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Hay jóvenes y jóvenes

Escena:

Entrada de un gran centro comercial. Entran seis adultos. El personal de seguridad estaba distraído. Los seis adultos pasan olímpicamente de ponerse el gel hidroalcohólico. Una joven de unos diecisiete años, se queda parada y, asombrada, lo comenta en alto:

– Eh…qué pasa aquí…y luego dicen que somos los jóvenes…¡Oigan! Por favor, tienen que ponerse el gel para entrar…

– Jajaja…y tú quien eres. Cállate anda…

La joven, se queda callada.

Es cierto que son los jóvenes, unos jóvenes, los que se dedican a saltarse las normas, a hacer botellón, a contagiar como si fuera un juego de la play. Pero no son todos. Y si de responsables hay que hablar, habría que pensar en los adultos que han educado a esos jóvenes. Una educación carente de valores, de respeto, de disciplina.

Sí, son muchos jóvenes pero por suerte, no son todos. También son esos adultos que no han sabido educar y que, posiblemente, también incumplan las normas porque mientras no les toque de cerca, eso, o lo que sea, no va con ellos.

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Capitanes a priori

Aunque a veces dé mi opinión sobre temas de actualidad, no soy una experta en política, tampoco soy científica, ni médico, ni analista económico, ni todas esa cosas que de manera tan ridícula, se les asigna (junto al “capitán a posteriori”) a los que dando su opinión desde que nos invadió el virus y apartándose un poco, o un mucho, de lo que se considera la opinión correcta, la válida, desde un sector que se cree en posesión de la verdad, con patente de corso para opinar sin considerarse ellos mismos capitanes a posteriori. Como decía, doy mi opinión sin ser experta en nada, solo una ciudadana libre que sí se cree con el derecho y la libertad de poder darla. 

¿Capitán a posteriori? Sí. Y con mayúsculas. ¿Por qué? Porque recuerdo, cuando llegamos a la fase cuatro, o a la cinco, ya no sé ni cuántas había, alguien soltó por ahí “a ver qué dicen ahora los capitanes a posteriori que va a pasar”. Estuve a punto de contestar, e incluso de escribir, para dejar constancia de la fecha de mi opinión, pero no lo hice. Y no lo hice porque “me importa un rábano” lo que puedan decirme los que me tachan de fascista por decir en marzo que debíamos llevar mascarilla, porque me importa bien poco que me vuelvan a llamar no sé qué a posteriori. Pero ese mismo día, ante lo que veía que estaba ocurriendo en Canarias: “Vamos a ser el laboratorio”, “¡No! ¡No somos conejillos de indias!”, “Entonces, vamos a ser los primeros en abrir porque aquí estamos libres del virus”, y todos aplaudiendo porque ya no eran laboratorio porque suena mejor ser los primeros, pensé que las prisas, la falta de estrategia y previsión, no iban a llevarnos a un buen resultado.

Fuera lo que fuera, me parecía muy bien y muy necesario, por la salvación económica de nuestras islas. Y teníamos todo a nuestro favor para ser el principal destino turístico de toda Europa. Casi el único. Pero desde el principio, todo, todo, se hacía mal. Todo se hizo mal. ¿A posteriori? Sí. A los hechos me remito. Hace ya semanas que se veía venir. Hace semanas que la imagen que dábamos era de descontrol absoluto. Se nos llenaba la boca diciendo que aquí no ocurría lo que en la Península pero ¿qué se hizo para hacer esa distinción real y visible para Europa? Desde el Gobierno de Canarias se hablaba de PCRs, en origen o en destino, de corredores seguros, pero nada de eso se llevó a cabo. Anuncios de playas paradisíacas y palabras, muy bonitas, pero no imágenes de control. Ni control, de hecho. ¿Ahora? Tarde. ¿Dónde estaban los planes y las medidas que se anunciaron para evitar, precisamente, lo que nos está ocurriendo? ¿Dónde está  el plan turístico específico para Canarias? Ya es tarde. Sí. Muy tarde. Solo tienen que leer la prensa británica y enterarse de lo que está ocurriendo allí. Un verdadero caos. Cancelaciones sin vuelta atrás. Cientos. Miles. 

Ojalá podamos algún día llamar a nuestros políticos capitanes a priori y no tener que llamar a nadie no sé qué a posteriori. Ojalá no fuera tan tarde.

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Corsarios

El título inicial de esta entrada iba a ser Patente de corso. Era la expresión que me llevaba rondando desde hace días, además de muchas otras, cada vez que leía o escuchaba las diatribas políticas del día. Pero como es el título del espacio que tiene Pérez-Reverte en XL-Semanal, he preferido sustituirlo para no ser acusada de aprovecharme de las búsquedas que se dirigen al escritor y no a mí.
Siempre he utilizado esta expresión como algo así: cuando te crees con derecho a hacer cualquier cosa porque tienes esa patente de corso. Pero he ido a ver cuál era el origen concreto de esa expresión, ejercicio que realizo a menudo con alumnos de español y que descubrí cuando empecé a dar clases y nos sorprenderíamos del origen de muchas de nuestras expresiones. La patente de corso, era un documento (patente) que presentaba el dueño de un navío y que le había sido otorgada por el gobierno de su nación, para perseguir (cursus- carrera), atacar y saquear, a otros barcos que se consideraban enemigos, sin ser penados por ello. Sus capitanes no eran “piratas”, ni “bucaneros”, eran “corsarios”. Imagino, que bajo ese halo protector, se hicieron muchos desmanes que han derivado en que utilicemos esa expresión como apuntaba al principio.
Y parece que, en política, estos corsarios, todos, tienen patente de corso, entendida esta como el derecho de hacer cualquier cosa, aunque no sea muy lícita, aunque no sea ética, aunque no sea para lo que supuestamente se les eligió, aunque la haga y luego me dé cuenta de mi error pero lo justifico, porque los que estaban antes, hace cuatro años, hace dieciséis, hace treinta (y además, posiblemente, de otras siglas), lo hicieron peor.
El nivel de autoexigencia de nuestros políticos, de todos, cuando el baremo es “los otros lo hicieron peor”, no les hace dignos de que les llame, ni siquiera, corsarios. En todo caso piratas o bucaneros (piratas que saqueaban posesiones españolas en tierras americanas), pero en tierras españolas.
*Imagen:portada de Sandokan (un corsario de verdad), uno de mis libros favoritos.

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