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Alberto Omar y Santiago Gil

En estos días se han presentado en Las Palmas dos libros de dos amigos que vienen a engrosar el ya gozosamente nutrido listado de la buena narrativa que se hace por aquí. Son dos generaciones, dos maneras de ver el mundo, dos trayectorias diferentes, pero que tienen en común el gusto por la palabra precisa y el camino hacia adentro. Cuando estudiábamos los manuales de literatura nos decían que la épica trataba de asuntos exteriores al escritor, la lírica de su interior y quedaba la dramática, que no nos decía de qué trataba, pero que era evidentemente la escritura teatral. Omar y Gil son autores que entran en géneros diversos, y aunque entre sus trabajos hay mucha narrativa, podríamos decir que lo que tienen en común es su tendencia a la lírica, lo interior, la reflexión.
Alberto Omar es un clásico de nuestra literatura, no en vano lo avalan tres docenas de títulos en distintos géneros, en los que el teatro no es el de menor cuantía. También es poeta y sin duda novelista, un extraño especímen de los que yo llamo anfibios, porque respiran dentro y fuera del agua. Y es curioso cómo su obra trata siempre de indagar en las conductas, y en algunos textos se interna en esa pasión casi masoquista que tenemos los humanos por lo angustioso. Pero en la vida real Alberto Omar es justo lo contrario, un tipo divertido, casi un showman de la vida, con una conversación y una expresividad que hacen que cualquier discurso verbal suyo sea un espectáculo en sí mismo, puesto que también es un excelente actor. Ahora, en su novela Inmenso olvido vuelve sobre uno de sus temas recurrentes, el de la mujer considerada como segundo sexo, que en un momento determinado de su vida tiene que decidirse por el ajuste de cuentas o el olvido. Se decide por lo segundo, y tal vez ese olvido de que habla Alberto sea aquel del que Neruda decía que era muy largo. El olvido es una terapia, porque si no el dolor nos arrasaría. Así que esta novela de Alberto Omar nos lleva de la mano hacia una reflexión que seguramente cada uno de nosotros también tiene que hacer.
zzomargil.JPGSantiago Gil, por su parte, pertenece a las últimas hornadas de buenos narradores que están produciendo un corpus magnífico en Canarias. También es poeta y agudo columnista, siempre tumbado hacia los detalles, como un heredero insular de Antonio Tabucci, y curiosamente es uno de los que no se ha dejado tentar por el género negro que tan buenos textos está dejando de otros autores contemporáneos. Debe ser eso de la lírica. Pero sí que tiene esa potencia que empuja al escritor a novelarlo todo, con una obra ya muy importante en cantidad y calidad, y esa curiosidad diaria que le viene de su vena periodística. Santiago hace buena aquella frase de que el periodismo es una buena escuela literaria siempre y cuando se abandone a tiempo. El tiene muy claros los límites, y del periodismo sólo usa la curiosidad, el deseo de comunicar, porque luego arma ficciones imposibles que solo son verosímiles cuando, como es su caso, se sostienen en un recio armazón literario. Y ahora tenemos entre manos su entrega de Queridos Reyes Magos, que aunque parezca algo puntual por las fechas recíen vividas es un texto que puede leerse en agosto.
Así que, dos amigos, dos novelas y buena literatura, que sumada a la de otros amigos también comentados aquí (o por comentar) suponen un interesante comienzo de un año que, a pesar de tantos agoreros, puede ser un gran año literario.

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El hombre de El Hierro


zaurelio-ayala1.JPGHoy toca hablar de un hombre… de dos… de la isla de El Hierro. Aurelio Ayala Fontes es un gran tipo, pero un tipo peculiar. Aunque es el único hijo de sus padres que nació fuera de la isla herreña, pasó allí sus primeros años y ya dijo el clásico que la patria de todo hombre es la niñez (yo añadiría que también la primera juventud). Luego ha saltado a otras islas, pero siempre enarbolando la bandera de la Isla del Meridiano. Es un hombre que contiene mil historias, adornadas por su inseparable bufanda roja, que camina cansino pero que siempre va a gran velocidad, que te recibe con un gesto hosco y te desarma cuando esboza una sonrisa, que es casi siempre. Tiene una voz fuerte, ahora valdría decir que volcánica, pero lo del volcán es algo tan doloroso para los herreños que no es momento de usarlo como metáfora. Lleva la historia de su isla en la cabeza, pero no una historia cualquiera, sino la de los hombres y las mujeres que día a día, década a década, construyen la convivencia en un lugar maravilloso pero muy duro.
zaurelio-ayala.JPGEl Hierro ha sido una isla bendecida y maldecida por la Naturaleza; un día le da el Garoé para apagar su sed y otro le envía un huracán y se lo arrebata; durante una época la colma de bonanzas submarinas y de pronto las arrasa con lava ardiente. Y eso lo palpa Aurelio Ayala en cada uno de los habitantes de la isla y en su memoria. El año pasado nos contaba El Hierro a través de la figura ya legendaria de Domingo Machina; ahora nos lo cuenta en un médico, Juan Ramón Padrón Pérez, con lo que eso ha significado en la vida de una isla a veces alejada de los grandes circuitos. Ese libro se llama Un hombre, un médico, una isla. No son tres conceptos distintos, es un sentimiento insular que define a la vieja isla bimpache, que está hecha de hombres especiales como Machina o Padrón Pérez, y de mujeres como Valentina. Si durante mucho tiempos supimos del devenir herreño en la voz y la pluma de José Padrón Machín, que levantó acta del primer avión de pasajeros que aterrizó en el aeropuerto, de la ampliación del puerto de La Estaca, de las fiestas de la Bajada, de una carretera que llegaba al Tamaduste o a Guarasoca, es ahora Aurelio Ayala quien pasa lista en la memoria de la isla y completa el retrato con los perfiles de la gente imprescindible. Es una forma de cerrar el círculo, que sigue abierto porque estoy convencido de que quedan muchas personas que conforman la isla herreña en la memoria de Aurelio Ayala.
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(El libro Un hombre, un médico, una isla se presenta este viernes 18 de noviembre en la Casa Cultural y Recreativa del Hierro en Las Palmas de Gran Canaria, calle Pío XII nº 30)

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La memoria rescatada por Trapero

Treinta años de trabajo
son el blasón de su escuela,
y aunque a más de uno duela,
quiero dejar esta cita:
ha dejado pequeñita
La Flor de la Marañuela

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0_24251_5[1].jpgHace nueve años, Maximiano Trapero me concedió el privilegio de acompañarle en la presentación del libro Romancero general de Cuba, que hizo en colaboración con Marta Esquenazi. Si hablábamos de poesía popular, pensé que lo más adecuado era hacer mi parte de la presentación en versos de ese estilo, bien en décimas espinelas, en romance o en pretenciosas sextinas del Martín Fierro, como la que encabeza este post. En estos nueve años mucho es el trabajo de Trapero que ha visto la luz, y el último de ellos es la magna obra -más propia de un equipo multidisciplinar que de un solo hombre- Religiosidad popular en verso. Últimas manifestaciones o manifestaciones perdidas en España e Hispanoamérica. Como su figura intelectual se agiganta en cada trabajo, poco puedo decir de Trapero que ya no haya dicho, y simplemente como curiosidad acompaño algunos pasajes salteados de aquella presentación verseada de 2002, que sigue sirviendo para mostrar en perspectiva a uno de nuestros grandes intelectuales:

…Pero entre todos los vivos,
desde el Paraná hasta el Duero,
desde la isla de Cuba
hasta la isla de El Hierro,
me permito mencionar
a Maximiano Trapero
como vara de medir
la voz popular del verso,
el cantar improvisado,
el peso del romancero…
…Es porque si hablo de romances,
tengo que hablar de Trapero.
Maximiano es un canario
que más que nadie es herreño,
aunque viera luz primera
en la Ribera del Duero,
denominación de origen
de un catador muy experto
de vino, amistad y cepas,
de palabras y consejos.
Trapero lo es por su padre,
y por su madre Trapero,
no es una casualidad
que rime con romancero.
Trapero tiene figura
de jefe de un regimiento,
firme, cabal y elegante,
un escuchador honesto
que cuando habla define
porque acumula argumentos.
No lo nombro general
porque no tiene el aspecto:
los generales son calvos
y tienen brillo grasiento
y en los bailes de salón
no se mueven de su asiento;
el general literario,
el que imagino en mis cuentos,
conspira con las marquesas
gordas, con poco resuello
por las perlas del collar
con tres vueltas en el cuello.
En cambio los coroneles
son bailarines apuestos,
que no conspiran con nadie,
y cuando tienen resuelto
el protocolo del vals
vuelven a su regimiento.
Maximiano es coronel
y yo le niego el ascenso
a general gordo y calvo,
político y marrullero…
…Cuando hablo de Trapero
No me encadila el afecto.
Es verdad que soy su amigo,
somos cómplices añejos,
aliados en la palabra
que no se ocultan defectos,
porque es gran deslealtad
engañar al compañero…
…Si lo proclamo, repito,
es eso lo que yo pienso,
aunque a nadie ha de extrañar
si ya conoce a Trapero,
su trabajo y su rigor,
su eterno vagabundeo
por legajos y caminos,
rastreando vericuetos,
romances y romancillos,
décimas o cualquier verso
que naciera en culta pluma
y ya pertenezca el pueblo…
***
Y Remacho con cuatro versos de ahora, que son la constatación de lo que él mismo dijo en la presentación del libro el pasado día 20 de octubre en el salón de actos de la Casa de Colón:
Y aunque Maxi nació lejos,
es isleño y de los buenos;
no es canario por la cuna,
lo es por conocimiento.