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La mala costumbre de morirse

En los últimos días hay dos bajas importantes en la cultura española de después de la guerra, las del poeta Carlos Edmundo de Ory y el cineasta Luis García Berlanga. Siempre se dice lo mismo, pero esta vez es verdad, con Berlanga se clausura una época dorada del cine español, pues era el último que quedaba de un cuadro de honor insuperable: Fernán-Gómez, Rafael Azcona, Enma Penella, José Luis López-Vázquez, Paco Rabal, Juan Antonio Bardem, Manuel Alexandre… De Berlanga se ha dicho casi todo en estos días, y está claro que fue un provocador. Carlos Edmundo de Ory, por su parte, también lo fue, pero la poesía no tiene el impacto mediático del cine y se le conocía menos. Pero supo montar el número en los años cuarenta, cuando hacerlo era peligroso, y quedó de él una imagen de iconoclasta. Hace cincuenta años que vivía en Francia y la verdad es que, incluso entre los lectores de poesía, siempre fue más personaje que poeta. Pero aunque no hubiera escrito un solo verso, su actitud sirvió a la literatura para despertar del adormecimiento en una época muy oscura.
zOry.jpgDejo constancia de que faltan dos importantes y miro hacia adelante porque si uno se dedica a necrológicas no hace otra cosa. Como afirma con aguda visión Rosa Montero, y homenajeando a estos dos tipos irreverentes que acaban de irse, últimamente se está extendiendo la mala costumbre de morirse, y -ya lo dijo el clásico- incluso se está muriendo gente que no se había muerto nunca. A ver si pasa esta moda.

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Las cosas de la Real Academia

La Real Academia Española y las otras 22 academias hispanoamericanas han acordado una reforma de la ortografía. Siempre ha habido detalles que suelen provenir de palabras extranjeras, y se pone orden como cambiar la «q» por la «k» al final de Irak, siguiendo la tendencia clásica de la Academia de españolizar los extranjerismos (cuando yo estudiaba se decía barbarismos). Creo que, como el doblaje en las películas, somos los que menos respetamos los nombres extranjeros, y así, en cualquier lengua, menos en español, Londres es London, Milán es Milano y Marsella es Marseille, como sus nombres originales en inglés, italiano o francés. Pero aquí no, aquí hay que españolizarlo todo, mientras vemos que en cualquier otra lengua nuestras ciudades se siguen escribiendo igual que aquí y cuando hablan tratan de nombrarlas como nosotros.
zescritura[1].jpgLo que sí me parece un gran acierto es que quiten la tilde a la palabra «guión», porque contraviene las reglas de acentuación, que en mis muchos años de enseñanza ha sido un martirio porque hubo alumnos que, siguiendo las estrictas reglas de la gramática, no la acentuaban, y yo me veía en la tesitura de si contársela como falta. No sé qué habrá dicho la Academia sobre la palabra «jesuita», que al pronunciarse como polisílaba se sobreentiende que hay una tilde en la «i» para romper el dipongo. Pero no, nunca ha llevado tilde, y eso no lo entiendo y por lo tanto tampoco he podido razonárselo a mis alumnos.
Está bien que poco a poco se vaya acoplando la excepción con la regla, porque hay excepciones que seguramente tienen procedencia popular y así se ha aceptado, pero que son un calvario para el docente que quiere enseñar a escribir correctamente, porque los niños se rigen por una lógica inamovible, y si les das una regla resulta luego muy complicado decir que esta o aquella palabra se la salta. Y es que la ortografía funciona en la mente de forma automática, por repetición de la memoria, y así seguimos viendo cómo personas que estudiaron antes de la reforma ortográfica de 1971 siguen poniendo tilde a monosílabos que ya no la llevan (dio, vi) pero que sí la levaban cuando ellos estudiaron. Esto quiere decir que durante los próximos cuarenta años seguiremos viendo muchas veces la palabra guión con tilde (hasta a mí se me ha escapado ahora).

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Miguel Hernández, viento del pueblo

zmiguel-hernandez-01[1].jpgzmiguel-hernandez-333.JPG

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.


Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
***
El poeta Miguel Hernández
(1910-1942) nació en Orihuela hoy hace cien años.