Publicado el

Entre la nostalgia, agosto y la risa

 

Aunque suene a nostalgia, ni agosto es ya lo que era. Desde hace décadas, cuando se nos hizo pensar que éramos un país rico, irse de vacaciones se convirtió en un deber. Antaño, vacaciones era no asistir al trabajar o a clase, aunque las mujeres siempre trabajaban… Pero esa es otra historia. Ahora, si no cambias de lugar no son vacaciones, y a la palabra va siempre unido el verbo ir. Ya no son vacaciones, es irse de vacaciones. La gente se mueve lo que puede sobre todo en agosto intentando relajarse, y esa idea malévola de que agosto es un mes en el que España se detiene empezó a ser verdad en los años 80 y se prolonga. No pasaba nada, era la quietud total, los periódicos se llenaban de suplementos ligeros para tener algo que poner sobre el papel que se pudiera leer en la hamaca (recuerdo las peripecias de El Inspector Chinea, simiente del género negro en Canarias plantado por Chela en el Canarias7). Pero el mundo parecía haber echado el cierre.

 

 

Pero todo empezó a fastidiarse en los años 90, justamente cuando se hundió la URSS gracias al triunvirato Reagan-Thatcher-Wojtyla y empezamos a escuchar palabras como globalización, neoliberalismo y deslocalización. Luego un tal Fukuyama dijo que habíamos llegado el fin de la Historia y todo el mundo aplaudió, sin saber muy bien lo que significaba ni cómo se argumentaba. Y era verdad entonces, porque básicamente exponía el agotamiento de las ideologías, lo que pasa es que en realidad estas son hoy más necesarias que nunca, salvo que creamos que el neocapitalismo financiero que asola al planeta sea el mundo ideal, si se entiende como tal que haya nacido un feudalismo informatizado y comunicado vía satélite y a través de fibra óptica.

 

Las mentes ya no descansaban en agosto en los 90, y junto a las olas rompiendo o en mitad de un viaje organizado y obligatorio supimos que Irak había invadido Kuwait o que Ruanda se bañaba en sangre, y entre la cerveza del chiringuito y la siesta vimos a Boris Yeltsin subido a un tanque moscovita haciendo el héroe contra el golpe que intentó la vieja guardia stalinista contra Gorbachov. Y ya nunca agosto recobró la quietud. Este agosto también ha sido un sobresalto: crímenes machistas horrendos, sigue la guerra en Ucrania, anuncian crisis energéticas inducidas, se discute por la luz de los escaparates, Israel ataca Gaza por enésima vez, China enseña los dientes a Taiwán y por consiguiente a Estados Unidos, el drama constante de la inmigración, frenazo económico, y en la política española siempre igual, ya no es llamativo que Ayuso se enfrente a Sánchez, porque es lo habitual.

 

Como siempre, hay un culebrón Pantoja, pero este de segundo nivel, y han adelantado el fútbol, que antes no se tocaba hasta septiembre, y su ruido fanatizante se añade al calor más insoportable que nunca. Los telediarios son verdaderos realitys. Menos mal que el mar sigue ahí, aunque no sé si aguantará las tres semanas que faltan para acabar el mes. cinco días que quedan para acabar el mes. No quiero pensar cómo va a ser septiembre.

 

Ahora hay unas canciones que parecen todas las misma, bajo la presidencia del raeguetón que se han empeñado en imponer. En un programa de radio en el que hablaban de las llamadas canciones del verano, he escuchado que, desde que se concede ese título, apenas ha habido unas pocas que sean algo más que «chunda-chunda» supuestamente pensado para bailar en las cálidas noches estivales. Se salvan muy pocas de ser un sinsentido pachanguero, y sorprende que La camisa negra de Juanes o La bilirrubina de Juan Luis Guerra estén en ese palmarés -que no se sabe muy bien quién determina- (bueno, sí, son merengue y vallenato, tienen ritmo). Haciendo memoria a vuelapluma, nos encontramos con engendros que paradójicamente pueden formar parte de la memoria sentimental de mucha gente, por aquello de los reflejos condicionados del perro (que era una perra) de Paulov. Es espeluznante que sean trozos de nuestras vivencias El venao, La mayonesa, El tiburón, El tractor amarillo, La barbacoa, Aserejé y La Macarena. Y siempre nos reverbera la pregunta de por qué para hacer bien el amor hay que venir al sur (Rafaella Carrá dixit); ¿y a dónde van quienes siempre están en el sur?

 

Pero no son solo las canciones del verano las que suelen tener letras incompresibles o cercanas al absurdo. También ocurre con canciones consideradas importantes por distintas razones. No sabemos muy bien a qué venía aquel Qué será será que tan famoso hizo Doris Day en la película El hombre que sabía demasiado, o de qué carajo es metáfora «Nel blu dipinto di blu» (azul pintado de azul) que cantó el gran Modugno en su inmortal Volare. Seguimos sin saber a dónde y por qué se fue Laura, solo sabemos que «Laura no está», qué tiene de especial la papa con tomate que pregonaba la pecosa Rita Pavone, quién demonios quería cambiar de nacionalidad para que Renato Carazone le preguntase Tu vuo’ fa’ l’americano (también la cantó la mismísima Sophia Loren en una película), y si en la balada Amaneceres de terciopelo Demis Roussos al cantar el «Triqui-triqui» del estribillo quería decir lo que están pensando o rezar una sentida oración. Pero de todas las letras de canciones absurdas, el récord imbatible de la estupidez lo sigue ostentando José Luis Perales cuando pregunta del hombre con el que se ha ido su amor «a qué dedica el tiempo libre», aunque haya una versión de Marck Anthony. Para eso sí tengo respuesta: lo ha dedicado a seducir a la chica, mientras tú afinabas la guitarra, “pasmao”.

Publicado el

Prever, prevenir e improvisar

En las escuelas de Magisterio de antaño, era frecuente escuchar que un buen docente es ante todo un improvisador, y basaban esta sentencia en que siempre se presentan asuntos inesperados que hay que resolver, y hay que decidir en el acto cómo hacerlo. Es evidente que la pedagogía y la psicología del último medio siglo desmienten tal afirmación, si es que ya no lo habían hecho antes grandes figuras de la pedagogía, sin que fueran escuchados debidamente, porque el estudio y la investigación científica van creando soluciones que responden a estas situaciones sorpresivas. Se confunde la improvisación con la creatividad, pues esta responde al asunto concreto y aquella es como jugar a la ruleta rusa.

 

 

Cierto es que hay actividades en las que la improvisación puede ser un valor, como es en los deportes, en los que alguien hace algo que sorprende a los adversarios, porque no viene de ninguna preparación sino del talento del deportista en cuestión, y resuelve en segundos situaciones que ni él mismo es capaz de programar, porque el talento es instintivo. Pero hasta en esos deportes, prever el futuro es importante, porque de una mala planificación suelen venir los fracasos colectivos. Es decir, la improvisación no es buena consejera, y cuando alguien salva un problema haciendo regates a la vida, suele ser un golpe de suerte o bien que sabe mucho y sus enormes conocimientos son en buena medida los que hacen solucionar con seso, aunque aparente una improvisación. Un ejemplo es quien, con tres ingredientes sin aparente relación, improvisa un plato que se puede comer, incluso que esté delicioso. Es que no ha improvisado, ha puesto sus muchos conocimientos al servicio del fogón.

 

En tiempos en que la ciencia ha sobrepasado fronteras antes nunca imaginadas, resulta que quienes dirigen el mundo están dando un recital de improvisación. Ahora el problema es la falta de energía para el invierno por la posibilidad que Rusia corte totalmente el suministro a Europa. ¿Es que a ninguna de todas esas mentes que están detrás de los gobiernos de Europa y Estados Unidos, de la UE y de la OTAN, y que han puesto bastante de su parte para que en Ucrania haya una guerra absurda y dañina, se les ocurrió pensar que con lo primero que respondería Rusia ante el bloqueo de Occidente sería con cerrar el grifo de la energía? ¿Pensaban los inspiradores del Nuevo Orden Mundial que plantarle cara a Rusia (aunque solo sea, de momento, una guerra económica) era tan fácil como quitar y poner gobiernos afines en las repúblicas bananeras o en el desolado continente africano? Y eso que no sabemos muy bien qué fichas mueven India y sobre todo China, porque es obvio que estarán haciendo su juego.

 

Hace casi siglo y medio que se sabe que los humanos hacemos cosas que afectan a la temperatura del planeta, algunas voces pioneras clamaron todo este tiempo por conservar la flora, la fauna, el mar o el paisaje, como Félix Rodríguez de La Fuente, el comandante Cousteau y docenas de personas e instituciones, como en Canarias César Manrique. Y estos cerebritos no leen en el conocimiento acumulado por la Humanidad y no se dan cuenta de que (el refranero dixit) que el mejor profeta del futuro es el pasado. Se han hecho oídos sordos y solo se busca acumular dinero, que finalmente no va a servir para nada. Hace décadas que sabíamos que esto iba a suceder, porque hay datos suficientes para predecir y prevenir. Pero nada se ha hecho, al menos nada sustancial, y sigue el derroche sin freno de los recursos del planeta.

 

No quiero ser pesimista, pero es que con lo que hace y deja de hacer esta fauna me impiden pasar la línea de la esperanza. Ahora son las prisas, y se improvisan medidas, que son necesarias porque hace años que tendrían que haberse tomado paulatinamente. Pero ahora urge por falta de prevención, que no de previsión, porque ya se sabía que esto iba a ocurrir con o sin guerra de Ucrania. ¿Darán abasto los fabricantes para hacer tantas puertas automáticas como se necesitan antes del plazo prescrito? ¿Qué va a hacer el alcalde de Vigo con las incontables bombillas navideñas que ha comprado en los últimos años?

 

Estamos en un momento crucial, y en adelante el uso de la energía va a determinar muchos cambios cotidianos. Por ejemplo, no sería extraño que se volviera obligatorio jugar los partidos de fútbol con luz solar, y evitar encender las fastuosas iluminaciones de los estadios. Y como eso, mil cosas. Así que hay que prever estos cambios y prevenirse para una adaptación razonable. Pero, por favor, no improvisen en Canarias, construyendo un circuito de Fórmula I en Tenerife y un tren en Gran Canaria (al revés, tampoco). Que lo hagan Messi y Cristiano Ronaldo, que es lo suyo.

Publicado el

El baifo rojo y la eterna siesta

Un conferenciante leía su ponencia en un congreso, a la hora de la siesta y en medio de la desidia de unos congresistas en plena digestión, aturdidos algunos hasta el sueño. El ponente había trabajado mucho y se esforzaba en hacer un buen discurso, pero se daba cuenta de que sus palabras sólo conseguían mecer el sopor de quienes asistían, pero no escuchaban. Estimaba que su parlamento era brillante, pero eso daba igual, pues nadie lo atendía. Como no estaba dispuesto a que su trabajo se fuese por la alcantarilla, paró en seco y declamó como un actor de la vieja escuela: «Hay un baifo rojo en mi maleta». Al escuchar semejante frase, los congresistas despertaron, y no se perdieron ni una sola palabra del resto del discurso del ponente. No sé si porque realmente su ponencia tenía el nivel que él suponía o por complejo de culpabilidad al no haber sido atendida, el conferenciante recibió al final una gran ovación.

En Canarias ocurre algo parecido en el mundo de la cultura. Da igual lo que ocurra, no importa lo que se diga o se haga, la siesta permanece. Al contrario que en el congreso de mi relato, si en maleta hay un baifo rojo, es cosa suya, nadie dirá lo contrario ni preguntará quién lo metió y para qué. Se repite constantemente el mismo sonsonete sobre un limitadísimo número de asuntos, y siempre se dice lo mismo, sin pararse a analizar lo que dicen, que es lo mismo que se ha dicho siempre.

Veamos algunos de estos asuntos. Uno: Canarias es tierra de poetas, la narrativa vino después. Otro: El indigenismo fue una corriente pictórica de gran fuerza en Canarias. Otro más: Tal personaje (léase Galdós, Clavijo, Kraus…) paseó el nombre de Canarias por el mundo. Más todavía: Agustín Espinosa nos revela la obra del pintor Jorge Oramas en su texto Media hora jugando a los dados. Y hay muchos lugares comunes más que se repiten sin filtrar, sobre Gaceta de Arte, Néstor Álamo, Saulo Torón, La Ilustración en Canarias… Inacabable.

De vez en cuando, alguien grita que hay un baifo rojo aquí o allá, es decir, trata de poner las cosas en su sitio, pero nadie despierta de la siesta mecida por «el sonoro Atlántico» de Tomás Morales, esdrujuleador donde los haya, ¡voto a Cairasco! Y nadie dice sí, no, o que caiga un chaparrón. O se despiertan y se dan la vuelta, porque el silencio es el castigo perfecto para quien osa excavar en los cimientos del quiosco que se han montado y que los convierte en glorias imperecederas.

La polémica no existe, y cuando algo lo parece no lo es, porque no se habla de conceptos ni se argumentan razones literarias, artísticas o científicas, se ataca a la persona, como los abogados listillos de las películas americanas para desautorizar a los testigos. Si alguien dice algo consistente, la respuesta no es un argumento en contra, sino una descalificación personal, cuando no un insulto. Y eso no es debatir ni polemizar, es una pelea de portón de sainete zarzuelero.

Y, mira por dónde, hoy traigo unos cuantos baifos rojos: Canarias es tierra de poetas. Sí, pero menos. Hay poetas, pero los grandes no superan en número al de narradores. Con decir Galdós, bastaría para arrasar con sota y mala, pero hay muchos más, y buenos, pero, no sé si porque Valbuena Prat sólo se ocupó de los poetas o porque creen que la narrativa fue inventada en Canarias en los años setenta, se mantiene la sentencia. Y en tiempos recientes, los narradores dan en canal al menos tanto como los poetas. Por seguir encontrando baifos rojos, diré que Pedro Lezcano es muy superior como narrador que como poeta.

En el indigenismo canario no concurren ni uno solo de los preceptos que para tal movimiento se explicitaron en el I Congreso Indigenista, celebrado en Ptátzcuaro, México, en 1941. Hay lavanderas, aguadoras y campesinos, que se parecen más a las figuras de Orozco, Siqueiros y Ribera que a nuestra gente. Y, además, no hay discurso ni propósito. Lo hay después, con Chirino, Millares y Dámaso, pero a estos no se les considera indigenistas.

Tampoco es verdad que los grandes nombres de nuestra cultura pasearan el nombre de Canarias, eso lo hacen los equipos deportivos en sus camisetas, porque la gente es más de donde vive, e incluso de donde muere, que de donde nace. Es que parece que Galdós pusiera en el comienzo de todas sus novelas «soy canario», o que Kraus, antes de cantar Werther en Viena, gritase lo mismo. En cuanto a Media hora jugando a los dados, fue escrito por Agustín Espinosa para Oramas, es cierto, pero habría servido para cualquier cosa. En realidad es un grito. Agustín Espinosa anuncia en el texto que será silenciado, y lo que hizo fue gritar que en el Círculo Mercantil de entonces había un baifo rojo. No es surrealismo, sino legítima defensa.