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Los cuervos y la televisión

 

Hace unos años, cuando aún el pensamiento era una práctica habitual de los seres racionales, se decía que, cuando alguien no tenía de qué escribir en los periódicos se sacaba de la manga un artículo sobre la televisión. Hoy creo que empieza a ser al revés, que escribir sobre la televisión es casi un deber ético. Parece un lugar común echar las culpas de muchas de las cosas que suceden a la televisión, pero es que en estos momentos este medio de comunicación es tal vez el soporte más comprometido en la idiotización colectiva que profetizó Orwell hace tres cuartos de siglo.

Creo que la televisión es un medio extraordinario, con unas posibilidades inmensas, pero resulta que justamente esas posibilidades están siendo utilizadas hasta el máximo para destruir cualquier tipo de sociedad civilizada que se precie. Es un instrumento adormecedor de las conciencias y alentador de cuantas estupideces es capaz de hacer el ser humano. La radio tiene todo tipo de programas, desde los deportes hasta el debate, la filatelia, la música, la literatura y la gastronomía. También las grandes cadenas obedecen los dictados de sus amos, pero hay todavía espacio para buscar horas de entretenimiento, información y cultura.

 

 

Con la prensa escrita pasa lo mismo que con la radio. Hay prensa del corazón, hay periódicos que sirven a determinados intereses, pero siempre queda un resquicio para el debate, la controversia y la razón. Lo triste es que Internet, que era otro medio de comunicación de posibilidades increíbles hace tan solo unos años, se ha convertido en otro gran instrumento destinado a demoler las mentes. Y es una lástima que esto suceda, hasta el punto de que, hace unos años, cuando nos decían que estábamos todavía lejos del nivel ideal de utilización de Internet casi le daba a uno cierta tranquilidad. Hoy ya es todo uno.

 

 

¿Y qué me dicen de los móviles? Ya es un vicio. ¿Para qué quiere un móvil un niño de 12 años? Y es que el móvil es otra manera de sacar dinero, con mamarrachadas, musiquillas y concursos televisivos que se autosufragan a través de la factura del teléfono. Desde luego que no me niego a los avances tecnológicos, pero me da escalofríos pensar en las horas que se pasa la gente viendo páginas insulsas, hablando en chats estúpidos escribiendo mensajitos totalmente prescindibles, y huyendo de la verdadera comunicación, que es la de dos seres humanos conversando. Y se da la paradoja de que, con tantas posibilidades de comunicación, vivimos posiblemente la época en la que más que nunca el ser humano se siente aislado.

 

 

Con todo, lo de la televisión es lo más aberrante. Se me dirá que los más jóvenes no ven televisión. No la ven en los televisores, pero las plataformas trasladan lo que sale en televisión a la red. Como todo el mundo, he tenido que permanecer en hospitales algunos días, como enfermo o como acompañante, y en algo debía entretener las horas larguísimas del lento reloj hospitalario. La lectura funciona hasta que se necesita tu atención, así que uno se deja llevar por la televisión, que necesita menos concentración. Créanme que acabé por mirar al techo, porque lo más interesante que conseguí ver fue un partido de fútbol, que encima era malísimo y acabó con empate a cero, pero era eso, desesperación o basura mediática, porque hasta los noticiarios están repletos de estupideces y explotación innecesaria del morbo.

 

 

No soy de los que orinan colonia, ni un snob intelectual, porque siempre me gustaron los programas de entretenimiento, fui un entusiasta de las entrevistas de Iñigo y Mercedes Milá, de las actuaciones musicales de los cantantes de moda y, por supuesto, de las películas. Es decir, tampoco soy tan exigente. Pero es que ni ese nivel mínimo existe. Con la disculpa de las audiencias, todo es basura, puesto que ya las cadenas acabarán por no comprar películas porque les sale más barato y más rentable volver a los cotilleos casposos una y otra vez, a todas horas. Y eso hace que la gente pierda la vergüenza y hasta la dignidad. No estoy cabreado, estoy desolado de pura impotencia, porque la televisión, con pequeñas islas cada vez más escasas, es un diabólico mecanismo educativo, solo que se educa en todo lo negativo. No se trata de emitir continuamente vidas de santos, sino de no deseducar.

 

 

Los resultados los vemos en los propios noticiarios en los que se regodean. Es bien conocido que los delincuentes generan imitadores, y si le das muchas vueltas a un suceso se acaba generando una especia de llamada a repetir hechos similares. Y luego los temas de fondo de las series, violencia a espuertas y maquinaciones que no sé si acaban nublando las mentes de quienes las ven. Esas historias de inadaptados que entran a tiros en un colegio o un centro comercial ya están llegando. Y la realidad también es muy dura. Ahora mismo estamos horrorizados por el asesinado de un niño en Toledo cuando iba con otros a jugar al fútbol. Es casi una ruleta rusa, y me recuerda al protagonista de la novela El extranjero, de Albert Camus, que mata a un desconocido en la playa porque hace mucho calor. Nihilismo puro en vena, porque el monstruo más escalofriante que existe es la mente humana, y en lugar de contrarrestar ese misterio que son nuestras reacciones incontroladas, echamos más y más leña al fuego. Eso es lo que estamos haciendo, por lo que no parece lógico esperar un futuro de convivencia razonable. Ya saben lo que dice el refrán: “cría cuervos y tendrás más”.

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Fabricar desiertos

 

Los vegetales son el contrapunto del mundo animal para el equilibrio de la vida en La Tierra. Es algo que sabemos desde tiempos remotos, pero ignoramos la evidencia. Si hacemos un recuento de la cantidad de cada una de las especies animales hasta la llegada de revolución industrial, vemos que el número de animales se ha mantenido estable durante milenios, pero los humanos han aumentado exponencialmente, hasta el punto de que estamos a punto de morir de éxito. Ese pulso entre vegetales y animales se rompió, porque la era industrial se llevó por delante ese vaivén medioambiental. Las máquinas de vapor y el humo del carbón acabaron con la limpieza del aire y con grandes extensiones de bosques, como ocurrió en Gran Canaria con la Selva de Doramas, convertida en combustible que repostaban los barcos en los puertos canarios. Y nos hemos olvidado de la imprescindible presencia de los árboles como elemento fundamental de contrapeso vital.

 

 

Entre la mano del hombre, sus descuidos y las fuerzas de la naturaleza, parece que empieza a desvanecerse el paisaje que siempre nos acompañó. Hace poco se derrumbaron los laureles de la plaza de San Bernardo, el famoso Árbol Bonito y se han venido abajo las palmeras gemelas de la zona del Pambaso, en el risco de San Nicolás. Estas palmeras están en las retinas de todos nosotros porque eran centenarias y, además, las hemos admirado en su juventud cuando fueron pintadas por Jorge Oramas, desde la perspectiva de las ventanas del edificio del Hospital de San Martín, donde Oramas pintaba el futuro de los riscos de la ciudad. Ese desvanecimiento del paisaje empezó a acelerarse cuando, en 2005, la tormenta tropical Delta hundió en el mar el Dedo de Dios, que señalaba desde la costa de Agaete el camino del cielo. Tenemos noticias de que en 1610 un vendaval arrancó en la isla de El Hierro el mítico árbol del agua, el Garoé, y que en 1684 otra ventolera tumbó el gigantesco Pino de las Maravillas de Teror, que consta en la tradición como el lugar de la aparición de la Virgen a la que dio nombre.

 

Como vemos, los árboles marcan nuestra tradición histórica, además de otros elementos naturales o artificiales que, por lo visto, tienen fecha de caducidad. Nunca pensamos que desaparecería El Dedo de Dios, y se nos hace muy cuesta arriba pensar que un día falte el vetusto drago de Icod de los Vinos (otro de nuestros árboles míticos que todavía sigue ahí), pero las palmeras del Pambaso, el Garoé o el Pino de las Maravillas nos recuerdan que en este planeta todo está de paso, no solo lo seres humanos. Tenemos la fortuna de haber conocido y disfrutado de algunos de esos símbolos en plenitud, como hubo generaciones que conocieron el Pino mítico o bebieron agua que destilaba el Garoé.

 

El pinar en Gran Canaria es como un acordeón. Fue frondoso en tiempos, luego las montañas centrales quedaron casi peladas, y fue en la segunda mitad del siglo XX cuando las repoblaciones forestales reverdecieron el paisaje insular. No en todo, ni siquiera en todo lo ecológico, cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo que en los años cuarenta y cincuenta criticaban los campesinos, durante la desaforada campaña del Cabildo del legendario presidente Matías Vega Guerra para plantar pinos y más pinos, se está viendo que no era un capricho, porque la sabiduría popular almacena experiencias.

 

Se plantaron millones de pinos, pero es obvio que solo se pensaba (seguramente de buena fe) en teñir de verde la isla, sin criterios biológicos y ni estrategias de cómo la propia naturaleza ha distribuido siempre los bosques. Se hizo un solo bosque, sin espacios que aislaran zonas, y por eso pagamos la factura con incendios que pueden arrasar toda la isla porque el combustible no cesa. La escasa distancia entre plantas hace que los matorrales se conviertan en verdaderas selvas en las que hay que entrar con machete. Y la laurisilva se reduce a unas cuantas reservas, cuando sabemos que estos árboles son los que generan agua atmosférica. Recuerdo perfectamente cómo, en mi niñez, buena parte de la cumbre arbolada era un erial. Se hizo lo que se hizo, pero hoy sabemos que se hizo mal. Ese avance boscoso es irrenunciable, de manera que hay que buscar el modo de combinar las tecnologías forestales más modernas con los conocimientos tradicionales, porque estoy convencido de que la verdad total no está en ninguno de los dos extremos, sino en la conjunción de ambos.

 

Luego está el arbolado de las zonas urbanas. Los ayuntamientos se empecinan en talar todo lo que sea verde, y por eso les llamo la atención sobre la ciudad colombiana de Medellín, con dos millones y medio de habitantes y metida en el fondo de un valle que es una hoya, con lo que el calor es asfixiante y la contaminación un peligro para la salud. Pues esta ciudad decidió en 2016 (ocho años, no hace tanto) crear corredores verdes de arboledas por toda la ciudad. Pues solo en esos ocho años la temperatura media ha bajado tres grados y la contaminación ya es respirable. Y se ha hecho desde la ciencia, plantando los árboles apropiados. Por ejemplo, han comprobado que el árbol del mango tiene una casi mágica capacidad de absorción de impurezas tóxicas de aire, y hay verdaderos bosques de este árbol. Es científicamente posible, y ya Bogotá y Barranquilla, otras dos ciudades colombianas, siguen el ejemplo de Medellín; por supuesto teniendo en cuenta altitud, clima y otros parámetros.

 

Y aquí seguimos tirando por la borda la sabiduría de Sventenius o, más tarde, Kunkel (menos mal que estaba él, porque en los años 70 logró parar la urbanización de Tamadaba, con teleférico incluido, lo que le costó el puesto),  y el valiosísimo patrimonio científico del Jardín Botánico Viera y Clavijo. Todo se arregla con una sierra mecánica. Sigo interesado por saber si para presentarse a concejal es necesario acreditar el certificado de un curso de tala. Parecen empeñados en fabricar desiertos.

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Pobre Venezuela

 

 

Los acontecimientos que se suceden en el planeta nos afectan, porque la mayoría de ellos tienen por sí mismos el peso suficiente para que nos preocupemos. Es como si hubiésemos llegado a un punto en el que todo parece que va a saltar en pedazos, porque hoy, con este mundo tan globalizado y como consecuencia tan interdependiente, se hace cada vez más posible el efecto mariposa, porque hemos pasado de una cierta autosuficiencia a depender de que en no sé qué país fabriquen cualquier artefacto que es absolutamente necesario para que funcione un aparato que supuestamente nos hace la vida más fácil. Todo eso lleva unos costes enormes en transporte y en desgaste del planeta, y ya le hemos visto las orejas al lobo con la escasez de componentes procedentes de China para fabricar o reparar un automóvil que se vende como europeo.

 

 

En el momento en que escribo este artículo (lunes, 5 de agosto, por la tarde), tenemos el corazón en un puño por el permanente asedio a Gaza, o porque no sabemos la dimensión y las consecuencias que tendrá el ataque que han anunciado Hezbolá e Irán contra Israel, en represalia por haber asesinado en su país al líder de Hamás. Tampoco sabemos con certeza en qué situación está la guerra de Ucrania, que se intensifica cada día, y así muchos conflictos que hacen temblar el mundo y que empiezan a tocar ideológicamente en nuestra puerta, como los disturbios en el Reino Unido, ocasionados por la diabólica manipulación de informaciones falsas sobre el atentado que costó la vida a tres niños a manos de un británico cuya verdadera filiación ignoramos certeramente, porque la desinformación es hoy un arma tan letal como las bombas.

 

 

Esta semana se especula sobre lo que hay que decir en torno a Venezuela. Es como si hubiera que estar alistándose un día sí y otro también a los tirios o a los troyanos; y lo que es peor, se puede entender que alguien piense diferente, pero lo curioso es que se pida una especie de declaración, siempre a favor o en contra de algo, porque ya todo es absolutamente maravilloso o rematadamente malo. Y no hay más, como si las cosas sucedieran por generación espontánea. Está claro que arrinconar la filosofía básica en los programas educativos ha sido una mala idea, y parece que ya no es necesario que haya causa para que se produzca un efecto, que es a su vez causa de una cadena de acciones que conforma nuestra existencia. Pues ahora molesta hasta el silencio. Esa insistencia de que “usted tiene que posicionarse” me parece un disparate; alguien que no representa a nadie, sino a sí mismo, dirá esto, lo otro o simplemente callará, no por miedo, sino porque resulta muy complicado separar la paja del grano y emitir juicios si conocer las premisas. No veo la imprescindible urgencia de que alguien se manifieste sobre los fichajes de la UD Las Palmas o la aparición de Céline Dion en la Torre Eiffel cantando a Edith Piaf. Eso tendrán que hacerlo los especialistas, y siempre con el riesgo de equivocarse, que es algo que se asume cuando se opina.

 

 

Pues eso, que ha habido elecciones en Venezuela, y si alguien calla es porque es acérrimo seguidor del chavismo de Maduro, o, por el contrario, un vendido al capitalismo yanqui. Y pudiera ser que ni una cosa ni la otra, pero eso no cuenta. La historia de Venezuela viene de muy lejos, y como república independiente nació con el estigma de los dictatoriales espadones españoles que heredó Bolívar, producto del criollismo más genuino. Podría haber surgido con el manto de la Ilustración que propuso poco antes Miranda, pero la historia es la que es. Chávez hizo una constitución que apellidó bolivariana, adjetivo que llevó incluso al nombre de la nación, y nunca podré satisfacer mi curiosidad sobre lo que pensaría Simón Bolívar de esa retórica chavista -con su componente religioso- en la que ya no sabemos exactamente qué significan las palabras.

 

 

Hubo elecciones, pero ni para muchos de quienes apoyan el chavismo están claros los resultados, y la reacción de Maduro ha asido la de siempre, ocultar las actas y anunciar cárceles muy duras para los opositores. Hombre, blanco y en botella… El chavismo llegó como reacción airada contra la enorme corrupción que asoló Venezuela en el último tercio del siglo XX, cuando los de la COPEI y los Adecos se turnaban en la destrucción de una economía sólida porque se sostenía en una gran riqueza en materias primas, una agricultura bendecida y unas costas de ensueño, como corresponde al Caribe. El presidente Carlos Andrés Pérez, punta de ese enorme iceberg, fue destituido y juzgado por corrupción en 1993.

 

 

Chávez llegó por las urnas, pero, como ha ocurrido demasiadas veces en la historia, fue amañando el nuevo estado a su imagen y semejanza. Me asombra la naturalidad con la que algunos líderes de la izquierda española tragan con esta situación y la defienden. ¿Qué saben ellos que yo no sé? El abuso de poder que ocurre en Venezuela es una dictadura de libro, pues no olvidemos que Franco también hacía elecciones para llenar las Cortes de procuradores. Y las dictaduras son todas iguales, no las hay de derechas o de izquierdas. Por lo tanto, mi posición personal que, como ya he dicho, no sirve para gran cosa, es que no puedo aplaudir un sistema que absorbe todos los poderes del Estado y utiliza la persecución y la amenaza, como poco. Por otra parte, tampoco me creo la pureza democrática de las sucesivas oposiciones contra el chavismo. Ledesma, Guaidó, Corina Machado o Edmundo González no me dan “buena vibra” (así dicen ahora), porque tienen un cierto aroma a las retóricas clasistas de toda la vida. Galgos o podencos: perros. Es decir, pobre Venezuela.