Carta imposible
Hace mucho tiempo que dejé de creer en los Reyes Magos, y si lo pienso bien me parece que siempre supe quiénes era. Tal vez por eso no tengo mucho apego a la monarquía, y tampoco a las sibilas, adivinadoras y chamanes, porque tampoco está claro que los tres que venían de Oriente hacia el portal fuesen reyes de un reino o magos de vaya usted a saber que tendencia.
Encima hay investigadores que aseguran que en realidad eran cuatro, pero que uno se perdió, con lo cual la estrella de Belén parece menos fiable que el GPS.
Y aunque no creo en ellos, quiero creer, porque si no ya no sé a quién pedir que ponga su mano para acabar con tanto disparate. La invasión de la franja de Gaza es algo que terrible, y no entiendo quién gana con tanta sangre, y qué gana. Si de verdad existen los Reyes Magos, yo quiero una señal, y esta es que pare ya tanta crueldad inhumana. Tampoco me entra en la cabeza que ni Estados Unidos, ni la UE ni la ONU sean capaces de parar la guerra. O sí lo entiendo, pero preferiría no comprender porque de lo contrario sentiría vergüenza.
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(El cuadro es la Adoración de los Reyes Magos, cuyo autor es Alberto Durero)