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Envidia española pata negra

aadria.JPGSupongo que ya saben que el restaurante Bulli de Ferrán Adriá, después de haber sido durante cinco años el número uno del mundo, ha pasado al número dos (y eso que va a estar dos años cerrado). Pero lo que más me ha llamado la atención es cómo los grandes medios nacionales, fueran radio, televisión o periódicos digitales, dieron la noticia con una celeridad y unos titulares tremendos: «Adriá cae del trono», «El Bulli ya no es el mejor del mundo», «Acabó el reinado de Adriá…» Se urgía la noticia como si se estuviera deseando. No vale que haya puesto el nombre de la gastronomía española en el mundo, ni que haya reinado durante cinco años, ni que siga siendo de la élite (es el número 2). Nada de eso vale, parece que estaban esperando su caída, que no ha sido tal, pero así la cantan. Este país es increíble, envidia pura intravenosa, pues pasa siempre, ya que cuando Penélope no ganó el Oscar hace un par de meses (estaba nominada con otras cuatro grandes actrices) aplaudieron, y volvieron a sacar la tontería de que si Sara Montiel, que si ya se lo tenía muy creído… Y de Sara Montiel y sus fastuosas «actuaciones», en el cine americano ya les hablaré otro día, porque eso sí que fue un «bluff».

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La república de las letras y otras ferias

Como abril es un mes republicano, viene al pelo hablar de la república de las letras, que por una parte es la revista de la Asociación Colegial de Escritores de España y por otra es la memoria de una edad dorada de nuestra lengua, rebosante de poetas, dramaturgos, ensayistas y hasta novelistas, aunque no sean las novelas lo más recordado de la aquella generación del 27 (luego se han reivindicado Ayala, Chacel y otros).
afer21.JPGEstamos en vísperas de la feria del libro en casi todas partes, que llegan con la primavera como las golondrinas (permítaseme esta cursilería como homenaje a Bécquer). Se supone que es el momento de las novedades, aunque hoy, con el desarrollo de los medios, la feria del libro es permanente en los escaparates mediáticos, y el problema es que siempre están los mismos, y por eso hay que pedirle a las ferias tradicionales que nos expongan los libros que no nos muestra la televisión.
La novedad contemporánea viene de la mano de los medios cibernéticos y audiovisuales; ya sabíamos hace quinquenios de la informatización de enciclopedias, de la visualización por magnetoscopio de Las Soledades de Góngora y de la grabación en desfasado microsurco de vinilo de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Después se vendieron como novedad los libro-cassettes de El Principito en la voz de Marsillach o El maestro de esgrima leído por José Sacristán, algo que ya hizo la Disney para que los niños aprendiesen las machadas de Periquito Tragapepes (va sin segundas) y las niñas esperasen un príncipe azul, bajo la supina ignorancia de que los matrimonios morganáticos cuestan siempre una corona.
¿Son libros esos artilugios que debieran ser presentados en ferias audiovisuales? Y lo pregunto, no vaya a ser que suceda que sea en las ferias del libro donde se haga la competencia al libro. Ya estamos hablando de Internet y del libro digital, otro avance tecnológico que las asociaciones que se dedican a gestionar derechos de autor no saben cómo manejar. Puede ocurrir la paradoja de que en tiempos informáticos se vendan más libros de papel que antes, pues así ha ocurrido con la informática en general. Pensábamos hace quince años que los ordenadores suprimirían gran parte del uso del papel, pero vemos que con las impresoras se gasta más que antes con las máquinas de escribir. El caso es que sigue habiendo libros en este bosque de artilugios digitalizados, aunque es posible que esto vaya cediendo a medida que desaparezcan las generaciones que no conocían otra forma de leer que en libro tradicional y encuadernado.
Uno sigue preguntándose si las Ferias del Libro son en realidad iniciativas para la difusión o se convierten en meros espectáculos que, paradójicamente, alimentan campos ajenos al libro. En el entorno de la feria hemos visto marionetas, música folklórica y entrega de galardones, pero queda siempre la pregunta de si todo eso ha servido para que la gente lea más. El esfuerzo que supuestamente hacen las instituciones públicas, los libreros y los patrocinadores comerciales es grande. El trabajo que genera una feria es inmenso, y a veces el público no se da cuenta de toda esa labor, y siempre surge el mismo comentario descalificador.
Sin ir más lejos, yo suelo ser muy crítico con las ferias del libro que se hacen en Canarias, porque son siempre más de lo mismo, y no ayudan a que se conozca nuestra literatura. Y es que la feria, como Hacienda, somos todos. Los poderes públicos ponen las casetas, la organización contrata espectáculos y hasta traen a escritores de mucha imagen, y todo para dar a entender que el libro es un objeto cultural de suma importancia. Luego la gente responde según su parecer, pero hay que advertir que el éxito o el fracaso de una feria depende tanto del público como de la organización.
afer1.JPGComo el público es «el respetable» en el teatro y el cliente en la tienda, resulta que siempre tiene la razón, lo cual es mentira. El público es la sociedad y una sociedad que mira hacia otro lado cuando ve un libro no tiene mucho futuro, al menos futuro decente. En cuanto a los organizadores, hay que pedirle que exijan a las los libreros participantes un espacio para el libro de autores canarios, no es mucho pedir, un mueblecito con libros de la tierra, que hay espacio en las casetas. Con que pongan un libro de Pérez-Reverte es suficiente para que vendan cincuenta, ya está promocionado, no hace falta poner una torre para atraer compradores.
Y como es tiempo republicano, hay que recordar en esta feria a los escritores y escritoras que tanto nos dieron en sus obras llenas de libertad con mayúsculas y de autoconocimiento de nuestra sociedad. De Lorca a Agustín Millares, de Francisco Ayala a los novelistas canarios actuales. No conviene olvidar que en este último año nos han dejado dos grandes de nuestras letras en el siglo XX. José María Millares y Rafael Arozarena pusieron muy alto el listón de nuestras letras. No hay que imitarlos, pero sí seguir su rastro, porque son autores de una gran obra y de dos de los libros que ya son leyenda en nuestra cultura: el extraordinario poemario Liverpool y la mágica novela Mararía.
Pues mira por dónde, para mí que creo más en las obras que en los autores, no estaría mal que en las ferias del libro de Canarias tuvieran lugar especial estos dos libros, que nos han enseñado el interior de nuestra alma y nos han abierto los ojos para mirar el mundo. Pues sí, esta sería las ferias de los nuevos libros y de la memoria de Mararía y Liverpool.

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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición de Canarias7 el 14 de abril)

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¿Es la rebeca una prenda machista?

Hay refranes referidos al atuendo que son verdaderos tratados de sociología, en positivo y en negativo, porque para cada refrán suele haber otro que sentencia lo contrario. Mientras uno afirma que el hábito no hace al monje, otro proclama que una mala salida es una afrenta para toda la vida. Existen también ideas que circulan por ahí y que escucho desde hace décadas, como que en tiempos de crisis económica la moda femenina es menos recatada, las prendas son más cortas y escotadas y se muestra mucha piel.
arebeca.JPGEsto es curioso, porque si fuera así respondería a un dictado que seguiría los diseñadores y fabricantes, porque las usuarias se limitan a comprar lo que se vende. Y se cree esto de forma general porque desde que tengo memoria la gente tiene la sensación de que hay crisis; y las ha habido, pero ninguna comparable a la de ahora. Se aligeró la ropa femenina en los años veinte, que fue tiempo de bonanza, y cuando llegó la crisis del petróleo de 1973 la gente creyó esa era la causa de las faldas cortas, cuando la minifalda llevaba una década en vigor. O sea, que no es exacto ese discurso causa-efecto.
Dicen que el vestuario tiene ideología. Yo no lo sé. Ahora circula por ahí toda una teoría sobre el renacimiento del uso de la rebeca. Puede ser verdad y echando una mirada veo que, después de la revolución sexual de los setenta y de que la ONU declarase 1975 como el Año Internacional de La Mujer, las mujeres comenzaron a tomar protagonismo social, y Giogio Armani e Ives Saint-Laurent lanzaron la chaqueta masculinizada como prenda indispensable del fondo de armario femenino.
arebeca2.JPGPero veo también que ya estuvo de moda en los cuarenta, aunque era otro tipo de chaqueta, más sofisticada y femenina, que le vimos en docenas de películas a Gene Tierney, Verónica Lake o Ingrid Bergman. La mujer seguía en su sitio, pero después de los setenta la chaqueta significó que salía a trabajar, que tenía un rol social en la calle, como los hombres, y desaparecieron las rebequitas lángidas que disminuían a la mujer, condenándola a su labor de ama de casa.
Y la verdad es que resulta curioso cómo ahora vuelve con fuerza el saquito de punto que daba a Joan Fontaine aire de indefensión en la famosa película Rebeca (que de ahí le viene el nombrecito a la prenda). Los asesores de imagen de la Casa Blanca se la han colocado machaconamente a Michelle Obama, dicen que para quitar fuerza a su imagen, ya que es una mujer intelectualmente muy preparada y con una presencia física imponente por su atura. Hay que difuminarla para que sea su marido el que brille.
Y las rebecas de la señora Obama sin duda imponen moda por su posición. ¿Podría ser que hubiese un contraataque de quienes quieren hacer volver a las mujeres a la cueva? Si así fuera, es muy sutil el mensaje, pero muy demoledor, apartar la fuerza de la chaqueta e imponer la fragilidad de una rebeca que haga dar a la mujer una imagen de desvalidez. Vamos, una campaña subliminal, pero de todas formas es muy aventurado relacionar rebeca con machismo y chaqueta con igualdad. Aunque puede que los sociólogos vean mejor que los demás.