La historia de los impuestos es casi tan antigua como la historia del hombre pensante. Los han habido justos o injustos, efectivos o inefectivos, pero sobretodo y para amenizar esta entrada, los han habido absurdos.
Un buen ejemplo lo protagonizó Pedro I de Rusia en su afán por estar a la altura del resto de potencias europeas. Quería que al igual que en el oeste europeo, todos los hombres estuvieran afeitados, por lo que impuso en 1698 un gravamen dirigido a aquellos que quisieran mantener su barba, afeitando públicamente a quiénes se negaran a pagarlo.
Otro gran ejemplo tuvo lugar entre 1784 y 1811 en Reino Unido, cuando las autoridades británicas decidieron imponer sin motivo alguno un impuesto a todos aquellos que llevaran sombrero.
Más en la actualidad y abordando el tópico alimentario, nos encontramos con un gravamen que se encuentra ya en más de 25 países, hablo del azúcar. Un impuesto cuyo fin es lograr una mejora en la salud y alimentación de las personas, pero que no ha tenido el efecto deseado ni mucho menos debido a su mal planteamiento, siendo a mi parecer otro ejemplo de impuestos absurdos. Lo explico a continuación:
La mayoría de los azúcares libres (azúcar añadido a un alimento a parte del que este ya contiene en su forma natural) consumidos provienen de alimentos ultraprocesados, en los cuales, el azúcar al fin y al cabo es el ingrediente más natural de todos.
Por lo que por lógica, dicho impuesto debe de estar más centrado en los alimentos ultraprocesados en general que en el azúcar en si. Encontrándonos así con un problema aún más grave, esta vez protagonizado por la industria, quien ha estado favoreciendo el uso de sustitutivos endulzantes (edulcorantes) en sus productos, los cuales son aún más perjudiciales que el azúcar, fracasando el objetivo principal de este impuesto (mejora en la alimentación).
Dejando de lado estos interesantes ejemplos de impuestos y centrándonos en el título, parece que muy pronto en Europa los productos cárnicos sufrirán subidas de precio como consecuencia de nuevos impuestos dirigidos a las industrias que los producen.
Los gobiernos de Alemania, Suecia y Dinamarca han sido los impulsores de esta iniciativa. Una iniciativa que pretende disminuir el consumo de estos productos y que tiene como fin lograr una mejora a nivel medioambiental.
En mi opinión, este caso no será otro ejemplo más de impuestos absurdos por las siguientes 5 razones:
1. La única manera o medio capaz de reducir productos tan obviados como los cárnicos es la actuación por parte de los gobiernos con la imposición de gravámenes a dichos productos.
2. Los productos cárnicos de por sí, suelen ser caros, por lo que aumentar su precio hará que muchos bolsillos busquen alternativas más baratas.
3. La imposición de gravámenes a estos productos darán a conocer los grandes problemas de espacio y gastos de recursos que conllevan en su producción.
4. Los países impulsores de esta iniciativa tendrán la capacidad de desarrollar nuevas industrias alternativas a las cárnicas y por ende estarán a un paso por delante que el resto de naciones en cuanto a innovación y sostenibilidad se refiere.
5. Cualquier alternativa a la carne será siempre más sostenible y sobretodo, saludable.
Por último y cómo conclusión, dejar claro que la industria cárnica debe de tener la capacidad de visionar esta situación como una oportunidad para reinventarse más que como una amenaza.
Además, situándose como líder en ingresos dentro de la industria alimentaria, las cárnicas, no tendrán suma dificultad para encarar un futuro que parece llevar la palabra sostenible grabada.
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