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Fotógrafos

El verano es crucial para los fotógrafos. Unos nacen en este época del año y otros nos dejan cuando hace más calor. Y tiene que ser así, porque el verano es el tiempo de la luz, y ese es el material con el que trabajan los fotógrafos: luz y arte.
fotg.jpgHace cien veranos vio esa luz que lo hipnotizó el fotógrafo francés Heny Cartier-Bressons, un fotógrafo mítico que, con otros muchos, pero él de una manera especial, hizo posible que la fotografía empezara a ser considerada un arte. Si la cámara capta el alma de las personas, tal vez sepamos algo del alma de Picasso, el Che Guevara o Madame Curie gracias al objetivo de su cámara.
También fue en verano, hace nueve años, cuando se apagó la luz para Andrés Solana, un amigo entrañable y uno de la media docena escasa de fotógrafos que elevó a arte la fotografía en Canarias. Antes hubo buenos fotógrafos, pero no se les consideraba artistas, aunque lo fueran, como el también querido Fachico Rojas Fariña. Se fue Andrés Solana y nos dejó la luz, que no es mala herencia.

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Un mundo sin ley

A veces tengo la sensación de que habitamos un mundo en el que la ley es papel mojado, que los ordenamientos jurídicos son mera teoría y que impera una especie de ley de la selva, donde la fuerza bruta es el dinero.
a-lamentación.jpgAcaban de subastar en Londres un tríptico flamenco pintado en el siglo XVI por Ambrosius Benson que fue robado en Nájera en 1913. Está claro que la procedencia de esta obra de arte es ilegal, y por lo tanto lo correcto sería devolverla a sus verdaderos dueños, es decir, la localidad española de Nájera. Pero no. Las gestiones del Ministerio de Cultura español no han surtido efecto, y aunque haya pasado casi un siglo del robo, el tríptico sigue siendo robado.
Pero, claro, en el camino hay derechos adquiridos por los sucesivos compradores, y eso hace que finalmente los ladrones se salgan con la suya, aunque sea con un siglo de retraso. Siguiendo este sistema, sólo es necesario que pase el tiempo para legitimar un acto reprobable. Y este es un mínimo ejemplo de cómo a veces los hechos consumados se imponen a cualquier otra lógica.