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Otro día con himnos

Esta noche, en la ciudad de Kiev, sonarán dos himnos nacionales, el español y el italiano. Esto de los himnos es muy curioso, porque existen muchas creencias populares que se convierten en verdad revelada sin fundamento alguno. Los hay, como La Marsellesa, el himno de Francia y seguramente el más popular, que han comandado revoluciones con significado más allá de su nación. El británico pide en su primer verso que Dios salve a la reina incluso cuando el monarca es varón, y no existe documento alguno que lo haya hecho oficial, por lo que su uso es una tradición, no una imposición. La mayor parte de los himnos funcionan como tales desde el siglo XVIII, unos proceden de marchas militares, zcv1340478291938[1].jpgotros de canciones populares y otros, como el alemán, está extraído de una composición de Haydn. Unos nacieron por encargo y otros fueron adoptados espontáneamente por el pueblo. Y esta noche, en la capital ucraniana sonarán los que son probablemente el más moderno y el más antiguo de Europa. Italia es la suma de muchos reinos y como estado unificado existe desde hace 140 años, por lo que hubo varios himnos que nunca cuajaron del todo, pues se llegó a usar como tal hasta El Coro de los esclavos de la ópera Nabucco («Va pensiero»), y el que ha quedado empezó a ser popular en tiempos de Mussolini. El de España data como tal del siglo XVIII, y se sabe que era una marcha de los granaderos que se tocaba cuando acudía el rey; sobre su origen existen muchas historias: hay investigadores que lo hacen provenir de una composición hecha por Federico de Prusia, o que es igual que unas marchas venecianas del Renacimiento, o que tiene las mismas notas que una composición árabe andalusí del siglo IX. Es decir, que tanto en sus orígenes como en su oficialidad (ya lo era en tiempos de Carlos III) el himno español es el más antiguo de Europa, y por el contrario el de Italia es de los últimos en llegar, si no el último. Por otra parte, que el himno español no tenga letra -aunque haya habido muchos intentos durante más de dos siglos y medio- es casi una bendición, porque la mayor parte de las letras que se cantan por ahí, incluyendo la de La Marsellesa, son confusas, violentas, chauvinistas y mostrencas (alguna que otra racista y xenófoba). De manera que, cuando escuchemos el himno de España, no pensemos que es un pegote, pues tiene más solera que el inglés, el francés, el alemán y, por supuesto, el italiano, que es oficial solo desde el 2005, hace siete años.
Ah, creo que después de los himnos va a jugarse un partido de fútbol y hasta entregarán una copa. Eso me han dicho.

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Portugal, vecino ignorado

Aunque el fútbol es la disculpa, hace tiempo que quería hablar de Portugal, país que admiro y respeto. Esta noche se juega con España el pase a la final de la Eurocopa, pero es solo un partido de fútbol. Portugal es una selección que ha tenido grandes momentos, siempre con un futbolista muy especial como líder (Eusebio, Figo, ahora Cristiano) pero no ha logrado nunca un gran trofeo. Y si medimos a los portugueses por la fanfarronería de Mourinho y la vanidad de Cristiano Ronaldo nos estaremos equivocando. Portugal tiene más que ver con la palabra de Saramago, el sabor del vino de Oporto y las canciones de José Afonso. No olvidemos que por las venas canarias también corre sangre portuguesa: Almeida, Acosta, Gonçalves, Padrón, Díaz, Silvera, Silva, Perestelo, Lemus, Déniz, Dávila, Barreto, Correa, Pacheco, Delgado, Ravelo (vaya, muchos novelistas canarios provienen de Portugal)… Y es que uno de cada tres canarios lleva un apellido portugués, aunque mucha gente lo ignora.
zzhhFoto0389.JPGY tenemos de los portugueses varios clisés que son todos falsos, porque, lo mismo que los franceses nos han mirado siempre por encima del hombro (Europa, decían, empieza en Los Pirineos), en España también se ha dado la espalda a un pueblo que proviene de las mismas raíces ibéricas, romanas y germánicas que el resto de La Península. Incluso formó parte de la corona de Castilla cuando quedó sin monarca al desaparecer el rey Don Sebastián. Hubo guerras, como las hubo entre Castilla y Aragón y otros territorios peninsulares. Pero no hemos sido justos con Portugal, país al que en cierta manera hemos mirado con desdén.
Si bien España fue un gran imperio, también lo fue Portugal, hasta el punto de que hubo un tiempo en que se repartieron el mundo (Tratado de Tordesillas), y hoy un gran país como Brasil habla su lengua. Se dice que los portugueses son exagerados; eso es un chiste, forman un pueblo que al ser pobre buscó su grandeza lejos, y fue el rey del mar antes de que Inglaterra le quitara ese liderazgo. Como siempre, cuatro se hicieron ricos, y el pueblo portugués ha vivido empujado por su orgullo, su dignidad y su trabajo. Por si esto fuera poco, dio una lección al mundo el 25 de abril de 1974 con la revolución de los claveles, cuando derrocó una dictadura sin disparar un solo tiro. Ahora, con esta crisis inducida, también está pasándolo mal, pero ahí sigue, con su orgullo, que, lo mismo que España, va a sacar esta noche.
Desde el respeto y la admiración que siento por el gran pueblo portugués, quiero que esta noche gane España, pero no nos equivoquemos con nuestro vecino, del que tenemos mucho que aprender, y seguramente muchas cosas que vivir hombro con hombro. Como ya ocurrió en el pasado, porque Portugal, especialmente para los canarios, no es un país más en el mapa, como Croacia o Polonia, es un poco nosotros. E insisto, es solo un partido de fútbol, deporte inglés que se asentó en Gran Canaria hace más de 100 años de la mano Pepe Gonçalves, hijo de una madeirense de Funchal, como Cristiano Ronaldo. Así rueda el mundo.

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Se ha ido Galiardo, el excesivo

Conocimos a Juan Luis Galiardo como un clisé, el del galán que las enamora, con una cierta carga machista y donjuanesca. Esa fue su imagen durante años seguramente por haber participado en algunas de aquellas infumables películas de los años 60 y principios de los 70. Pero si nos fijamos bien, no fueron tantas de esta factura carpetovetónica, en comparación con las que hicieron Sacristán, López Vázquez o Landa, y hasta Tony Leblanc, que ahora son alabados y respetados vivos o muertos. Galiardo aparecía en películas muy estimables, y algunas muy importantes, haciendo siempre papeles de tipo odioso (lo vimos de cacique en la canaria Guarapo), y seguramente esta imagen suya tuvo que ver con estos personajes que la gente identificaba con él. Pero llegó un momento en que nos dimos cuenta de estábamos ante un gran actor, esos que llenan la pantalla con su sola presencia, y lo redescubrimos en series de televisión como Turno de oficio, a pesar de que llevaba a sus espaldas muchos Estudio 1, con grandes directores como el también desaparecido estos días Gustavo Pérez Puig.
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(Juan Luis Galiardo, Luis Suárez y Chela actuaron en Guarapo, película de 1989 considerada el primer largometraje comercial canario. Desgraciadamente los tres han fallecido, y esta foto quiere ser un recuerdo para ellos)
Luego hizo brillantes papeles, siempre excesivo, como un Nicholson español, pero de verdad, sin sobreactuaciones. El era así, abrumador, tremendo, un actor que seguramente habría sido capaz de mantener en vilo a un auditorio solo con contarles sus peripecias del día anterior, inventadas la mayor parte de las veces. Y hubo una última etapa de su vida en la que volvió con más frecuencia a sus principios, el teatro. Y ahí sí que su figura se volvía épica, como un Gassman imparable, bordando personajes terribles del teatro clásico: Edipo, El Avaro, El Rey Lear y los personajes esperpénticos de Valle-Inclán. Como persona era un erudito de la vida, la calle, la noche, el fracaso y la redención: un filósofo sin sistema, pero un filósofo. Tenía esa magia que enganchaba nada más verlo, porque era un personaje que, al contrario de los de Pirandello, no necesitaba autor, era en sí mismo función teatral improvisada y genial. De esos solo estaba él, y se ha ido. Una lástima.