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Duerme, «Negrita»

El tiempo sigue liquidando las voces que trazaron medio siglo de esperanza y utopía, la idea de que todo ser humano merece el mismo respeto sea de donde sea, crea lo que crea y cualquiera que sea su lengua, su sexo y su color de piel. El mensaje que provenía del Martín Fierro atravesó la frontera de un siglo y se plantó en los versos de Buenaventura Luna, que murió prematuramente en 1949. Pero su muerte fue un estímulo que se notó en todo el subcontinente latinoamericano, especialmente en Chile, Uruguay y Argentina. Novelistas, poetas, payadores y músicos de partitura crearon un corpus inigualable, que va de Rómulo Gallegos a Alfonsina Storni, de Chabuca Granda a Luis Alberto del Paraná, de La Cantata de Santa María de Iquique a la Misa Criolla y al Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, desde Tierra de Fuego a Río Grande.
zmercedes-sosa.jpgEse patrimonio, que también creció en Brasil con Jorge Amado, la bossa nova y el fotógrafo Salgado, entre muchos, tuvo en el Cono Sur un florecimiento que es una especie de Siglo de Oro de la cultura de la comunicación, en la que las minorías selectas de la poesía maridaron con el pueblo: Violeta Parra, Zitarrosa, Benedetti, Atahualpa Yupanki, Víctor Jara, Los Cantores de Quilla Huasi, Eduardo Falú (*) y tantas otras voces que traspasaron la canción y la literatura, el cine y hasta la danza de Julio Bocca como engarce con el siglo XXI.
Casi todos se han ido, y ahora se va una voz que los resumía a todos, la «Negra» Mercedes Sosa, nuestra Mercedes, una mamá grande nacida en una Argentina tan especial como la norteña ciudad de San Miguel de Tucumán, pero que bien podría haber visto la luz en el Macondo graciamarquiano.
El tiempo va tomando su peaje, y aún nos queda el aliento del viejo Ariel Ramírez, del indomeñable Daniel Viglietti, del incansable Horacio Guarany, del invencible Nicanor Parra. Mercedes Sosa cumplió el pacto que se hizo a sí misma cuando se propuso universalizar la canción popular argentina, y lo hizo tan bien que se convirtió en la voz de todo un continente. Gracias, y duerme «Negrita».
(*) Muchos echarán de menos grandes nombres; sólo he mencionado a los que se me vinieron a la memoria a botepronto.

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La primera memoria escrita

Aparte del valor infinito de las vidas humanas que se ha cobrado la guerra y el dolor por la pérdida de la integridad física de heridos y mutilados, hay también una gran pérdida que achacar al conflicto de Irak y sus derivaciones. Puede haberse perdido un trozo muy importante de la memoria de la Humanidad, porque las bombas, los saqueadores y el caos pueden haber destruido piezas muy importantes del patrimonio iraquí, que es tanto como decir la memoria física del principio de nuestra civilización.
zirak1.jpgA estas alturas es baladí tratar de culpar a las bombas o la furia de los saqueadores. Koïchiro Matsuura, Director General de la UNESCO en el momento de la invasión, solicitó a los norteamericanos medidas para preservar los lugares importantes donde se conserva el patrimonio histórico y arqueológico iraquí, haciendo especial énfasis en los museos arqueológicos de Bagdad y Mosul, que son, con el de El Cairo, las más importantes colecciones de vestigios antiguos de Oriente Medio, y por extensión del mundo.
Es evidente que, si las armas «inteligentes» han errado a menudo hasta el punto de caer sobre un mercado lleno de personas civiles, no es descabellado pensar que lugares de interés arqueológico también hayan sido blanco equivocado de los bombardeos. Luego está el problema del saqueo de los museos y los yacimientos arqueológicos. Hay especial temor por lo que pueda suceden en la biblioteca de Bagdad y en el Museo Arqueológico de esta ciudad, sin olvidar los museos de Mosul y Basora. De hecho, ya ha habido destrozos terribles, pues han ardido muchos incunables, libros imprimidos desde la invención de la imprenta hasta el año 1500, ejemplares únicos en muchos casos.
La biblioteca de Bagdad tiene más de un millón de volúmenes, manuscritos árabes de muchos siglos, y documentos de las antiguas culturas mesopotámicas (sumerios, akadios, elamitas, amorreos, babilonios…) y del esplendor de Bagdad, una ciudad fundada por el legendario sultán Raschid, aquel a quien Sherezade contaba sus cuentos de las Mil y una noches. Bagdad fue entonces lo que Córdoba sería varios siglos después, en la época de Abderramán III. Todo ese patrimonio se conserva en esa biblioteca y es posible que una parte muy importante de él haya sido destruido desde la rabia, la fiesta de la ignorancia o la maldad que se presenta aun en las situaciones más penosas.
zirak3.jpgHay otro peligro, que si siempre acecha, es más activo en momentos de caos. Se trata de los saqueadores profesionales de vestigios arqueológicos, que se mueven en conexión directa con Occidente y sus canales de distribución de obras de arte, y es por ello que en salas de subastas de Bruselas, Londres, París o Berlín se puede encontrar desde una tablilla sumeria hasta un sarcófago egipcio, y ha sido por esa vía por la que ha llegado a los museos de Europa y Norteamérica una gran parte de este legado. Se calcula que en los museos occidentales hay unas 2.500 tablillas, que en cierto modo han servido para la avanzadilla del estudio de esas culturas, puesto que son las que están más a mano de los investigadores y las universidades. De este modo, desde hace más de 30 años se edita en Chicago un diccionario sumerio-inglés, y en París otro de sumerio-francés.
Pero quedan en el Museo de Bagdad, entre otras reliquias, unas 175.000 de estas tablillas de arcilla escritas en grafías cuneiformes, la primera escritura del hombre sobre La Tierra, y que proceden de las culturas mesopotámicas mencionadas, especialmente de la sumeria. Los profesionales del saqueo, auxiliados por las mafias locales, se suelen encargar en tiempos de confusión de hacerse con objetos de este tipo, para ponerlos en circulación en Occidente, y aunque se supone que existen leyes que lo prohíben, siempre hay quien compra y a veces incluso desde instituciones supuestamente honorables.
Es conocido que buena parte de ese patrimonio hace décadas, e inclusos siglos, que está en Europa. Los museos de Londres, París, Berlín y de otras ciudades europeas y americanas se han ido haciendo con objetos de estas culturas antiguas, unas veces por medio del expolio directo en tiempos de guerras y colonias, y otras por el terrible tráficos que existe desde el siglo XIX. Hay que decir que, gracias a esas piezas que están en Occidente (la piedra Roseta en Londres, el código de Hammurabi en París, la puerta de Isthar en Berlín) tenemos una muestra de lo que fueron aquellas culturas. Pero ese es un triste consuelo, porque siguen en peligro miles de piezas de un valor infinito, puesto que la mayor parte de las tablillas con escritura cuneiforme conservadas en el Museo de Bagdad no han sido descifradas, no porque no se tengan los códigos para hacerlo, sino porque es un trabajo tan ingente que llevará décadas hacerlo. Por ello, es posible que en una de esas tablillas haya datos que puedan revelarnos asuntos sorprendentes del pasado de la Humanidad, y si son destruidas antes de descifradas habremos perdido una parte valiosísima de nuestra memoria como civilización.
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Por ello hay que salvaguardar lo que aún queda en los museos iraquís y en los yacimientos arqueológicos de Irak, para saber más de Babilonia, de Nínive, de Uruk y del nacimiento de aquella Bagdad islámica en el siglo VII, es decir, para saber más de nosotros mismos. Las advertencias de los responsables culturales de la ONU y la UNESCO y las palabras de autoridades mundiales no deben caer en el vacío, porque nos jugamos la memoria más remota de nuestra civilización, una memoria que en buena parte yace dormida esperando a ser revivida desde una tablilla que lleva cinco milenios guardando un mensaje para toda la Humanidad.
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(Este trabajo fue publicado el miércoles 30 de septiembre en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7)

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Arozarena ya lo comprende todo

Con Rafael Arozarena se va uno de los más grandes escritores que ha dado Canarias en el siglo XX. Este septiembre ha sido cruel en exceso con nuetra literatura, pues nos ha arrebatado también a José María Millares. He contado aquí -y me repito porque define al escritor que ahora nos deja- lo que un día Rafael Arozarena me contó: Su abuela le dijo que poner palabras en columna era ser poeta, que era el puesto más alto que podía alcanzar un ser humano. Entonces aquel niño trazó garabatos y compuso una columna. La abuela, que era poeta sin versos, le dijo que aquello era un poema, lo mandó a hacer otro y el niño se sintió poeta. Luego se hizo mayor, y llegó Fetasa, que tiene que ver con su concepto de la poesía cuando era niño, la sublimación del sentido de la pureza, que lo llevó a formar parte del grupo fetasiano, que invocaba a Fetasa no en el sentido que Tzara proclamaba a Dadá, sino como un intento de concreción imposible. Los fetasianos dijeron que Fetasa es más que Dios, es Dios al infinito, el temblor de estar ante una deidad. Se dieron cuenta de que las religiones se agrietan precisamente porque tratan de explicar a Dios. Y entendieron que eso no podía expresarse. Para Arozarena Fetasa no es nada y sigue siendo Fetasa. No es soberbia, porque la humildad suprema es decir «No lo comprendo, pero hay más». Arozarena, como Sócrates, se sabía humano y Fetasa es NO tratar de explicar lo inexplicable ni de comprender lo incomprensible. Lo más parecido a lo fetasiano es cuando fue sobrepasado por el Misterio de la Santísima Trinidad.
Rafael Arozarena pertenece a esa estirpe de escritores que lo son por el mismo hecho de la escritura. Cuando él era joven, Canarias era un desierto cultural, y los poetas y novelistas una especie de secta secreta a quien nadie hacía caso. El brillo del oropel no existía, por lo tanto se era poeta por serlo, no por esa ambición de triunfo que a veces mueve a los artistas. Aunque ya de mayor le llegaron reconocimientos y se le colocó en el estante de los grandes, durante años, la mayor parte de su vida literaria activa, Arozarena fue un escritor puro, ajeno a la gloria porque la poca que había se repartía en Madrid, a favor y en contra de la tiranía.
Fue un gran poeta, y creo que se sentía exclusivamente poeta, y su ambición literaria en prosa la plasmó en una novela tan especial como Cerveza de grano rojo, que la crítica aplaudió pero que no tuvo el tirón editorial que él esperaba de una obra en la que se había vaciado. Y es que su anterior novela, Mararía, pesaba mucho. En cierto modo él a veces refunfuñaba minusvalorando Mararía, porque su brillo era tan cegador que impedía ver otras facetas de su obra. Ya he dicho también que Rafel Arozarena tuvo en esta novela ya mítica la intuición juvenil de sugerir mucho más de lo que contaba, y ya sabemos que las sugerencias tienen efectos distintos en cada persona. La idea de belleza que nos sugiere Rafael Arozarena es tan sublime y al mismo tiempo tan diabólica, que resulta inalcanzable en la realidad aún por una mujer, aunque sea muy bella. La Mararía de Arozarena tiene una belleza tan imposible que ni siquiera puede existir en la novela, sino en la imaginación de quienes la leen. Es algo así como Fetasa. Arozarena sabía que el mito lo había superado, va más allá de la novela. Como narrador creo que ese debiera ser el objetivo de todo novelista, contar historias que lo sobrepasen.
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(El pueblo de Femés, en Lanzarote, es un elemento fundamental en el mito de Mararía, la mujer que quemó su belleza porque generaba el mal a su alrededor)
Espero que ahora sepa ya Rafael Arozarena qué es exactamente Fetasa, que entienda con su abuela la verdadera naturaleza de la poesía, lo que para Canarias significa un mito como su Mararía, que es más que una novela. El libro se puede discutir, como todos, pero no esa figura enlutada arrastrando su soledad entre las casas blancas de Femés. Los mitos son así, insondables, impredecibles, incluso monstruosos. Mararía es como Lolita, como Jane Eyre, como Madame Bovary, mujeres nacidas de la literatura que no obedecen ni a su creador. Rafael: Estoy seguro de que ahora estás en paz.
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(Este trabajo fue publicado ayer en la edición impresa de Canarias7)