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El río Lucinda

– Si doy un rodeo hacia el suroeste puedo ir nadando a casa…
– ¿Por qué quieres ir nadando a tu casa? No lo entiendo.
– …piscina tras piscina se forma un río hasta nuestra casa. Lo llamaré «el río Lucinda» como mi mujer…¡Hoy Ned Merril atravesará todo el condado nadando!

Hace poco hablaba con un amigo, Noel, sobre películas que estuviesen a la altura del libro. Yo no recordaba ninguna en aquél momento. Pero sí sé que he disfrutado de libros y de películas a veces por igual pero que, en muchísimas ocasiones, prefiero los libros en los que el escritor deja un espacio a la imaginación del lector.
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Otra Tierra

«- ¿Sabe la historia del astronauta ruso?
Era un astronauta. Fue el primer hombre en ir al espacio. Sí, los rusos fueron los primeros. Sube en una enorme nave espacial pero la única parte habitable es muy pequeña y el astronauta está ahí y tiene una ventanilla y mira al exterior y ve la curvatura de la Tierra, por primera vez. El primer hombre en haber mirado el planeta de donde viene y se deja dominar por el momento. Entonces, un extraño sonido…toc, toc, toc…empieza a salir de algún lugar. Desmonta todo el panel de control. Quiere parar el sonido pero no lo encuentra. Y el sonido no para. Varias horas y sigue, toc, toc, toc… Empieza a ser una tortura (…) Sabe que ese pequeño sonido lo vencerá. Lo volverá loco (…)
El astronauta decide que la única forma de mantener la cordura es que se enamore del sonido. Y cierra los ojos. Y entra en su imaginación. Y cuando los vuelve a abrir ya no oye el sonido repetitivo. Escucha música. Y se pasa el resto de su misión, navegando por el espacio en completa paz y éxtasis…»
Otra Tierra (Mike Cahill, 2011)
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«Un hombre soltero»

– ¿Qué puede haber mejor que estar aquí contigo?
( Los protagonistas se encuentran uno frente a otro en un sofá. Una luz de ambiente cálido. Uno lee La metamorfosis y su compañero Breakfast at Tiffany’s. Esto es un recuerdo, porque uno de ellos ya no está. Dos hombres que se amaban en los años 60. (Un hombre soltero. Tom Ford, 2009)
Esta mañana, mientras caminaba mirando los pies de las personas con las que me cruzaba, me fijé en sus manos. Fue lo primero que vi. Los brazos de cada uno colgaban de una forma especial, lánguida, rozándose apenas. La mano izquierda de uno y la mano derecha del otro. Parecía que iban de la mano, parecía que sus manos se enredaban pero solo se rozaban los dedos. Iban de la mano sin apenas tocarse. Eran las manos más unidas, más hermosamente unidas, que he visto nunca. Eran dos chicos muy jóvenes. Dos hombres que se amaban en diciembre de 2017.
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