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¿Integración o tolerancia?

El debate sobre la integración de personas de otras culturas y religiones en la sociedad occidental está servido desde hace más de un siglos, cuando en Nueva York o San Francisco se crearon los barrios chinos, italianos o judíos. Siglos antes ya hubo en España juderías que concentraban a la gente de esa cultura. vvventan.JPGHoy, en sociedades avanzadas como Gran Bretaña, conviven muchas formas de vida, que casi siempre tienen una religión detrás. Es curioso como, cuando se trata de reivindicar derechos, las culturas recién llegadas se postulan como ciudadanos comunes, y lo son, pero luego quieren un status especial en sus vidas. Yo creo que la integración es muy difícil, por lo que hay que hablar de tolerancia, y esto en ambos sentidos, porque también las culturas que llegan como sedimentos tienen que respetar nuestra forma de vida. Y, sobre todo, la ley debe ser una para todos. Por eso me parece tan tremendo lo aprobado en el Parlamento Europeo para el mundo laboral de los inmigrantes.

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Sobre gustos

Dicen que sobre gustos no hay nada escrito, aunque yo creo que hay demasiado, y lo que se escribe suele ser casi siempre decreto-ley que por lo visto es de una manera y sólo de esa. Hay que ser un entusiasta -o detractor- de tal director de cine, escuchar con delirio a un cantante o leer con fruición a determinado autor, porque si no estás fuera de la pomada, eres un antiguo, un reaccionario o cualquier otro sambenito que quieran colgarte. aagusto.JPGY sucede que a veces esa película maravillosa que todos apluden te duerme, ese cantante mítico te parece ruido y ese libro extraordinario se te atasca en la página tres porque no te interesa o incluso te molesta. Pero callas porque no vas a ser el hazmerreír de la gente. Y eso empieza en la niñez, cuando todos juegan a un juego que te aburre y tragas porque quieres ser de la partida y no aislarte del mundo. No hay que confundir ese verdadero rechazo con la actitud de algunos de negar el gusto mayoritario sólo para epatar y distinguirse como diferente, que es el caso de los «indomables» que consideran que Mozart, Picasso, Borges o Fellini no valen nada. Lo que digo se refiere a que puede haber personas con exquisito gusto musical, literario o cinematográfico a las que no les gusten los Beatles, se aburran leyendo a García Márquez o se duerman en el cine frente a una película de los Hermanos Cohen (y pongo tres ejemplos de artistas que me encantan), pero no lo dirán porque se ha establecido que a una persona sensible han de gustarle por decreto, o han de rechazarlo por alienante. Esto se ha intensificado en los últimos años por el efecto mediático, y la gente se posiciona a favor y en contra porque quiere pertenecer a un grupo, bien el de los que siguen el gusto dictado, bien el de los que se oponen con saña. Ejemplos hay, como la trilogía Millenium, la música de Lady Gagá o la serie televisiva House. Y es que, por mucho que queramos presentarnos como únicos, a menudo somos esclavos de las apariencias.

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Frases sin derechos de autor

Solemos usar citas célebres para vestir un discurso o un texto, o simplemente para dar más autoridad a lo que decimos en una conversación. Pero hay que tener mucho cuidado porque puede suceder alguna de estas cosas:
Que la autoría de la frase sea correcta pero que no sea exacta, y se redondea para que suene mejor, y no me salgo del asunto porque a veces las uso; una de ellas es la de «Sólo os prometo sangre, sudor y lágrimas» dicha por Churchill, que en realidad la dijo, pero más larga y menos contundente.
Que sea una frase que nunca existió pero circula por ahí, como el famoso «Sancho, ladran, luego cabalgamos», y que no está en ninguna parte de El Quijote. Hay hasta esculturas quijotescas con perro, que tampoco aparece en el libro.
nqqisaiq-1289653433-bg[1].jpgQue quien la usa en realidad se la invente y la atribuya a una celebridad para que tenga más peso, o simplemente se queda con el personal. Este caso abunda cuando se cita a un filósofo polaco, a un poeta chino o a un Gran Jefe indio que nunca dijeron tal cosa o incluso que ni siquiera existieron ellos mismos y son otro invento del citador.
Tampién sucede que hay frases muy conocidas que nadie sabe muy bien quién las dijo o escribió y se las encasquetan casi siempre a Shakespeare si son profundas y a Oscar Wilde si son ingeniosas. En eso Wilde se lleva la palma, porque, si nos atenemos a lo que dicen que dijo, se pasó el pobre hombre todo el día inventando frases brillantes.
Y finalmente están las frases que se atribuyen a muchas personas, siempre con seguridad. Una de ellas es la de «Hay gente pa’ tó», que se la adosan a tres toreros en distintas épocas, a Chicuelo, a Lagartijo y a Juan Belmonte. Otras son las dos más famosas referidas al genio y las musas: «Las musas, si vienen, es mejor que te cojan trabajando» y «El arte es un 1% inspiración y 99% transpiración». Ambas frases con sus distintas variantes se las he visto atribuidas a Beethoven, Rilke, Bernard Shaw, Picasso, Lorca y, por supuesto, a Shakespeare y a Oscar Wilde, el campeón.
Si hablamos de frases cinematográficas es que no acabamos, porque ya me gustaría saber en qué películas alguien dice textualmente «Nena, ve a empolvarte la nariz», «Yo que tú no lo haría, forastero», «No has debido cruzar el Mississipi, Joe» o «Nos veremos en el infierno».
Y ni leyéndolo en una obra de alguien de otra lengua podemos estar seguros, porque las traducciones deforman y en boca del pueblo cambian el significado. El caso más claro es la frase evangélica «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que…» y pensamos en un camello-camello. Pero resulta que no, que camello es una traducción errónea de San Jerónimo, que vio en la palabra griega «kamelos» a un camello, cuando es en realidad una soga o cabo para atar los barcos a los muelles, dífícil para enhebrar en una aguja, todo sea dicho.
Y es que, sobre todo el cine, es muy engañoso, porque a veces por conversaciones tenemos imágenes que nunca existieron, como en la película Doce hombres sin piedad, que transcurre en su totalidad en una sala cerrada donde se reúne un jurado; no hay imágenes del crimen que se juzga, pero son muchos los que afirman haber visto la sombra del acusado a través de las ventanillas de un tren, que tampoco sale en la película.