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A don José Ignacio Wert, Ministro de Educación

No ha podido usted resistirse a la tentación de figurar en el palmarés de los responsables de Educación de la democracia que se han metido a hacer reformas, empeorando una y otra vez el sistema. Quiere unir su nombre a los de José María Maravall, Esperanza Aguirre y otros menos sonoros pero igual de destructivos, pues siempre dando un paso atrás no podemos olvidar que también fueron ministros de Educación el Jefe de la Oposición y el Presidente del Gobierno actuales. zedDSCN4232.JPGDe todos ellos, el único que hablaba con lógica y parecía encaminar en sentido correcto lo público ha sido Gabilondo, pero quien sabe si con algo más de tiempo habría sido otro más. Todos ellos han ido quitando ladrillos al edificio de la enseñanza pública y engordando la privada concertada, los de la derecha con argumentos muy peregrinos y los socialistas enarbolando la presión de poderes fácticos que controlan buena parte de la enseñanza privada. Entre todos la mataron y ella sola se murió, pero de la ya larga hilera de ministros y ministras de Educación que hemos sufrido usted se lleva la palma en descaro. ¿Nos toma por tontos? ¿quién va a tragarse que con tanta reválida trata de mejorar el nivel educativo, cuando es evidente que con ello cerrará el camino a miles de jóvenes? Va a conseguir el sueño dorado de los ultraconservadores, que solo estudien los de un determinado nivel económico, con la coartada de unas pocas becas para algún genio que surja de las clases populares, porque tendrá que ser Einstein o Madame Curie para pillar una beca que le permita hacer una carrera. Siete reformas llevamos en 25 años, y todas tienen la misma tendencia. Si lo que se propone es no andarse con paños calientes y finiquitar de una vez por todas la enseñanza pública, lo está haciendo muy bien. Nada va dejar para quien le suceda (¿el paso siguiente es suprimir el ministerio?), y no sé si es consciente de que tiene en sus manos el próximo medio siglo de España. Ya no caben discursos ambiguos, con esta enésima reforma está volando el puente de este país con el futuro. Por este camino, le aseguro que dentro de veinte años envidiaremos a Tanzania.

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Pedro Lezcano o la paradoja del editor (*)

Pedro Lezcano, como Agustín y José María Millares, se convirtieron en clásicos apenas traspasada la juventud. Eran años de necesidad poética y la voz de estos hombres hacía de flauta en el Hamelín oscuro que era entonces Canarias. Todos recordamos a Pedro Lezcano como un poeta eterno, un Góngora vivo, con el que podías cruzarte por la calle o tomar un café hablando de asuntos que casi nunca tenían que ver con la literatura. Porque Lezcano, aparte de su etapa de político en activo, que fue muy corta al final de su vida, sabía de muchas cosas, fuera pesca submarina, micología, ajedrez, teatro o técnicas de impresión, porque buena parte de lo que en literatura se publicó en nuestra isla durante más de tres décadas pasó por las manos de Pedro, en su calidad de impresor, corrector, encuadernador al modo más clásico.
zCBCA2A5[1].jpgHasta que llegaron los nuevos sistemas de impresión que hicieron de puente entre las linotipias y la informática, los libros se construían letra a letra, seleccionando en las cajas el tamaño y el tipo, discutiendo sobre si a un determinado poemario le iba mejor la Garamond o la muy prestigiada Bodoni. Puede decirse que la literatura escrita durante treinta años en esta isla pasó en su mayor parte letra a letra por las manos de Pedro Lezcano.
Ya he dicho muchas veces que Pedro Lezcano es, además de un gran poeta, uno de nuestros narradores más acabados, hasta el punto de que podríamos decir que sus cuentos forman parte de la cima de la narrativa canaria del siglo XX, aunque sigan repitiendo que es poeta (y lo es) y nunca le reconozcan su enorme peso como narrador. Cuando el poeta se decidió a publicar dos relatos, no estaba ya en condiciones de hacerlo él mismo. Se trataba de Historia de una mosca y La rebelión de los vegetales, dos textos que debían publicarse en un solo volumen, y que como sugieren sus títulos defendían el medio natural frente a las agresiones del ser humano.
Me tocó hacer de editor de aquel libro magnífico, y ya pueden suponer el cuidado que puse, porque él sabía de galeradas, viudas y gazapos más que nadie. Conversar con Pedro Lezcano de cómo iba a ser físicamente su libro era como hablar con Casillas de cómo se para un penalty. Afortunadamente salió a su gusto, y así puedo decir que le edité un libro al mejor editor de Canarias. Y es que en la vida se dan curiosas paradojas.
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(*) Este trabajo fue publicado ayer en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7. También se publicó en el mismo medio este artículo de Felipe García Landón(Enlace).pdf

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Si habla mal de España, es español

Oyendo hablar un hombre, fácil es
saber donde vio la luz del sol.
Si alaba Inglaterra, será inglés
Si os habla mal de Prusia, es un francés
y si habla mal de España… es español.

zzzeeimages[5].jpgEstos versos son del poeta catalán Joaquín Bartrina (1850-1880), quien a pesar de la brevedad de su vida tuvo tiempo para observar lo que ocurría a su alrededor. Yes bueno recordarlos cuando se celebra la Diada, poniendo a España como lo peor de la Historia. Nombrar España está mal visto, es como reconocerse antiguo, o peor, carca. Joan Laporta, Guardiola, Urkullu o Artur Mas se resisten a pronunciar la palabra España, pues en Cataluña y en Euskadi es casi sinónimo de Bicha. Pero resulta que, quieran o no, Cataluña y Euskadi también son España (y tienen perfecto derecho a pretender dejar de serlo, pero lo han sido), porque el Athletic de Bilbao quiere ganar la Copa del Rey y al Barça le encanta la liga española. Las gestas hispanas están llenas de figuras vascas, y si hablamos de imperialismo español habrá que incluir en ese listado a los guipuzcoanos Miguel López de Legazpi (conquistador de Filipinas para España), a Juan Sebastián Elcano, al catalán Ramón Pané (lugarteniente de Colón), al mismísimo Luis de Santángel, que puso dinero para los viajes colombinos siendo tesorero de la corona de Aragón y a tantos otros que se distiguieron bajo pabellón castellano-aragonés (español) en Flandes o Nápoles, donde no repartían caramelos precisamente. Pero esa parte de la historia se oculta. Y esto lo digo desde el sincero convencimiento de que cualquier territorio tiene derecho a elegir su destino colectivo, y por ello me parece muy bien que vascos y catalanes pidan autodeterminación e independencia, pero que no oculten la verdad histórica. Si España cometió excesos imperialistas (e incluso genocidio) en su larga historia, los vascos y los catalanes son tan culpables como los extremeños, los andaluces o los gallegos. Han sido España para lo bueno y para lo malo.