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Soplar el globo hasta que estalle

 

Mil veces han definido a Canarias como cruce de caminos y centro atlántico donde confluyen tres continentes; otras tantas los propios canarios han presumido de ello. Y es esta una verdad inalterable desde la antigüedad clásica, en incluso más allá, desde la mitología. Ahora, ese privilegio de estar en todas las rutas se convierte en un problema. Canarias es frontera sur de la UE con el Magreb y toda el Africa subsahariana, y en el pecado lleva la penitencia. Estar en la UE, con un status especial de Región Ultraperiférica, pero dentro, al fin y al cabo, hace que el sistema nacido en Schengen se vuelva confuso, porque aunque este bendice la libre circulación interna y promueve comunitarizar las fronteras externas de la UE, no hay una uniformidad en las leyes de los distintos países miembros. Schengen es una asignatura pendiente.

 

 

Los inmigrantes ilegales casi siempre acaban en los centros de retención en los que reciben lo indispensable y se les da asistencia médica. Y allí comienza un segundo calvario, puesto que si se conoce su nacionalidad empiezan a ser devueltos a sus países de origen, con lo que han perdido el tiempo, el dinero pagado a las mafias de las pateras y han corrido un riesgo inútil. Si se desconoce su procedencia permanecen indefinidamente en estos centros de retención, porque no se sabe a dónde enviarlos. Hace unos años, este asunto era anecdótico, hoy es un hecho cotidiano que asfixia y sobrepasa cualquier previsión.

 

El pueblo canario ha sido tradicionalmente solidario y acogedor. También ha sido emigrante, sobre todo a Cuba y Venezuela, incluso de forma clandestina, en los años cuarenta, cuando los isleños se aventuraban en el océano sobre barquillos muy endebles; eran pateras que en lugar de 100 kilómetros se atrevía con miles de millas. Por eso, al principio no hubo problema con los inmigrantes africanos. Más tarde, se levantaron voces, que enseguida fueron aplastadas por la mayoría de los canarios bajo la acusación de xenofobia, pero lo cierto es que la creación de centros siempre crea tensiones.

 

Para un habitante de La Península, la inmigración ilegal en Canarias puede ser tomada en la misma dimensión que la de otras zonas españolas. Mucha gente se puede preguntar por qué se arma tanto revuelo por unos miles de inmigrantes cuando en Madrid o Barcelona hay muchos más y no pasa nada, que sí pasa, pero no parece un problema tan agobiante. La respuesta es bien sencilla: llueve sobre mojado. Para hacernos una idea, Canarias tiene una superficie de 7.500 kilómetros cuadrados, un tamaño comparable a provincias españolas como Castellón, Santander o Pontevedra, a las que triplica el número de habitantes, con los agravantes de la escasez de recursos como agua o energía y un territorio lejano y fragmentado que es una dificultad añadida. Por eso tiene en la UE status de Región Ultraperiférica, que no es un privilegio gratuito, sino una manera de amortiguar esas carencias.

 

Unas pocas cifras nos darán una idea: en los últimos 70 años Canarias ha pasado de 800.000 habitantes a 2.200.000, casi ha triplicado su población; en los últimos 40 años ha aumentado en 800.000 habitantes. Hoy, 7 de cada 10 nuevos residentes son inmigrantes, y los números nos dicen que el crecimiento es más vertiginoso cuanto más cercana es la fecha. Una proyección hacia el futuro nos indica que, con el actual ritmo, la demografía puede ser en Canarias un problema insostenible, y precisamente se está apostando por la sostenibilidad en todos los sentidos. Como se ve, los inmigrantes ilegales son solo una parte del problema, pero no la mayor, porque en definitiva en Canarias lo que hay es un desafío demográfico que tiene muchas vertientes.

 

La otra pregunta es la siguiente: ¿por qué los inmigrantes viajan a Canarias en peligrosas pateras, cuando podrían hacerlo en la seguridad de un avión por menos de la mitad? Para esta pregunta no hay una respuesta clara, pero sí una hipótesis más que verosímil: es evidente que en los lugares desde donde pueden salir, sea Marruecos o Senegal, no se les permite embarcar. Si no fuera así, viajarían como turistas y se quedarían, como hacen los sudamericanos ilegales que hay en España. Esto puede obedecer a una estrategia que va más allá de las mafias del mercado de personas; Marruecos estaría tratando de incordiar a España y esto entraría en el mismo marco que ya lejano el incidente de Perejil o las declaraciones sobre Ceuta y Melilla, siempre con el asunto del Sahara como telón de fondo.

 

Es evidente que este flujo no puede seguir indefinidamente, y desde Canarias se buscan soluciones, porque ha duplicado su población en poco más de una década, y Gran Canaria y Tenerife soportan una densidad superior a la de Gran Bretaña, y no hay más espacio hacia donde crecer. Este es el gran problema, en el que la inmigración ilegal supone un elemento más, pero hay otros, que tienen un soporte jurídico complicado en el seno de la UE, pero que habrá que solucionar de alguna manera porque de lo contrario en poco tiempo Canarias puede pasar de paraíso a infierno.

 

El asunto es que, encima, se complica con nuevas formas de turismo que inciden en la disminución de viviendas para venta o alquiler, porque gran parte del parque de viviendas ha pasado a ser lugar de alojamiento de turistas.  Los poderes públicos, lejos de atajar esa incongruencia, parecen aliarse con la permisividad para que extranjeros compren viviendas porque tienen un mayor poder adquisitivo, o que fondos de inversión tomen el parque de viviendas canario como una fuente de gran negocio, y todos parecen olvidar que la vivienda es un derecho constitucional tanto o más que la sacrosanta propiedad privada, asunto que siempre se invoca como sagrado. Pues miren, no, el interés general está por encima, pero, como ya vemos cada día, nadie con capacidad política de actuar se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Y, además, es una trampa para quienes esto hacen, porque será imposible atender esa demanda turística si quienes trabajan en el sector carecen de un techo bajo el que cobijarse. El bloqueo está cantado, pero, nada, sigamos inflando el globo hasta que estalle.

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Tribulaciones con visita papal

 

Los acontecimientos de los últimos tiempos, que parecen haber soltado su fanfarria en la última semana, han hecho que muchos, escandalizados, se rasguen las vestiduras. Seamos serios, no teníamos datos concretos, pero es obvio que el mecanismo funcionaba así. No es una justificación, porque las sociedades tienen que avanzar en la transparencia y en la necesidad de que quienes están al frente deben ser ejemplares. La corrupción en el corazón del sistema no es nueva. Existió en la antigua Roma de los patricios, en el Medievo de los señores, en el barroco de los nobles y siempre entre familias que heredaban el dinero y el poder, que se comunican en dos direcciones hasta ser en la práctica un círculo vicioso en el que uno vale para conseguir el otro y viceversa. Durante siglos, en cada sociedad, un grupo concreto y reducido de familias han decidido por todos, siempre a su conveniencia. De vez en cuando hay cambios muy sonoros, o dejan entrar en el círculo a alguien sin blasones, pero con dinero o con armas para que ese grupo siga conservando su status. Cuando se calman las aguas, todo sigue igual; esa es la norma del gatopardismo que en esencia funciona desde mucho antes de que Lampedusa lo retratase.

 

 

La Revolución Francesa y la paulatina implantación de la democracia moderna han predicado la supuesta igualdad de oportunidades, pero el dinero y el poder siempre han estado detrás controlándolo todo: monarquías, repúblicas, democracias, dictaduras y cualquier forma de organización que se haya podido implantar. La España de los hidalgos se prolonga hasta hoy. Las sociedades criollas como las latinoamericanas y las insulares canarias han llevado el sistema hasta el límite; sabían que el poder adquiría muchas formas, por lo que no dejaban nada al azar. Si echamos un vistazo a los cinco siglos de nuestra historia, veremos que se repite esquema. Las familias con pedigrí sumaban herederos, bien de un matrimonio o de dos o tres hermanos. El primero de los varones se convertía en el administrador de la hacienda y los siguientes hermanos o primos eran distribuidos entre la política, la milicia, la banca, el derecho y, por supuesto, la Iglesia. Así tendrían copadas todas las vertientes del poder y de ellos saldrían alcaldes, militares con mando en plaza, gobernadores, banqueros, notarios, jueces y obispos. Y se repetía en la siguiente generación.

 

Las mujeres eran educadas para ser las esposas de los próceres de otras familias hidalgas o profesaban en un convento donde curiosamente siempre acababan de madres abadesas. Por eso no debe sorprendernos lo que ha venido ocurriendo, el campanazo de esta semana o el tumulto mediático que sin duda se producirá en el inmediato futuro cuando nuevas historias salgan a flote. Y volverá el silencio y las cosas al orden divino establecido desde siempre. O no, pero la única manera de que no se produzcan estas situaciones (que son endémicas) es poner medios legales y ejecutivos que los impidan. Y usarlos en línea recta. Ha de ser así, porque ya hemos visto para lo que sirven las palabras huecas de condena y los fariseos discursos indignados. Es que ni siquiera suenan creíbles.

 

Para quien estudie Ciencias Políticas, España es hoy una maravilla; si estudia derecho Constitucional, un despiporre. La realidad es menos tranquilizadora, pues se «descubre» que La Constitución tiene lagunas. No hay plazos para que el Rey proponga candidatos a la Presidencia del Gobierno y tampoco para una convocatoria automática de elecciones en caso de que no haya investidura. He leído (no soy un experto) que podríamos estar así durante cuatro años, que es cuando expira el mandato de los parlamentarios electos. Y este paisaje me confunde y me lleva a reflexionar en voz alta:

 

1ª tribulación. ¿Cómo es posible que, desde 1978, ínclitos políticos, esclarecidos juristas, insignes cátedras de Derecho Constitucional y Derecho Político, y otros renombrados, célebres y afamados agentes individuales y colegiados, que sacan pecho marcando doctrina sobre todos los órdenes humanos, no hayan puesto en evidencia semejante agujero en la Carta Magna?

 

 2ª tribulación. ¿Alertaron del asunto o trataron de resolverlo y otros lo impidieron por intereses, o lo sabían y nadie movió un dedo por el vicio histórico de esperar y dejarlo «para más adelante»?

 

3ª tribulación. No contemplo la idea de que no se dieran cuenta porque entonces apaga y vámonos.

 

4ª tribulación. En otro plano de la actualidad, ¿los dirigentes políticos han sido abducidos por alienígenas y entrenados en reducir al absurdo cualquier propuesta, posibilidad o atisbo de pacto político?

 

5ª tribulación. Si aquí cada cual votó lo que mejor le pareció y el recuento dio esos números, ¿por qué los dirigentes políticos o sus panegiristas se atreven a decir que el mandato del pueblo es este, el otro o el de más allá?

6ª tribulación. ¿Pueden acometer la regeneración democrática personajes que no son capaces de pensar más allá de los intereses partidarios e incluso de los personales caiga quien caiga?

 

7ª tribulación. ¿Pudiera ser que los extraterrestres quieran hacer una investigación sobre el comportamiento de una sociedad sin gobierno ni perrito que le ladre?

 

Tribulación adicional 1ª (de momento). Me pregunto si las anteriores congojas, iguales en número a las plagas de Egipto, son la materialización de lo anunciado en El libro de las Revelaciones, que nos dice que quien ofrezca una salida del atasco será el Anticristo (eso mismo le dijo don Vito Corleone a su hijo Michael en la película El Padrino). Y acertó.

 

Pero nos animan cuando, con una frecuencia de tres o cuatro meses, el Papa Francisco le dice a alguien que tiene mucho interés en visitar Canarias. Esta vez ha sido al Obispo Auxiliar Déniz, de la Diócesis Canariensis. Le preocupa a Francisco lo de la inmigración. Ya sabemos el caso que le hicieron con lo de Lampedusa. Debe andar indagando a ver a qué isla o islas tiene que ir, que aquí no se da puntada sin hilo.

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Que sepan que sabemos que mienten

 

He leído en alguna parte que solo una de cada cinco mil personas es absolutamente consciente con argumentos de que lo que realmente ocurre no es lo que nos cuentan. Ese pequeño porcentaje sabe que nos mienten, pero ignora en qué y con qué propósito. Solo una de cada cien mil personas sabe lo que realmente pasa con todos los detalles, pero no lo dirán porque, o forman parte de ese control del sistema, o les es imposible transmitir lo que saben, porque el sistema tiene capacidad para enredarlo todo. Es decir, cuando nos enredamos la cabeza con esos líos que se traen con el Fiscal General del Estado, con el novio de la Presidenta de Madrid, con la esposa y el hermano de Sánchez o los mil laberintos que nadie explica, desconocemos la verdad, y solo unas diez mil personas saben con seguridad que son cortinas de humo en todos los ámbitos y niveles. Pero lo terrible es que solo unas quinientas  son las que realmente saben qué hay detrás de esos órdagos que lanza Puigdemont o cual es el punto en el que la culpabilidad de lo ocurrido en Valencia se junta en una simbiosis sistemática que consigue nublarlo todo.  Es decir, vamos a ciegas, pero lo triste es que hay quien conoce la verdad (las verdades) pero la gran mentira sigue avanzando inexorablemente como una mancha de aceite.

 

 

No es en absoluto un discurso conspiranoico. Hoy sabemos mucho sobre cómo se gestó el desastre de hace un siglo, que nos dejó como lecciones ya olvidadas las bombas de Hiroshima y Nagasaki o el exterminio de seres humanos como si fuesen bestias (no solo judíos, también polacos, gitanos, comunistas, católicos y todo lo que supusiera sospecha de peligro). Siguieron mintiéndonos en la Guerra Fría, en el llamado poscolonialismo y hasta en la caída del Muro de Berlín. Y en medio, un porcentaje altísimo de la Humanidad, que sigue sufriendo esa sed de destrucción. Ahora Netanyahu detiene la guerra porque se lo pide Trump, pero siguió matando hasta el último minuto. ¿Era necesario asesinar a las últimas veinte personas que murieron apenas unas horas antes de entrar en vigor esa supuesta tregua, que, por lo dicho, no nos creemos, pero de la que no sabemos exactamente qué hay detrás?

 

Y a niveles locales, lo mismo. Nadie puede explicarnos porque siguen atomizándose las fuerzas políticas, mientras quienes tienen el poder se limitan a dar entrevistas y a echar culpas. Récord de visitantes, con mayor gasto por cada uno de ellos que el año anterior, y los salarios en el sector siguen siendo de vergüenza, mientras los gerifaltes ponen el grito en el cielo por el impuesto ecológico de un euro o menos, pero por lo visto no es problema que suban escandalosamente los precios de los servicios. Y a Fitur, con dinero público para que facture la empresa privada. Ya nos sabemos la película. Todo es impresentable, y ya lo de la mortal ruta de Canarias en la inmigración es una vergüenza, de todos. Parece que el gobierno de Canarias está para destruir el bienestar de una ciudadanía que pierde su derecho a la vivienda porque unos fondos buitre de la quinta puñeta tienen derecho a forrarse, o cómo se entregan plazas de enseñantes a trabajadores de otras comunidades simplemente porque nadie se baja del burro de los errores y se sube al de la lógica más elemental. Claro que nos mienten, pero alguien debe estar ganado mucho dinero, y luego hasta pasan a la historia como grandes personajes.

 

Cada vez que veo comentarios elogiosos sobre grandes figuras de la Historia, me dan arcadas. La mayoría de estos tipos, por no decir todos, eran lo que hoy llamaríamos psicópatas, que cimentaban su poder en la sangre y el terror, y que sellaban su poder con obeliscos amenazantes. No veo por ninguna parte la grandeza de Gengis Khan, de Atila o de Alejandro Magno, que tenían los tres por norma pasar a cuchillo a los habitantes de las ciudades que conquistaban. Algunos de estos personajes ni siquiera querían quedarse con el territorio de los vencidos, simplemente destruían todo lo que encontraban a su paso, y tampoco solían estar a salvo los de su alrededor, que acababan muertos apenas se le cruzaran los cables al líder. Por no hablar de Napoleón, que tenía por costumbre escarmentar a las poblaciones derrotadas con ejecuciones masivas, fuera en Moscú o en Madrid.

 

Y el gran Julio César, muñidor de lo que luego sería el imperio más glorioso de Occidente, que vejaba a sus víctimas, como al galo Vercingétorix, al que llevó preso a Roma y lo arrastró vivo por la ciudad a los ojos de todos, tiñendo de sangre las piedras del foro. Era la forma de mostrar el poder del gran hombre. Esta dinámica del terror ha seguido durante siglos y milenios, usando el miedo como arma política, contra los enemigos y contra el propio pueblo al que decían representar. No hace falta evocar a grandes genocidas reconocidos como Hitler, Stalin o Pol Pot, basta mirar a nuestras democracias occidentales de oropel.

 

Díganme si no es terror que los gobiernos sean cómplices de desahucios y abusos que nunca reciben castigo, aunque teóricamente haya leyes (papel mojado) para eso. Díganme si no es jugar con el miedo andar lanzando proclamas sobre las pensiones, jugar con los servicios públicos convirtiéndolos en negocios privados, poner en tela de juicio la sostenibilidad de las pensiones mientras se condonan impuestos multimillonarios a quienes más pueden. Como escribió el filósofo Zygmunt Bauman, fallecido hace pocos años, es mentira que proteger a las grandes empresas y fortunas cree riqueza colectiva, y con esos y otros miedos tienen a los sectores más vulnerables de la población con el alma en vilo. La mentira puede ser tan destructiva como las falanges de Alejandro Magno. Estamos viviendo probablemente la época más incomprensible de la historia, basta mirar a los refugiados ateridos, a las ciudades escombradas, a los ancianos muertos de miedo. Y luego aparecen antiguos dirigentes, con satrapía certificada, a darnos lecciones de grandeza política (grandeza política 1-UD Las Palmas 2).