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Las Canteras

Cuando yo era un adolescente, Gironella, que no es un escritor que me entusiasme, dijo en una entrevista que el que cree que su tierra es la mejor del mundo es un ignorante, y el que piensa que es la peor es un cretino. Aquella frase se me quedó grabada y me viene a la memoria cada vez que alguien empieza a descalificar o a elevar sin mesura lo propio. Hoy he estado en la Avenida de Las Canteras y es una gozada. zzzcanterasss.JPGCada vez que hablo de nuestra playa, acabo encontrando a alguien que la pone como número uno del mundo, o bien la reduce a mero arenal y recita de memoria las más famosas playas del planeta: Waikiki, Ipanema, La Concha… Y es una tontería tanto lo uno como lo otro. En el mundo hay parajes marítimos muy hermosos, y seguramente la belleza con que alguien los recuerda es también directamente proporcional al momento que vivió, a la persona que iba a su lado o a la memoria lejana que tiende a mitificar o difuminar los recuerdos y lo imaginado. Los que sí está claro es que Las Canteras es un lugar magnífico, y comparar nuestra playa con la de Copacabana o con las calas mediterráneas de las islas griegas es una memez. Es como cuando se comparan las fiestas de los distintos lugares. Si en una humilde romería vives un bello encuentro será para tí más fastuosa que el Carnaval de Venecia, y si en los Sanfermines te haces un esguince de tobillo será la fiesta más cochambrosa. En esa playa me ha ocurrido mucho de lo primero y nada de lo segundo; por lo tanto, recomiendo Las Canteras porque es un lugar de encuentros ideal.

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¿Y por qué no unos Juegos Olímpicos?


Lo de Madrid es para nota. Da igual que Alberto de Mónaco fastidie la elección en el último minuto y escojan Londres, o que el dinero de las economías emergentes haga que todos miren a Río de Janeiro. Gallardón vuelve a la carga para 2020, y ya tenemos tema para un par de años, hasta que el COI se reúna y decida. A esto unos lo llaman persistencia, empeño o tesón, y yo lo llamo majadería. zzxx65images[5].jpg¿Es que en la cabeza de los dirigentes de la capital de España no hay otra manera de ilusionar al personal que proponerse para unos Juegos Olímpicos? Por otra parte, hay que decir que a Gallardón pueden acusarlo de cualquier cosa, menos de tener miedo al ridículo. Hay que ser muy valiente o muy inconsciente para salir de nuevo con la misma propuesta, y en esa rueda de prensa se despierta admiración o se hace el ridículo. Todavía no sé cómo enfocarlo, pero desde luego, si esta vez Madrid no es la ciudad elegida el ridículo será de los que finiquitan una carrera política. Y es así, porque si lo apuestas todo al mismo caballo y este no gana, estás muerto. Y ya puestos, también deberíamos proponer a Las Palmas de Gran Canaria para unos Juegos Olímpicos, el 2028, por ejemplo, para tener tiempo de preparar la candidatura. Nos embarcamos en la aventura y vamos moliendo con el asunto durante una docena de años, tres legislaturas. Luego le echaremos la culpa a que Calcuta se ha vuelto rica, a que es un premio a Bagdad para que se termine de pacificar o a que ya le toca otra vez a una ciudad norteamericana (Los Angeles por tercera vez). No hay que esperar al final, hay que hacerlo ya y la parranda la llevamos por delante. ¿Que es un disparate? Ya lo sé, otro, es la costumbre.

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Facundo Cabral: Si se calla el cantor…

«El diablo fue al mar,
a escribir la historia del mundo,
pero no había agua,
Dios se la había bebido»


Estos versos pertenecen al gran poeta, músico y cantor argentino Facundo Cabral, que ha sido asesinado a tiros en Guatemala. Vuelve a cumplirse la maldita paradoja de que las voces que más gritan contra la violencia y la injusticia son segadas injusta y violentamente. Facundo Cabral engrosa el triste listado de quienes pregonaban la paz y fueron acallados por el odio y la prepotencia, que hace creer a los hombres que son diosecillos dueños de las vidas de los demás. Desde Martin Luther King y Gandhi, hasta John Lennon y Roque Dalton, la violencia se volvió contra sus opositores. En cierto modo es hasta lógico, es el instinto del escorpión, porque los violentos no entienden otro lenguaje, como los perros solo saben ladrar. Facundo Cabral ha muerto asesinado, como Víctor Jara, como Jorge Cafrune.
zzzCabral[1].jpgLo conocimos primero en la voz de Alberto Cortez y luego en la propia, con ese fondo de guitarra pampeana que mantiene con arpegios el aire de la poesía más elevada, que es a la vez voz del pueblo enmudecido. Aprendió Cabral eso de Buenaventura Luna, Atahualpa Yupanqui, José Larralde y su amigo y mentor Jorge Cafrune. La vida personal de Cabral fue una carrera de obstáculos. Estaba predestinado a la soledad, tal vez por eso se compartía con el mundo. Nacido muy pobre, no habló hasta los nueve años y aprendió a leer a los catorce. Pero aprendió bien, leyendo a Borges y Whitman. No sabía si iba más lejos la montaña o el cangrejo (eso decía en una de sus muchas canciones), y en sus libros de poemas mezclaba lo más popular y folclórico con la cultura más sofisticada, como buen discípulo de Borges, maestro de estas y otras mixturas. Decía que se encontró con Dios en la figura de Jesucristo, pero también en la de Gandhi y en una mirada al mundo filtrada por la memoria del gran poeta de Manhattan: «Ama hasta convertirte en lo amado, es más, hasta convertirte en el amor». Entre la rabia y la impotencia, la muerte injusta de Cabral nos lleva a esa Latinamérica violenta, y es un muerto más como las dos docenas que hoy han caído en Monterrey, pero la muerte del poeta y cantor es también el asesinato de una voz que se prestaba a los amordazados. En realidad han disparado contra todas las personas de buena voluntad, contra la inteligencia y la sensibilidad, contra la esencia misma del ser humano.
«No soy de aquí, ni soy de allá», insistía, pero era porteño al fin y al cabo, pues fue a morir un 9 de julio, Día de la Independencia y Fiesta Nacional en Argentina. Es otra triste paradoja. El único consuelo que nos queda es que se puede matar a los poetas, pero nunca a la poesía. Seguiremos escuchando y leyendo al gran amigo del hombre Facundo Cabral, porque, como cantaba Horacio Guarany, «Si se calla el cantor, calla la vida».