El don de la ubicuidad
Hace unos años, Juancho Armas Marcelo me animó a ir al Hay Festival de Segovia. Recuerdo aquellos días de lluvia y de literatura. Conocí a uno de mis escritores favoritos, David Foenkinos y corrí por aquellas calles empedradas de un acto a otro, de una mesa redonda a otra, queriendo poder estar en todas partes. Cuando mi hija era más pequeña me preguntaba, tras ver a los X-Men, qué don especial quería tener. La elección era difícil. Me debatía entre la invisibilidad y leer las mentes. Si me lo preguntara hoy no lo dudaría: el don de la ubicuidad.
Aquí no hace frío y tampoco llueve, aunque esa lluvia y esa neblina en Segovia también eran bonitas, en Los Llanos hace sol y también se celebra un festival como deseé aquellos días que se celebrara un festival aquí, en casa. Porque La Palma se ha convertido en nuestra otra casa. Los días son preciosos y se respira una tranquilidad, una paz, a pesar de la vorágine de actos en los que estamos inmersos, que ha enamorado a todos los invitados. En cualquier rincón de la Plaza de España te puedes encontrar a Alonso Cueto, a Juan Ángel Juristo o a Ryukichi Terao, diciendo en un tono que parece resignado ante la inminencia del fin del viaje: «qué lugar tan hermoso”, “qué isla tan bonita”, “utsukushii desu”. Y en todos el mismo deseo, volver.
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