Maestras de escuela valientes
No quiero por evidente comentar la salvajada incomprensible ocurrida en el colegio de Primaria de la localidad norteamericana de Newtown. Sí voy a recordar el comportamiento de las profesoras, que en el cumplimiento de su deber antepusieron la seguridad de sus alumnos a su propia vida. Los medios las califican de heroicas, pero yo iría más lejos, porque una heroicidad se puede explicar por un momento de adrenalina en desbandada, y muchos militares condecorados por acciones de este tipo han confesado que muchas veces las heroicidades puntuales son hijas del miedo y del instinto de supervivencia. En el caso de estas profesoras no, su comportamiento deja pequeño el heroísmo; actuaron a conciencia porque cada minuto que están al frente de una clase saben que la seguridad de su alumnado es lo primero. Esto que digo vale también para los maestros, pero es que nuestra sociedad es especialmente injusta con las mujeres que se dedican a tan hermosa profesión. Hora es de que empiece a borrarse ese estereotipo estúpido de la maestra de escuela fría e inflexible como una Señorita Rotenmeyer cascarrabias, con el aditamento machista y grosero de la solterona. Una maestra, de las que también por aquí afortunadamente tenemos miles, es una profesional consciente de que tiene entre sus manos la formación de sus alumnos y su vida siempre que están bajo su tutela. Para hacer lo que han hecho las inolvidables maestras de Newtown hay que ser tan valiente y profesional como un soldado o un bombrero, solo que a estos el valor se les supone; pues habrá que empezar a suponérselo también a las maestras (y maestros) que son los profesionales públicos que, junto con el personal sanitario de ambulatorio, se sumergen cada día en el filo de una situación social muy complicada. Me horroriza lo ocurrido en Estados Unidos, que es síntoma de que nuestra sociedad está enferma, pero al mismo tiempo la actuación de las maestras de Newtown me admira y me llena de esperanza en el género humano, porque hay personas que con la mayor naturalidad (simplemente conocen cuál es su trabajo) anteponen su deber a su propia vida. Y es que a menudo se calientan demasiadas bocas minusvalorando la labor docente. Por eso desde aquí dedico mi modesto homenaje a las valientes (no heroicas) maestras de Newtown.