencia irrenunciable de cualquier sociedad, y es por ello que el profesorado recibe presiones de todos los estamentos, una presión que a menudo no está preparado para soportar, puesto que a menudo tiene que responder a preguntas cuyas respuestas desconoce, sencillamente porque no dependen de él, y siempre está a la espera del próximo boletín oficial o la siguiente circular. Al profesor se le dan hechos consumados, y junto a la complejidad de las sucesivas reformas, se cierne sobre él la tensión de no saber qué va a suceder con su puesto de trabajo. El proceso ha sido demasiado largo y la tensión a veces puede hacerse insoportable.
El docente se siente amenazado por todas partes, y en esas condiciones, sin respaldo social, sin autoridad moral, es imposible que la educación en su conjunto funcione como sería de desear. Y sin educación de calidad no hay futuro. Los profesores son los agentes más imprescindibles en este cambio, y es necesario que ellos se sientan respaldados y seguros, sin esa incertidumbre que existe en muchos de ellos. Todos necesitamos confiar en todos, aunar esfuerzos y buscar el equilibrio entre la necesidad, el deseo y las posibilidades reales. Hay que ser eficaces y realistas, evitando en lo posible politizar un sector tan imprescindible como es la educación. Hay demasiada burocracia interpuesta, una exagerada confluencia de términos técnicos que finalmente significan lo mismo. Y se trata sólo de transmitir, que no es poco, ser cómplices entre todos en la hermosa tarea de la cultura. Canarias nos lo agradecerá o nos pedirá cuentas en el futuro.
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(Este trabajo sale hoy en el suplemento cultural Pleamar de la edición impresa de Canarias7).

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