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“Atardecer” y comienzo en Los Llanos de Aridane (III Festival Hispanoamericano de Escritores)

Atardece en Los Llanos de Aridane. Hoy el sol nos ha dado una tregua y el cielo algo plomizo, plúmbeo como diría un amigo, parece que se solidariza con nosotros y quisiese de alguna forma cumplir con las medidas sanitarias, mantener la distancia social y convertir las nubes en su gran mascarilla. 

Este lunes comenzaba en la isla de La Palma, el III Festival Hispanoamericano de Escritores. No me ha sido fácil empezar a escribir. Quiero hacerlo desde la sinceridad y sin disimular la cierta tristeza que fui sintiendo, primero, en el trayecto que me llevaba en guagua desde Santa Catalina hasta el aeropuerto. La guagua hacía una primera parada en la estación de San Telmo. Apoyada en el cristal, iba observando a  las personas que esperaban la suya. Todos con mascarilla. Y, de repente, me vi no en una guagua, sino en el metro de Tokio hace ya más de quince años. Los japoneses caminando, serios, con aquel complemento que a mí, en aquel tiempo, me hacía hasta gracia y que incluso mi familia cuando me iba a visitar a Japón, convertía en recuerdo: compraban una mascarilla, se la ponían y me pedían que les sacase una foto en cualquier estación de metro sacando un billete o, simplemente, caminando entre miles de japoneses también con mascarilla y aparentando seriedad. 

Sentí nostalgia. Nostalgia de tiempos mejores. De esa sensación de seguridad con la que esperábamos todos la guagua, el metro o un inminente viaje como el que yo estaba a punto de iniciar. 

Y aunque comencé con esa sensación de que “ya nada sería igual”, todos y cada uno de los pasos de este viaje, que inicia también el Festival, han estado rodeados de la más absoluta seguridad. Seguridad, seriedad, organización pero, sobre todo, trabajo, mucho trabajo para que esta edición pudiese salir adelante. Para que participantes, público, no solo de esta isla sino todos aquellos que se han acercado aquí desde otras islas e incluso desde la península, sintiesen que aquí, en Los Llanos de Aridane, se sigue cuidando a la cultura. Y aunque no hay abrazos, se intuyen las sonrisas detrás de las mascarillas. Y así, cumpliendo todas las medidas de seguridad, comenzaron los actos la tarde del lunes con un recital poético de bienvenida  llenando el aforo, limitado, eso sí, del Parque Antonio Gómez Felipe. Elsa López, recordaba que su infancia tenía nombre; Olvido García Valdés, preguntaba al silencio “Quién oye ahí atrás, que no eres tú”; y Andrés Sánchez Robayna, visiblemente emocionado, terminaba con unos versos de su último libro, Por el gran mar, y  todos pudimos ver aquella rosa que puso allí, sobre el mármol con su nombre.
#hispanoamericanodeescritores

 

 

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El don de la ubicuidad

Hace unos años, Juancho Armas Marcelo me animó a ir al Hay Festival de Segovia. Recuerdo aquellos días de lluvia y de literatura. Conocí a uno de mis escritores favoritos, David Foenkinos y corrí por aquellas calles empedradas de un acto a otro, de una mesa redonda a otra, queriendo poder estar en todas partes. Cuando mi hija era más pequeña me preguntaba, tras ver a los X-Men, qué don especial quería tener. La elección era difícil. Me debatía  entre la invisibilidad y leer las mentes. Si me lo preguntara hoy no lo dudaría: el don de la ubicuidad. 

Aquí no hace frío y tampoco llueve, aunque esa lluvia y esa neblina en Segovia también eran bonitas, en Los Llanos hace sol y también se celebra un festival como deseé aquellos días que se celebrara un festival aquí, en casa.  Porque La Palma se ha convertido en nuestra otra casa. Los días son preciosos y se respira una tranquilidad, una paz, a pesar de la vorágine de actos en los que estamos inmersos, que ha enamorado a todos los invitados. En cualquier rincón de la Plaza de España te puedes encontrar a Alonso Cueto, a Juan Ángel Juristo o a Ryukichi Terao, diciendo en un tono que parece resignado ante la inminencia del fin del viaje: «qué lugar tan hermoso”, “qué isla tan bonita”, “utsukushii desu”. Y en todos el  mismo deseo, volver. 
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El triunfo de Galdós

Los días transcurren en Los Llanos de Aridane, casi, casi, a la misma velocidad con la que nos explicaban, en el Observatorio Astrofísico, que nos llega la luz que recibimos del Cosmos.  Estrellas, planetas y galaxias que situados a miles de millones de años luz, emiten una radiación que puede durar menos de un minuto y que los telescopios Cherenkov intentan captar desde lo alto del Roque de los Muchachos mientras, a sus pies, un grupo de escritores escuchaba atentamente, o eso creo, porque ante la imagen imponente de esos espejos apuntando al universo, de aquellas cabezas alzadas al cielo parecían estar bullendo las siguientes páginas a escribir. Porque muchos de nosotros descubrimos allí, que no hay nada más cerca de las palabras  que la búsqueda de respuestas y  que en este caso llegaban en forma de luz.
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