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El baile de la silla

cv.JPGA una semana de la dichosa reunión de Washington (todavía no sabemos si se ha de llamar G-20, G-23 o G-cualquiera sabe) resulta patético el baile de la silla que se están montando los dirigentes europeos que no han sido invitados de primera mano, entre ellos Zapatero, que lleva tres semanas buscando apoyos y no sé si finalmente se conformará con las migajas que Chequia ha cogido al aceptar un asiento en la delegación francesa.
Me parece que ni ellos tienen claro a qué van a Washington, pero toca hacerse una foto, y todos quieren estar, seguramente porque piensan que en el futuro será una imagen histórica como la de la Conferencia de Yalta al final de la II Guerra Mundial o el Congreso de Viena en 1915, cuando los estado europeos que acaban de derrotar a Napoleón diseñaron una Europa que duró cien años. Que yo sepa, tanto en Yalta como en Viena había propuestas concretas de personajes de grueso calibre y probada inteligencia. ¿Va a ser Sarkozy el Churchill de la nueva era que pretenden alumbrar el próximo sábado? ¿Quiénes serán los equivalentes al Príncipe de Metternich, el zar Alejandro I, el naturalista Hummbolt o el Duque de Wellington? ¿Acaso el aprovechado de Gordon Brown, el festivalero Berluconi o el convidado de piedra Zapatero? Y otra cosa: Obama tendrá algo que decir, supongo.

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El sueño de Martin Luther King

Ha sido muy largo y duro el recorrido de la sociedad americana desde que en 1955 Rosa Parks, una mujer negra, se negó a dar el sitio en el autobús a un blanco en la sureña ciudad de Montgomery. En ese tremendo camino ha habido importantes hitos y personajes, como la Administración Kennedy y especialmente Robert Kennedy en su defensa de la Ley de Derechos Civiles, el reverendo Jesse Jackson, James Meredith, Edgard Nixon, el Black Power en los Juegos Olímpicos de México-68, escritoras como Tony Morrisson e incluso iconos del espectáculo que han servido a la causa dando tintes de normalidad al color de su piel: Sidney Poitiers, Morgan Freeman, Areta Franklin, Denzel Washington…
barack.jpgEn ese camino han dejado su sangre Martin Luther King, Malcom X, Medgar Evers y cientos de asesinados por una organización tan siniestra como el Ku Klux Klan. Que estados como Ohio, Indiana y Carolina del Norte hayan votado a un presidente negro es algo sorprendente e increíble hace apenas una décadas; pero la guinda es la victoria de Obama en Virginia, estado que fue el corazón de los Estados Confederados durante la Guerra de Sececión, y cuya capital, Richmond, lo fue también del Sur. Virginia es, incluso más que Georgia y Alabama, la bandera del racismo estadounidense.
Es evidente que la mentalidad americana ha ido cambiando, y Obama ha tenido la inteligencia de presentarse como alternativa, no como un negro que quiere ir a la Casa Blanca. Pero finalmente es eso, un negro en el despacho Oval, y creo que eso es verdaderamente importante. Y ya que los españoles somos tan buenísimos y abiertos, me pregunto si aquí seríamos capaces de dar nuestro voto para que un negro llegase a La Moncloa, a Ajuria Enea o a la Generalitat (no acaba de gustarles que Montilla sea andaluz). Obama será bueno, malo, regular o mediopensionista, pero sin duda su elección es una lección de la sociedad norteamericana. Ojalá se cumpla el sueño de Martin Luther King.

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El gran martes americano

oval.jpgHoy, primer martes después del primer lunes de noviembre (mira que son enredadores los yanquis), es el día en el que una aparte del planeta decide quién dirigira los destinos que influirán en todos nosotros durante los próximos cuatro años. Las elecciones norteamericanas siempre han llamado mucho la atención fuera, por la importancia que tienen para el resto del mundo y porque los americanos se lo montan todo en plan espactacular, desde Los Oscars hasta el Derby de Kentuky.
Parece que Obama tiene ventaja, pero no hay que fiarse demasiado de las encuestas, pues ya pasó en 1948 que, con una situación estadística parecida, contra todo pronóstico ganó Truman. Luego siempre han ganado los favoritos, porque ni Gore ni Kerry fueron favoritos ante Bush, pues llegaron a las urnas con empate técnico. Luego está el reparto de victorias por Estados, y en la mayoría, el gana, aunque sea sólo por una papeleta, se lleva todos lo votos electorales. Es decir, que si se gana por poco en muchos Estados y el adversario arrasa en otros, pudiera suceder que el perdedor tenga más votos y sin embargo menos delegados. Por eso los porcentajes nacionales de las encuestas son engañosos.
Y luego están las estadísticas curiosas, que tan bien saben forzar los americanos. Siempre ha ganado el candidato más alto si ambos tienen el mismo color de pelo, y si tienen la misma talla gana el más gordo. Si tienen pelajes distintos, gana el rubio, y los calvos siempre pierden, salvo en el caso de Eisenhower. De manera que, leyendo las estadísticas de manera tan sesgada, se puede interpretar cualquier cosa. Por ejemplo, Obama es más alto, pero McCain es tan rubio…
La posible victoria de Obama tiene un gran significado para este tipo de estdísticas, porque hasta que ganó Kennedy hace casi medio siglo, ningún católico había ocupado la Casa Blanca. Ahora puede que lo haga un negro por primera vez. Faltan una mujer, un hispano y un homosexual conocido. Si cada uno de los pasos tarda medio siglo, ya pueden imaginar que la «normalización» llegará dentro de siglo y medio. Menos da una piedra.