La buena educación

Nunca olvidaré las palabras que escuché una vez en la radio del coche. Además, recuerdo incluso el tramo de carretera por el que circulaba. Hablaba Saramago. No recuerdo la pregunta del periodista pero sí la respuesta que él dio. Hablaba de su infancia en la pobreza. Sus padres eran campesinos y no tenían muchas cosas para darle. De comer y a veces difícilmente. Pero sí. Sí hubo una cosa que le dieron y que valoraba en toda su valía: educación. La buena educación. Decía que lo valoraba como el mayor de sus tesoros. El tesoro que le dejaron sus padres. Que ni el dinero, ni el poder, ni la fama, abrirán nunca tantas puertas como las que abre la buena educación.
Entendemos por buena educación el actuar de forma correcta en situaciones básicas como un «gracias», «buenos días» «buenas noches», etc. Pero la buena educación para mí es mucho más que eso. Como también lo era para Saramago. Como también lo era para sus padres. Como también lo era para mis abuelos. Como también lo es para mis padres.
La buena educación es tener clase. La clase que no da un colegio elitista o el éxito alcanzado en la vida. Dicen que con la clase se nace y es muy posible, pero no es solo una marca de nacimiento. Que el cómo sonríes, la limpieza de la mirada, el guardar silencio, el cómo sentarse, el simple caminar o, tan solo, el darte la mano cuando la necesitas, eso, define tu clase.
La clase, como la buena educación, es mucho más. No hay clase, ni buena educación, si no hay calidad humana.
Como decía Saramago y como me recordaba mi madre que nos decía siempre mi abuela: lo más importante niñas, es la educación. Con ella abrirán todas las puertas.

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