Inglaterra siempre ahí
Inglaterra -y digo bien porque no me refiero a todo el Reino Unido- ha sido un punto de referencia para la civilización occidental desde hace al menos cinco siglos. Gran parte de los avances ideológicos y tecnológicos han venido de allí, y hoy sigue siendo un espejo en el que mirarse, por mucho que nos pese a todos. Francia y Alemania, las otras dos grandes referencias, han aportado mucho, pero nunca con la fuerza inglesa. Y al decir aportar me refiero a bueno y malo, el caso es que Londres ha marcado el paso.
La Revolución Francesa y la Revolución Americana son hijas de la inglesa, que fue al comienzo del siglo XVIII, pues los revolucionarios franceses y americanos se formaron en Londres, y a Inglaterra le debemos algo tan importante como la prensa. En cuanto a democracia, Inglaterra le da diez vueltas a cualquiera -otra cosa es su política colonial, pues había dos varas de medir-. Hoy sigue siendo la única democracia del mundo en la que el ciudadano es más importante que el Estado. En eso, ni siquiera los franceses pueden comparársele, pues siempre los estados se blindan contra el ciudadano.
La prueba es que ahora la UE mira hacia lo que digan los técnicos y organismos ingleses sobre la nube de cenizas que recorre Europa. Londres tiene la última palabra, por algo será, y los demás asienten. Se ha querido imitar el modelo británico, única democracia ininterrumpida en trescientos años, sin una sola guerra civil, hasta el punto de que el Imperio Austro-Húngaro compró los planos desechados de un nuevo edificio del Parlamento Británico -siguen hoy con el viejo- y lo construyó en Buda-Pest, a orillas del Danubio (en la foto). Hoy es el edificio parlamentario más grande y suntuoso del mundo, pero está claro que una cosa es el edificio y otra muy distinta la práctica habitual de la democracia.